7 de septiembre 2019. “La política edifica cuando se vive como
servicio a la comunidad” Discurso del Papa Francisco ante las autoridades en
Madagascar. Palacio Presidencial de Iavoloha. Señor Presidente, Señor Primer
Ministro, Miembros del Gobierno y del Cuerpo Diplomático, Distinguidas
Autoridades, Representantes de diversas confesiones religiosas y de la sociedad
civil, Señoras y señores:
Saludo cordialmente al Presidente de la República de
Madagascar y le agradezco su amable invitación a visitar este hermoso país, así
como las palabras de bienvenida que me ha dirigido. También saludo al Primer
Ministro, a los miembros del Gobierno, del Cuerpo Diplomático y de la sociedad
civil.
Extiendo un saludo fraternal a los obispos, a los miembros
de la Iglesia Católica, a los representantes de otras confesiones cristianas y
diferentes religiones. Doy las gracias a todas las personas e instituciones que
han hecho posible este viaje, especialmente al Pueblo malgache que nos recibe
con gran hospitalidad.
En el preámbulo de la Constitución de la República, ustedes
han querido sellar uno de los valores fundamentales de la cultura malgache: el
fihavanana, que evoca el espíritu de compartir, de ayuda mutua y de solidaridad. En él está incluida también la
importancia del parentesco, la amistad, y la buena voluntad entre los hombres y
con la naturaleza.
De este modo se pone de manifiesto el “alma” de vuestro pueblo
y esas notas particulares que lo distinguen, lo constituyen y le permiten
resistir con valentía y abnegación las múltiples contrariedades y dificultades
a las que se ha de enfrentar a diario.
Si tenemos que reconocer, valorar y agradecer esta tierra
bendecida por su belleza e incontable riqueza natural, no es cosa menor hacerlo
también por esa “alma” que les brinda la fuerza para permanecer comprometidos
con la aina (es decir con la vida) como bien lo recordó el Reverendo. Padre
Antonio de Padua Rahajarizafy, S.J.
Desde la recuperación de la independencia, vuestra nación
aspira a la estabilidad y a la paz, implementando una positiva alternancia
democrática que demuestra el respeto por la complementariedad de estilos y
proyectos. Lo cual deja de manifiesto que «la
política es un vehículo fundamental para edificar la ciudadanía y la actividad
del hombre» (Mensaje para la 52 Jornada Mundial de la Paz, 1 enero 2019),
cuando la viven como servicio a la comunidad humana.
Es claro, por tanto, que la función y la responsabilidad
política son un desafío continuo para quienes tienen la misión de servir y
proteger a sus conciudadanos, especialmente a los más vulnerables, y fomentar
las condiciones para un desarrollo digno y justo involucrando a todos los
actores de la sociedad civil.
Puesto que, como bien recordaba el Papa san Pablo VI, el
desarrollo de una nación «no se reduce al simple crecimiento económico. Para
ser auténtico debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a
todo el hombre» (Carta encíclica. Populorum Progressio, 14).
A este respecto, los aliento a luchar con fuerza y
determinación contra todas las formas endémicas de corrupción y especulación
que aumentan la disparidad social, y a enfrentar las situaciones de gran
precariedad y exclusión que producen siempre condiciones de pobreza inhumana.
De ahí la necesidad de establecer todas las mediaciones
estructurales que garanticen una mejor distribución de los ingresos y una
promoción integral de todos los habitantes especialmente de los más pobres. Esa
promoción no se puede limitar solo a la ayuda asistencial sino al
reconocimiento en cuanto sujetos de derecho llamados a la plena participación
en la construcción de su futuro (cf. Exhortación. apostólica. Evangelii
gaudium, 204-205).
Además, hemos aprendido que no se puede hablar de desarrollo integral sin prestarle atención y
cuidado a nuestra casa común. No se trata solamente de encontrar los medios
para preservar los recursos naturales sino de «buscar soluciones integrales que
consideren las interacciones de los sistemas naturales entre sí y con los
sistemas sociales, porque no hay dos crisis separadas, una ambiental y otra
social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental» (Carta enc. Laudato
si’, 139).
Vuestra hermosa isla de Madagascar es rica en biodiversidad
vegetal y animal, y semejante riqueza se encuentra particularmente en peligro
por la deforestación excesiva en beneficio de unos pocos; su degradación
compromete el futuro del país y el de nuestra casa común. Como ustedes saben,
las últimas selvas están amenazadas por los incendios forestales, la caza
furtiva, la tala desenfrenada de árboles de maderas preciosas.
La biodiversidad vegetal y animal, está en peligro por el
contrabando y las exportaciones ilegales. Es cierto también que, para las
poblaciones afectadas, muchas de estas actividades que dañan el medioambiente
son las que provisoriamente aseguran su supervivencia.
Es importante entonces crear
empleos y actividades generadoras de ingresos, que preserven el medio
ambiente y ayuden a las personas a salir de la pobreza. En otras palabras, no
puede haber un planteamiento ecológico real y un trabajo concreto de
salvaguardar el medio ambiente sin la integración de una justicia social que
otorgue el derecho al destino común de los bienes de la tierra para las
generaciones actuales, así como las futuras.
En este camino todos debemos comprometernos, también la
comunidad internacional. Muchos de sus miembros están presentes hoy aquí. Hay
que reconocer la ayuda que estas organizaciones internacionales han brindado
para el desarrollo del país y que hace visible la apertura de Madagascar al
mundo.
El riesgo será que esa apertura se transforme en una
supuesta “cultura universal” que menosprecie, menoscabe y suprima el patrimonio
cultural de cada pueblo. La globalización económica, cuyos límites son cada vez
más obvios, no debería generar una homogeneización cultural.
Si tomamos parte de un proceso donde respetemos las
prioridades y formas de vida autóctonas y donde se cumplan las expectativas de
los ciudadanos, lograremos que la ayuda proporcionada por la comunidad
internacional no sea la única garantía del desarrollo del país; será el propio
pueblo quién se hará cargo gradualmente de sí mismo, convirtiéndose en artesano
de su destino.
Por eso debemos
prestar especial atención y respeto a la sociedad civil local. Al apoyar
sus iniciativas y sus acciones, se escuchará más la voz de los que no tienen
voz así como las diversas armonías, incluso contradictorias, de una comunidad
nacional que siempre busca su unidad. Los invito a soñar en este camino donde nadie
quede al margen, o vaya solo o se pierda.
Como Iglesia queremos imitar la actitud de diálogo de
vuestra conciudadana, la beata Victoria Rasoamanarivo, que el Papa san Juan
Pablo II beatificó durante su visita, treinta años atrás. Su testimonio de amor
a su tierra y tradiciones, el servicio a los más pobres como signo de su fe en
Jesucristo, nos muestra el camino que también estamos llamados a recorrer.
Señor Presidente, señoras y señores: Deseo reiterar la
voluntad y disponibilidad de la Iglesia católica en Madagascar para contribuir,
en un diálogo permanente con los cristianos de otras confesiones, con los
miembros de las diferentes religiones y con todos los protagonistas de la
sociedad civil, al advenimiento de una verdadera fraternidad que siempre valore
el fihavanana, promoviendo el pleno desarrollo humano para que nadie quede
excluido.
Con esta esperanza, le pido a Dios que bendiga a Madagascar
y a los que aquí viven, que mantenga vuestra hermosa isla en paz y acogedora, y
que la haga próspera y feliz. Fuente: Aciprensa.