5 de septiembre 2019. Discurso del Papa Francisco a los
jóvenes de Mozambique. Muchas gracias por tus palabras de bienvenida, muchas
gracias también por todas y cada una de las representaciones artísticas que
han realizado. Muchas gracias. Siéntense, pónganse cómodos.
Me agradecían porque he reservado tiempo para estar con
ustedes. ¿Qué es más importante para un pastor que estar con los suyos? ¿Qué es más importante para un pastor que
encontrarse con sus jóvenes? ¡Ustedes son importantes! Tienen que saberlo,
tienen que creérselo. ¡Ustedes son importantes! Pero con humildad. Porque
ustedes no son sólo el futuro de Mozambique, tampoco de la Iglesia y de la
humanidad. Ustedes son el presente que, con todo lo que son y hacen, ya están
aportando lo mejor que hoy pueden regalar. Sin su entusiasmo, sus cantos, su
alegría de vivir, ¿qué sería de esta tierra? Verles cantar, sonreír,
bailar, en medio de todas las dificultades que viven —como bien nos contabas
tú— es el mejor signo de que ustedes, jóvenes, son la alegría de esta
tierra, la alegría de hoy.
La alegría de vivir es una de sus principales
características —y eso se puede sentir aquí—. Alegría compartida y celebrada
que reconcilia y se transforma en el mejor antídoto que desmiente a todos
aquellos que quieren dividir, fragmentar o enfrentar. ¡Cuánto les hace falta a
algunas regiones del mundo su alegría de vivir!
Gracias por estar presentes las distintas confesiones
religiosas. Gracias por animarse a vivir el desafío de la paz y a celebrarla
hoy juntos como familia; también a aquellos que sin ser parte de alguna
tradición religiosa están participando. Es hacer la experiencia de que todos
somos necesarios, con nuestras diferencias, pero necesarios. Ustedes juntos
—así como se encuentran ahora—, son el palpitar de este pueblo, donde cada uno
juega un papel fundamental en un único proyecto creador, para escribir una
nueva página de la historia, una página llena de esperanza, paz y
reconciliación. ¿Quieren escribir esta página?
Cuando entré, ustedes cantaban reconciliación. ¿Lo repiten?
Reconciliación. Reconcialiación.
Me hiciste dos preguntas que creo van unidas. Por un lado,
¿cómo hacer para que los sueños de los jóvenes se hagan realidad? Y, ¿cómo
hacer para que los jóvenes se involucren en los problemas que aquejan al
país? Ustedes hoy nos marcan el camino y nos enseñan cómo responder a estas
preguntas.
Han expresado con el arte, con la música, con esa riqueza
cultural que mencionabas con tanto orgullo, una parte de sus sueños y realidades;
en todas ellas muestran diferentes modos de asomarse al mundo y mirar el
horizonte: siempre con ojos llenos de esperanza, llenos de futuro y también de
ilusiones. Ustedes, jóvenes, caminan con dos pies como los adultos, pero a
diferencia de los adultos, que los tienen paralelos, ustedes ponen uno delante
del otro, dispuesto a irse, a partir. Ustedes tienen tanta fuerza, son capaces
de mirar con tanta esperanza, son una promesa de vida que lleva incorporado un
cierto grado de tenacidad (cf. Exhort. ap. postsin. Christus vivit, 139), que
no deben perder ni dejar que se las roben.
¿Cómo realizar los sueños, cómo contribuir a los
problemas del país? Me gustaría decirte: no
dejes que les roben la alegría. No dejen de cantar y expresarse de acuerdo
a todo lo bueno que aprendieron de sus tradiciones. Que no les roben la
alegría.
Como les decía, hay muchas formas de mirar el horizonte, el
mundo, el presente y el futuro. Pero es
necesario cuidarse de dos actitudes que matan los sueños y la esperanza: la
resignación y la ansiedad. Son grandes enemigas de la vida, porque nos
empujan normalmente por un camino fácil, pero de derrota, y el precio que
piden para pasar es muy caro. Se paga con la propia felicidad e inclusive con
la propia vida.
¡Cuántas promesas de felicidad vacías que terminan
truncando vidas! Seguro conocen amigos, conocidos —o incluso les puede haber
pasado a ustedes mismos—, el vivir momentos difíciles, dolorosos, donde parece
que todo se viene encima y lleva a la resignación. Hay que estar muy atentos
porque esa actitud «te hace tomar la senda equivocada. Cuando todo parece
paralizado y estancado, cuando los problemas personales nos inquietan, los
malestares sociales no encuentran las debidas respuestas, no es bueno darse por
vencido» (ibíd., 141).
Repitan: ¡No es bueno
darse por vencido!, ¡No es bueno darse por vencido! Sé que a la mayoría
de ustedes les gusta mucho el fútbol. Recuerdo un gran jugador de estas
tierras que aprendió a no resignarse: Eusebio da Silva, la “pantera negra”.
