7 de septiembre 2019. El señor nos llama por el nombre “Sígueme.
Discurso del Papa Francisco con los jóvenes, en la vigilia. Madagascar.
Agradezco a Monseñor por sus palabras de bienvenida.
Gracias, queridos jóvenes que Habéis venido de todos los rincones de esta
hermosa isla, a pesar de los esfuerzos y dificultades que esto representa para
un gran número de vosotros. Sin embargo ¡estáis aquí! Me da mucha alegría poder
vivir con vosotros esta vigilia a la que el Señor Jesús nos invita. Gracias por
las canciones y bailes tradicionales que habéis realizado con tanto entusiasmo
— no se equivocaron quienes me dijeron que vosotros tenéis una alegría y
entusiasmo extraordinario.
Gracias, Rova Sitraka y Vavy Elyssa, por compartir con cada
uno de nosotros vuestro camino de búsqueda entre aspiraciones y desafíos. ¡Qué
bueno encontrar dos jóvenes con fe viva, en movimiento! Jesús nos deja el corazón siempre inquieto, nos pone en camino y en movimiento.
El discípulo de Jesús, si quiere crecer en su amistad, no puede quedar quieto,
quejándose o mirándose a sí mismo. Debe moverse, debe actuar, comprometerse,
seguro de que el Señor lo apoya y lo acompaña.
Por eso, me gusta ver a cada joven como uno que busca. ¿Os
acordáis de la primera pregunta que Jesús le hace a los discípulos a la orilla
del Jordán?: «¿Qué buscáis?» (Juan 1,38). El Señor sabe que somos buscadores de
esa «felicidad para la cual fuimos creados» y que «el mundo no nos podrá
quitar» (Exhortación. apostólica. Gaudete et exultate, 1; 177). Cada uno lo
manifiesta de diversas maneras pero, en el fondo vosotros siempre estáis
buscando esa felicidad que nadie nos podrá quitar.
Como nos lo compartiste tú, Rova. En tu corazón tenías una
vieja inquietud de visitar a las personas encarceladas. Comenzaste a ayudar a
un sacerdote en su misión y, poco a poco, te fuiste comprometiendo cada vez más
hasta que se convirtió en tu misión personal. Descubriste que tu vida era una misión. Esta búsqueda de fe ayuda a
hacer que el mundo en el que vivimos sea mejor, más evangélico. Y lo que
hiciste por los demás, te transformó, cambió tu forma de ver y de juzgar a las
personas. Te hizo más justa y más humana. Te comprometiste y descubriste cómo
el Señor se comprometió contigo dándote una felicidad que el mundo no te podrá
quitar (cf. ibíd., 177).
En tu misión aprendiste a dejar los adjetivos y a llamar a
las personas por su nombre, como el Señor lo hace con nosotros. No nos llama
por nuestro pecado, por nuestros errores, equivocaciones, limitaciones, sino que lo hace por nuestro nombre; cada
uno es precioso a sus ojos. El demonio, sin embargo, sabiendo también
nuestros nombres prefiere llamarnos y recordarnos continuamente nuestros
pecados y errores; y de esta forma nos hace sentir que hagamos lo que hagamos
nada puede cambiar, que todo seguirá igual. El Señor no actúa así. El Señor
siempre nos recuerda lo valiosos que somos ante sus ojos y nos confía una
misión.
Aprendiste a conocer no sólo las cualidades, sino las
historias que se esconden detrás de cada rostro. Dejaste de lado la crítica
fácil y rápida, que siempre paraliza, para aprender algo que a muchas personas
nos puede llevar años descubrir. Te diste cuenta que, en muchas de las personas
que estaban en prisión, no había maldad sino malas elecciones. Erraron el
camino y lo sabían, pero ahora tenían ganas de recomenzar.
Esto nos recuerda uno de los regalos más hermosos que la
amistad con Jesús nos puede ofrecer. «Él está en ti, Él está contigo y nunca se
va. Por más que te alejes, allí está el Resucitado, llamándote y esperándote
para volver a empezar» (Exhortación. apostólica. postsinodal. Christus vivit,
2) y confiarte una misión. Este es el regalo que nos invita a descubrir y a
celebrar hoy a todos nosotros.
Todos sabemos, incluso por experiencia personal, que se
puede errar el camino y correr detrás de espejismos que nos prometen y encantan
con una felicidad aparente, rápida, fácil e inmediata, pero que al final dejan
el corazón, la mirada y el alma a mitad de camino. Esas ilusiones que, cuando
somos jóvenes, nos seducen con promesas que nos adormecen, nos quitan
vitalidad, alegría, nos vuelven dependientes y encerrados en un aparente
círculo sin salida y lleno de amargura.
Una amargura que, yo no sé si es verdad, pero os puede hacer
caer en el peligro de pensar: “Es así ... nada puede cambiar y nadie puede
cambiarlo”. Especialmente cuando no se cuenta con lo mínimo necesario para
pelear el día a día; cuando las oportunidades efectivas para estudiar no son
suficientes; o para aquellos que experimentan que su futuro está atascado
debido a la falta de trabajo, la precariedad, las injusticias sociales, y
entonces tienen la tentación de rendirse.
