3 de septiembre 2019. La Iglesia Católica celebra la fiesta
a San Gregorio Magno, quien solía decir que “Donde el amor existe se obran
grandes cosas”. Fue el primer monje en llegar a ser Papa y hoy es Doctor de la
Iglesia.
Nació en Roma en el 540 en una familia de la que había
salido dos Papas: Félix III (483-492), su tatarabuelo, y Agapito (535-536).
Siendo joven ingresó a la carrera administrativa, la cual dejó para ser monje,
transformando la casa de la familia en el monasterio de San Andrés en el Cielo.
Más adelante, el Papa Pelagio lo nombra diácono y lo envía a
Constantinopla como Nuncio Apostólico. Luego es llamado a Roma como secretario
del Pontífice. Allí vivió años difíciles con desastres naturales, carestías y
la peste, de la cual fue víctima el Papa Pelagio II.
El clero, pueblo y senado lo eligieron como Papa y se
preocupó por la conversión de los pueblos jóvenes y de la nueva organización
civil de Europa. Quería entablar relaciones de fraternidad con todos para
anunciarles la palabra de salvación.
El Papa Benedicto XVI, en su audiencia general del 28 de
mayo del 2008, refiriéndose a él, dijo:
“En un tiempo desastroso, más aún, desesperado, supo crear
paz y dar esperanza. Este hombre de Dios nos muestra dónde están las verdaderas
fuentes de la paz y de dónde viene la verdadera esperanza; así se convierte en
guía también para nosotros hoy”.
De su tarea de
consolador y maestro de espiritualidad hallamos una excelente ilustración
en las Homilías sobre el Evangelio o sobre Ezequiel, pronunciadas en Roma en
590-593, cuando todo parecía derrumbarse. En Moralia llevó a cabo una exégesis
del libro bíblico de Job. Presenta a Job como figura del Redentor; en su mujer
ve simbolizada la vida carnal, y en sus amigos, a los herejes, orientando
siempre la interpretación hacia las lecciones morales y teológicas. Los
Diálogos, escritos entre los años 593 y 594, fueron probablemente su obra más
difundida.
ENTRE SUS OBRAS Sobresalen
las epístolas dirigidas contra los herejes y los cismáticos, como los maniqueos
de Sicilia o los donatistas en África, y las que se refieren a los judíos, a
los que San Gregorio concedió libertad de culto y tratamiento benévolo (I, 1,
47), porque "sólo con la mansedumbre, la bondad, las sabias y persuasivas
admoniciones, se puede obtener la unidad de la fe". Gregorio Magno mostró
su preocupación por la formación de los pastores de almas en obras como Regla
pastoral (591), en que expuso los objetivos y reglas de la vida sacerdotal. Fuente: Aciprensa.