Comenzó su vida deportiva en el club de esta ciudad. Las severas dificultades
económicas de su familia y la muerte prematura de su padre, no pudieron
impedir sus sueños; su pasión por el fútbol lo hizo perseverar, soñar y
salir adelante, ¡y hasta llegó a hacer 77 goles para este club de Maxaquene!
Tenía todo para resignarse.
Su sueño y ganas de jugar lo lanzaron hacia delante, pero
tan importante como eso fue encontrar con quién jugar. Ustedes bien saben que
en un equipo no son todos iguales, ni hacen las mismas cosas o piensan de la
misma manera. Cada jugador tiene sus características, como lo podemos
descubrir y disfrutar en este encuentro: venimos de tradiciones diferentes e
inclusive podemos hablar lenguas diferentes, pero eso no impidió que nos
encontremos.
Mucho se ha sufrido y se sufre porque algunos se creen con
el derecho de determinar quién puede “jugar” y quién tiene que quedar “fuera
de la cancha”, y van por la vida dividiendo y enfrentando. Ustedes, queridos
amigos, hoy son un ejemplo y testimonio de cómo tenemos que actuar. Tú me
preguntabas: ¿Cómo comprometerse con el país? Así como lo están haciendo,
permaneciendo unidos más allá de lo que les puede diferenciar, buscando
siempre la ocasión para realizar los sueños por un país mejor, pero juntos.
¡Qué importante es no olvidar que la enemistad social destruye! «Y una familia se destruye por la
enemistad. Un país se destruye por la enemistad. El mundo se destruye por la
enemistad. Todos juntos: ¡El mundo se destruye por la enemistad! ¡El mundo se
destruye por la enemistad!
Y la enemistad más
grande es la guerra. Y hoy día vemos que el mundo se está destruyendo por
la guerra. Porque somos incapaces de sentarnos y hablar [...]. Seamos capaces de crear la amistad social. No
es fácil, siempre hay que renunciar a algo, hay que negociar, pero si lo
hacemos pensando en el bien de todos podremos alcanzar la magnífica
experiencia de dejar de lado las diferencias para luchar juntos por algo
común. Si logramos buscar puntos de coincidencia en medio de muchas
disidencias, en ese empeño artesanal y a veces costoso de tender puentes, de
construir una paz que sea buena para todos, ese es el milagro de la cultura del
encuentro» (ibíd., 169).
Recuerdo ese proverbio que dice: «Si quieres llegar rápido camina solo, si quieres llegar lejos, ve
acompañado». Repito: ¡Si quieres llegar rápido camina solo, si quieres
llegar lejos, ve acompañado! Se trata siempre de soñar juntos, como lo están
haciendo hoy. Sueñen con otros, nunca contra otros; sueñen como han soñado y
preparado este encuentro: todos unidos y sin barreras. Eso es parte de la
“nueva página de la historia” de Mozambique.
Jugar juntos nos enseña que no sólo la resignación es enemiga de los sueños y del
compromiso, también lo es la ansiedad. Resignación y ansiedad. La ansiedad
«Puede ser una gran enemiga cuando nos lleva a bajar los brazos porque
descubrimos que los resultados no son instantáneos. Los sueños más bellos se conquistan con esperanza, paciencia y
determinación, -esperanza, paciencia y determinación- renunciando a las
prisas. Al mismo tiempo, no hay que detenerse por inseguridad, no hay que tener
miedo de apostar y de cometer errores» (ibíd., 142).
Las cosas más hermosas se gestan con el tiempo y, si algo
no te salió la primera vez, no tengas miedo de volver a intentar, una y otra
vez. No tengas miedo a equivocarte,
podemos equivocarnos mil veces, pero no caigamos en el error de detenernos
porque hay cosas que no nos salieron bien la primera vez. El peor error sería
por causa de la ansiedad y abandonar los sueños y las ganas de un país mejor
por la ansiedad.
Por ejemplo, tienen ese hermoso testimonio de María Mutola,
que aprendió a perseverar, a seguir intentando a pesar de no cumplir su anhelo
de la medalla de oro en los tres primeros juegos olímpicos que compitió;
después, al cuarto intento, esta atleta de los 800 metros alcanzó su medalla
de oro en las olimpiadas de Sidney. La ansiedad no la hizo ensimismarse; sus
nueve títulos mundiales no le hicieron olvidar a su pueblo, sus raíces, y sigue
cerca de los niños necesitados de Mozambique. ¡Cuánto nos enseña el deporte
a perseverar en nuestros sueños!
Me gustaría. Un poco largo el discurso ¿no? Son educados.
Me gustaría sumar otro elemento importante: no dejen afuera
a sus mayores. También sus mayores los pueden ayudar a que sus sueños y
aspiraciones no se sequen, no los tire el primer viento de la dificultad o la
impotencia; ellos son nuestras raíces.
«Piensen esto: si una persona les hace una propuesta y les
dice que ignoren la historia, que no recojan la experiencia de los mayores, que
desprecien todo lo pasado y que sólo miren el futuro que él les ofrece, ¿no
es una forma fácil de atraparlos con su propuesta para que solamente hagan lo
que él les dice? Esa persona los necesita vacíos, desarraigados, desconfiados
de todo, para que sólo confíen en sus promesas y se sometan a sus planes.
