9 de octubre de 2019

LA COMUNIÓN EUCARÍSTICA. Catequesis Mistagógica.


9 de octubre 2019. “La comunión Eucarística”. Catequesis Mistagógica. Seguimos profundizando los elementos del rito de comunión, en este domingo analizaremos el momento cumbre de la Eucaristía que es la comunión. Padre Héctor Giovanny Sandoval Moreno. Delegado para la pastoral litúrgica. Arquidiócesis de Ibagué.
La comunión es, ante todo, la culminación de la Misa, puesto que ésta es “a la vez e inseparablemente el sacrificio en el que se perpetúa el sacrificio de la Cruz y banquete sagrado, en el que por la comunión del Cuerpo y de la Sangre del Señor, el pueblo participa en los bienes del sacrificio pascual, renueva la Alianza entre Dios y los hombres, y prefigura y anticipa en la fe y en la esperanza el banquete escatológico en el Reino del Padre” (Eucaristicum Mysterium, 3).

La comunión eucarística es el encuentro espiritual más amoroso y profundo, más cierto y santificante, que podemos tener con Cristo en este mundo. Es una inefable unión espiritual con Jesucristo glorioso. Se trata, en el orden del amor y de la gracia, de un misterio inefable, de algo que apenas es capaz de expresar el lenguaje humano. Cristo se entrega en la comunión como alimento, como “pan vivo bajado del cielo”, que va transformando en Él a quienes le reciben. A éstos, que en la comunión le acogen con fe y amor, les promete inmortalidad, abundancia de vida y resurrección futura. Más aún, les asegura una perfecta unión vital con Él: “El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Y así como yo vivo por mi Padre, así también el que me come vivirá por mí”(Juan 6,57).

Siendo un momento tan extraordinario de gracia, debemos disponernos a vivirlo con una fe intensa, con sentido de adoración y entrega completa a su voluntad. Sólo la gracia de Dios, que actúa a través de la oración, puede disponernos adecuadamente. Por eso la piedad cristiana ha creado muchas oraciones para prepararse a la comunión. El Misal presenta dos oraciones para que el sacerdote haga una de ellas en secreto antes de comulgar. Éstas reflejan los sentimientos de la Iglesia. La más extensa dice: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que por voluntad del Padre, cooperando el Espíritu Santo, diste con tu muerte la vida al mundo, líbrame por la recepción de tu Cuerpo y de tu Sangre, de todas mis culpas y de todo mal. Concédeme cumplir siempre tus mandamientos y jamás permitas que me separe de ti”.

El Señor ha dicho: “Tomad, comed... Bebed de ella todos” (Mateo 26, 26 s). El Papa emérito, Benedicto XVI comenta a este respecto: “No se puede comer al Resucitado, presente en la figura del pan, como un simple pedazo de pan. Comer este pan es comulgar, es entrar en comunión con la persona del Señor vivo. Esta comunión, este acto de comer, es realmente un encuentro entre dos personas, es dejarse penetrar por la vida de Aquel que es el Señor, de Aquel que es mi Creador y Redentor. La finalidad de esta comunión, de este comer, es la asimilación de mi vida a la suya, mi transformación y configuración con Aquel que es amor vivo. Por eso, esta comunión implica la adoración, implica la voluntad de seguir a Cristo, de seguir a Aquel que va delante de nosotros” (Homilía. Corpus Christi 2005).

Santa Teresa de Lisieux decía que Jesús no se ha quedado en la Eucaristía para estar en un frío copón, sino para vivir en los corazones de los fieles. El amor impulsó a Cristo a instituir la Eucaristía para estar cerca, más aún, dentro, de los que amaba, para que pudiéramos vivir de Él y vivir por Él: “El que me come vivirá por Mí” (Juan 6, 57).

La comunión es prenda de la gloria futura, es un adelanto del cielo, donde toda nuestra existencia será amar y adorar a Cristo. Una vez más, dejemos renovarse en nosotros la gratitud y el asombro ante el amor de un Dios que se hace Eucaristía para dejarse comer, para unirnos a Él y transformarnos en Él.

El Papa emérito, Benedicto ha escrito: “Quisiera llamar la atención sobre un problema pastoral con el que nos encontramos frecuentemente en nuestro tiempo. Me refiero al hecho de que en algunas circunstancias, como por ejemplo en las santas Misas celebradas con ocasión de matrimonios, exequias o acontecimientos análogos, además de fieles practicantes, asisten también a la celebración otros que tal vez no se acercan al altar desde hace años, o quizás están en una situación de vida que no les permite recibir los sacramentos. Otras veces sucede que están presentes personas de otras confesiones cristianas o incluso de otras religiones. Situaciones similares se producen también en iglesias que son meta de visitantes, sobre todo en las grandes ciudades en las que abunda el arte. En estos casos, se ve la necesidad de usar expresiones breves y eficaces para hacer presente a todos el sentido de la comunión sacramental y las condiciones para recibirla” (SC, 50).

San Pablo habla claramente sobre la posibilidad de comuniones indignas: «Quien come el pan y bebe el cáliz del Señor indignamente será reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Examínese, pues, el hombre a sí mismo y entonces coma del pan y beba del cáliz; pues el que sin discernir come y bebe el cuerpo del Señor, se come y bebe su propia condenación. Por esto hay entre vosotros muchos flacos y débiles, y muchos muertos» (1Corintios 11,27-29). El Apóstol atribuye los peores males de la comunidad cristiana de Corinto a un uso abusivo de la comunión eucarística.

Es por tanto necesario que cada cual se examine atentamente, con una conciencia recta y cierta antes de recibir el Cuerpo Precioso de Cristo. De cualquier modo, el estado de gracia, de amistad con Dios, constituye la “condición mínima” para poder recibir la Eucaristía, y la vida cristiana no puede ser planteada nunca bajo criterios de mínimos. Junto a la limpieza de conciencia deben estar presentes en nuestro corazón el amor, la fe viva, el deseo intenso de unión con Dios.

Afirma el Papa, san Juan Pablo II: “La eficacia salvífica del sacrificio se realiza plenamente cuando se comulga recibiendo el cuerpo y la sangre del Señor. De por sí, el sacrificio eucarístico se orienta a la íntima unión de nosotros, los fieles, con Cristo mediante la comunión: le recibimos a Él mismo, que se ha ofrecido por nosotros; su cuerpo, que Él ha entregado por nosotros en la Cruz; su sangre, « derramada por muchos para el perdón de los pecados » (Mateo 26, 28)” (EE, 16).

Parece claro que en la grave cuestión de la comunión frecuente, la mayor tentación de error es hoy la actitud laxista o relativista, por eso tenemos que recordar la doctrina de la Iglesia católica, expresada en el decreto del Papa San Pío X, que permanece vigente. Hoy «la Iglesia recomienda vivamente a los fieles recibir la santa eucaristía los domingos y los días de fiesta, o con más frecuencia aún, incluso todos los días» Pidamos al Señor, por intercesión de María, Madre de la Eucaristía, nos conceda recibir a su Hijo en el Sacramento del amor con un corazón abierto y puro, sencillo y obediente como el suyo, para que seamos transformados en un sacrificio vivo, en “Cuerpo que se entrega” para la vida del mundo.  Correo del autor:  hectorgeovannys@gmail.com