El Señor es el primero en decir: no, este no es el camino.
Él está vivo y te quiere vivo a ti también compartiendo todos tus dones y
carismas, tus búsquedas y competencias (cf. ibíd., 1). El Señor nos llama por nuestros nombres y nos dice: ¡Sígueme! No
para hacernos correr detrás de espejismos, sino para transformarnos a cada uno
en discípulos-misioneros aquí y ahora. Él es el primero en desmentir todas las
voces que buscan adormeceros, domesticaros, anestesiaros o silenciaros para que
no busquéis nuevos horizontes. Con Jesús siempre hay horizontes. Él nos quiere transformar a
todos y hacer de nuestra vida una misión. Pero nos pide que no tengamos miedo a
ensuciarnos las manos.
A través de vosotros entra el futuro en Madagascar y en la
Iglesia. El Señor es el primero en confiar en vosotros y os invita a que
también confiéis en vosotros mismos, en vuestras habilidades y capacidades, que
son muchas. Os invita a animaros, unidos a Él para escribir la página más
hermosa de vuestras vidas, a superar la apatía y a ofrecer, como Rova, una
respuesta cristiana a los múltiples problemas que tenéis que enfrentar. Es el
Señor quien nos invita a ser constructores del futuro (cf. ibíd., 174).
Contribuyendo a ello como sólo vosotros podéis hacerlo con la alegría y la
frescura de vuestra fe. Te pregunto y te pido que tú mismo te preguntes:
¿Puede Él contar contigo? Pero el Señor no quiere
aventureros solitarios. Él nos regala una misión, sí, pero no nos manda solos
al frente de batalla. Como bien ha dicho Vavy Elyssa, es imposible ser
discípulo misionero, solos; necesitamos
de los demás para poder vivir y compartir el amor y la confianza que el Señor
nos tiene. El encuentro personal con Jesús es irremplazable, pero no en
solitario sino en comunidad. A ella quiero confiar la vida de todos y cada uno
de vosotros, de vuestras familias y amigos para que nunca os falte la luz de la
esperanza y Madagascar pueda ser cada vez más la tierra que el Señor soñó. Que
ella os acompañe y os proteja siempre.
Es cierto que solos podemos hacer cosas grandes, sí; pero
juntos podemos soñar y comprometernos con cosas inimaginables. Vavy lo ha
expresado con claridad. Estamos invitados a descubrir el rostro de Jesús en el
rostro de los demás: celebrando la fe en familia, creando lazos de fraternidad,
participando en la vida de un grupo o movimiento y animándonos a trazar un
camino común vivido en solidaridad. Así podremos aprender a descubrir y
discernir los caminos que el Señor nos invita a recorrer, los horizontes que
tiene para vosotros: Pero ¡nunca aislarse o “querer estar solos”! Esa es una de
las peores tentaciones que podemos tener.
En comunidad podemos aprender a presenciar los pequeños
milagros cotidianos, así como los testimonios de lo hermoso que es seguir y
amar a Jesús. Y esto, muchas veces de forma indirecta, como en el caso de tus
padres Vavy que, a pesar de pertenecer a dos tribus diversas, cada una con sus
usos y costumbres, gracias al amor recíproco que se tienen, pudieron superar
todas las pruebas y diferencias, y mostrarte un hermoso camino por el que
transitar. Camino que se sella cada vez que os dan los frutos de la tierra para
ofrecerlos en el altar. ¡Cuánta falta hacen estos testimonios! O como tu tía o
las catequistas y los sacerdotes que las han acompañado y sostenido en el
proceso de fe. Todo ayudó a engendrar y animar vuestro “sí”. Todos somos
importantes y necesarios y nadie puede decir: “no te necesito” o “no formas
parte de este proyecto de amor que el Padre soñó al crearnos”.
Somos una gran familia, y podemos descubrir, queridos
jóvenes, que tenemos una Madre: la protectora de Madagascar, la Virgen María.
Siempre me impactó la fuerza del “sí” de María joven. La fuerza de ese “hágase
según tu palabra” que le dijo al ángel. Fue algo distinto a un “sí” como
diciendo: “bueno, vamos a probar a ver qué pasa”. María no conocía la
expresión: “Vamos a ver qué pasa”. Dijo “sí”, sin vueltas. Fue el “sí” de quien
quiere comprometerse y arriesgar, de quien quiere apostarlo todo, sin más
seguridad que la certeza de saberse portador de una promesa. Aquella muchacha
hoy es la Madre que vela por sus hijos que caminamos por la vida muchas veces
cansados, necesitados, pero queriendo que la luz de la esperanza no se apague.
Eso es lo que queremos para Madagascar, para cada uno de vosotros y de vuestros
amigos: que la luz de la esperanza no se apague. Nuestra Madre mira a este
pueblo de jóvenes que ella ama, que también la busca haciendo silencio en el
corazón, aunque en el camino haya mucho ruido, conversaciones y distracciones;
y le implora para que no se apague la esperanza (cf. ibíd., 44-48). Fuente:
Aciprensa.