Así funcionan las ideologías de distintos colores, que destruyen (o
de-construyen) todo lo que sea diferente y de ese modo pueden reinar sin
oposiciones. Para esto necesitan
jóvenes que desprecien la historia, que rechacen la riqueza espiritual y
humana que se fue transmitiendo a lo largo de las generaciones, que ignoren
todo lo que los ha precedido» (ibíd., 181).
Las generaciones anteriores tienen mucho para decirles, para
proponerles. Es cierto que a veces nosotros, los mayores, lo hacemos de modo
impositivo, como advertencia, metiendo miedo; o pretendemos que hagan, digan y
vivan exactamente igual que nosotros. Ustedes tienen que hacer su propia
síntesis, pero escuchando, valorando a los que los han precedido. Y esto, ¿no
es lo que habéis hecho con vuestra música? Al ritmo tradicional de
Mozambique, la “marrabenta”, le habéis incorporado otros modernos y nació el
“pandza”. Lo que escuchaban, lo que veían cantar y bailar a sus padres y
abuelos, lo han hecho suyo. Ese es el camino que les propongo, un camino «hecho
de libertad, de entusiasmo, de creatividad, de horizontes nuevos, pero
cultivando al mismo tiempo esas raíces que alimentan y sostienen» (ibíd.,
184).
Todos estos son pequeños elementos que pueden darles el
apoyo necesario para no achicarse en los momentos de dificultad, sino para
abrir una brecha de esperanza; brecha que les ayudará a poner en juego su
creatividad y a encontrar nuevos caminos y espacios para responder a los
problemas con el gusto de la solidaridad.
Estoy por terminar. Muchos de ustedes naciste bajo el signo
de la paz, una paz trabajosa que pasó por momentos diversos, unos más
luminosos y otros de prueba. La paz es un proceso que también ustedes están
llamados a recorrer, tendiendo siempre vuestras manos especialmente a aquellos
que están pasando en un momento de dificultad. ¡Grande es el poder de la mano
tendida y de la amistad que se juega en lo concreto! Pienso en el sufrimiento
de aquellos jóvenes que llegaron llenos de ilusiones en búsqueda de trabajo a
la ciudad y hoy están sin techo, sin familia y que no encuentran una mano
amiga. Este es el gesto de la mano tendida. Todos: gesto de la mano tendida.
Qué importante es que aprendamos a ser manos amigas y
tendidas. Busquen crecer en la amistad
también con los que piensan distinto, para que la solidaridad crezca entre
ustedes y se transforme en la mejor arma para transformar la historia.
Mano tendida que también nos recuerda la necesidad de
comprometernos por el cuidado de nuestra casa común. Ustedes, sin lugar a
dudas, fueron bendecidos con una belleza natural estupenda: bosques y ríos,
valles y montañas y esas lindas playas.
Pero tristemente, hace pocos meses han sufrido el embate de
dos ciclones, han visto las consecuencias del descalabro ecológico en el que
vivimos. Muchos ya han aceptado el desafío imperioso de proteger nuestra casa
común, y entre estos hay muchos jóvenes. Tenemos un desafío: proteger
nuestra casa común. Este es un lindo sueño para cultivar juntos, como familia
mozambiqueña, una linda lucha que los puede ayudar a mantenerse unidos. Estoy
convencido de que ustedes pueden ser los artesanos de ese cambio tan necesario.
Proteger nuestra casa común, una casa que es de todos y para todos.
Y permítanme decirles una última reflexión: Dios los ama,
y en esa afirmación estamos de acuerdo todas las tradiciones religiosas. «Para
Él realmente eres valioso, tú no eres insignificante, le importas, porque eres
obra de sus manos. Porque te ama. Por eso te presta atención y te recuerda con
cariño. Tienes que confiar en el recuerdo de Dios [...], su memoria es un
corazón tierno de compasión, que se regocija eliminando definitivamente
cualquier vestigio del mal. No quiere llevar la cuenta de tus errores y, en
todo caso, te ayudará a aprender algo también de tus caídas. Porque te ama.
Intenta quedarte un momento en silencio dejándote amar por Él. Intenta
acallar todas las voces y gritos interiores y quédate un instante en sus
brazos de amor» (ibíd., 115).
Lo hacemos ahora juntos… -silencio-. Ese amor de Dios es
sencillo, casi silencioso, discreto: no avasalla, no se impone, no es un amor
estridente u ostentoso; es un «amor de libertad y para la libertad, amor que
cura y que levanta. Es el amor del Señor que sabe más de levantadas que de
caídas, de reconciliación que de prohibición, de dar nueva oportunidad que
de condenar, de futuro que de pasado» (ibíd., 116). Sé que ustedes creen en
ese amor que hace posible la reconciliación; porque creen en ese amor estoy
seguro que tienen esperanza, y que no dejarán de andar con alegría los caminos
de la paz. Muchas gracias y, por favor, no se olviden de rezar por mí. Que
Dios los bendiga. Fuente: Aciprensa.