22 de septiembre 2019. “Las personas valen más que las cosas”.
Ángelus Regina Coeli, Papa Francisco. Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos
días!. La parábola contenida en el Evangelio
de este domingo (cf. Lucas 16,1-13) tiene como protagonista a un administrador
astuto y deshonesto que, acusado de haber malgastado los bienes del amo, está a
punto de ser despedido. En esta difícil situación, no recrimina, no busca
justificaciones ni se deja desanimar, sino que busca una salida para asegurarse
un futuro tranquilo. Reacciona primero con lucidez, reconociendo sus propios
límites: “excavar, no tengo fuerzas; mendigar, me da vergüenza” (v. 3);
entonces actúa con astucia, robando a su amo por última vez. De hecho, llama a
los deudores y reduce las deudas que tienen con el amo, para hacer amistad con
ellos y luego ser recompensado por ellos, esto
es, hacerse amigos con la corrupción y obtener gratitud con la corrupción, como
lamentablemente sucede hoy.
Jesús presenta este ejemplo no para exhortar a la
deshonestidad, sino a la astucia. De hecho subraya: “El maestro alabó a aquel
administrador deshonesto, porque había actuado con astucia” (ver 8), es decir,
con esa mezcla de inteligencia y astucia que te permite superar situaciones
difíciles. La clave de lectura de esta historia está en la invitación de Jesús
al final de la parábola: “Haga amigos con el dinero deshonesto, para que cuando
estas riquezas fracasen, los reciban en las moradas eternas” (v. 9). Parece un
poco confuso pero no lo es, la “riqueza
deshonesta” es el dinero -también llamado “estiércol del diablo”- y, en
general, los bienes materiales.
La riqueza puede
llevar a la construcción de muros, a la creación de divisiones y a la
discriminación. Jesús, por el contrario, invita a sus discípulos a invertir
el curso: “Háganse amigos con la riqueza”. Es una invitación a saber
transformar bienes y riquezas en relaciones, porque las personas valen más que las cosas y cuentan más que las riquezas
que poseen. En la vida, de hecho, no son los que tienen la riqueza los que
dan fruto, sino los que crean y mantiene
vivos tantos lazos, tantas relaciones, tantas amistades a través de las
diferentes “riquezas”, es decir de los
diferentes dones con los que Dios los ha dotado. Pero Jesús también indica el
propósito último de su exhortación: “Háganse amigos de las riquezas, para que
te acojan en las moradas eternas. Si somos capaces de transformar las riquezas
en instrumentos de fraternidad y solidaridad, no solo será Dios quien nos acoja
en el Paraíso, sino también aquellos con los cuales hemos compartido, administrando bien lo que el Señor ha
puesto en nuestras manos.
Hermanos y hermanas esta página del Evangelio hace resonar
en nosotros la pregunta del administrador deshonesto expulsado por el patrón:
“¿Qué voy a hacer ahora?” (v. 3). Frente a nuestras faltas y a nuestros fallos
Jesús nos asegura que siempre estamos a
tiempo para sanar el mal hecho con el bien. Quién ha causado lágrimas, haga
feliz a alguien; quien ha robado indebidamente, done a quien está en necesidad.
Al hacerlo, seremos alabados por el Señor “porque hemos actuado con astucia”,
es decir, con la sabiduría de aquellos que se reconocen como hijos de Dios y se
ponen en juego por el Reino de los Cielos.
Que la Santísima Virgen nos ayude a ser astutos para
asegurarnos no el éxito mundano, sino la vida eterna, para que en el momento
del juicio final las personas necesitadas a las que hemos ayudado sean testigos
de que en ellas hemos visto y servido al Señor en ellos. Fuente: Zenit. Org.