2 de octubre de 2019

LA FRACCIÓN DEL PAN. Catequesis Mistagógica.


2 de octubre 2019. Seguimos profundizando los elementos del rito de comunión, en este domingo analizaremos la fracción del pan que muchas veces en la praxis celebrativa pasa muy desapercibida para la asamblea. Padre Héctor Giovanny Sandoval Moreno. Delegado para la pastoral litúrgica. Arquidiócesis de Ibagué.
Concluido el rito de la paz, el sacerdote parte el pan. Así pues entramos en el tercer elemento de la preparación a la comunión: la fracción del pan. Nos recordaba el papa emérito Benedicto XVI: “Partir el pan para todos es principalmente la función del padre de familia que en cierto modo representa con ello también a Dios Padre que, a través de la fertilidad de la tierra, distribuye a todos nosotros lo necesario para vivir. Partir y compartir: precisamente el compartir crea comunión”


Es esta fracción del pan, uno de los nombres del sacramento de la Eucaristía, pues “este rito, propio del banquete judío, fue utilizado por Jesús cuando bendecía y distribuía el pan como cabeza de familia, sobre todo en la Última Cena. En este gesto los discípulos lo reconocerán después de la resurrección (cf Lucas 24,23-35), y con esa expresión los primeros cristianos designaron sus asambleas Eucaristicas (cf Hechos 2,42.46). Con él se quiere significar que todos los que comen de este único pan, partido, que es Cristo, entran en comunión con Él y forman un solo cuerpo en Él” (Catecismo de la Iglesia, n. 1329)

Este gesto simbólico de la fracción del pan sugiere, en primer lugar, un sentido “sacrificial”: pan partido, Cuerpo inmolado, que es amplificado por el canto del Cordero de Dios, que incluye esa entrega sacrificial de Cristo. El Señor Jesús ya no es únicamente el padre de familia que reparte el alimento, sino que el alimento que reparte es su mismo cuerpo inmolado, entregado.

De este modo se nos recuerda que la Eucaristía no es solo una acción litúrgica, sino que busca implicar toda nuestra vida. Sí queremos identificarnos con Cristo en la comunión, hemos de imitarle: debemos entregarnos, servir a los demás; se requiere que nos olvidemos de nosotros mismos y nos convirtamos en alimento espiritual para los demás.

Decía el papa Benedicto XVI: “la preocupación por el otro, no es un segundo sector del cristianismo junto al culto, sino que está enraizada precisamente en el culto y forma parte de él. En la Eucaristía, en la fracción del pan, la dimensión horizontal y la vertical están unidas”

También la fracción del pan tiene un segundo significado, complementario del anterior. La fracción del pan es signo de la comunión con Dios y con los hermanos en la misma línea del Padre Nuestro y del gesto de la paz. De hecho, la dirección cristológica del gesto es evidente: el pan que se parte y se comparte es Cristo. De ahí que los fieles, siendo muchos, “en la Comunión de un solo pan de vida, que es Cristo muerto y resucitado para la vida del mundo, se hacen un solo cuerpo (1 Corintios 10,17)”
Luego sigue un gesto sencillo e importante al mismo tiempo: la conmixtio. Consiste en que el sacerdote introduce una pequeña partícula del Cuerpo de Cristo en el cáliz.  La unión de las dos especies del pan y el vino consagrados, que hasta entonces habían estado separadas, simbolizan la única persona de Cristo glorioso, vivificado por el Espíritu Santo. La Ordenación General del Misal Romano dice: “El sacerdote realiza la fracción del pan y deposita una partícula de la hostia en el cáliz, para significar la unidad del Cuerpo y de la Sangre del Señor en la obra salvadora, es decir, del Cuerpo de Cristo Jesús viviente y glorioso” (OGMR 72).

Después, el sacerdote, mostrando al pueblo la hostia consagrada, repite las palabras de Juan Bautista: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1, 29). Y añade las palabras que, según el Apocalipsis, dice en la liturgia celeste «una voz que sale del Trono, una voz como de gran muchedumbre, como voz de muchas aguas, y como voz de fuertes truenos: ... "Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero"» (Apocalipsis 19,1-9). En efecto, dice el sacerdote: «Dichosos los invitados a la cena del Señor».

A continuación, la asamblea responde repitiendo las palabras del centurión romano, que maravillaron a Cristo por su humilde y atrevida confianza: «Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme» (Mateo 8,8-10).

Sin duda que conocer el sentido de las palabras y los gestos de la liturgia nos ayudan a entrar en comunión con el Señor. Pero es esencial la fe viva en aquellos que participamos en la Eucaristía. Descubrir la presencia del Señor, su amor que se hace donación para entrar en comunión conmigo, es clave. Con palabras de Benedicto XVI, “la Eucaristía es el don que Jesucristo hace de sí mismo, manifestando el amor infinito de Dios por cada hombre” (SC 1).

Pidamos en este mes  a María, la mujer eucarística, que nos ayude a no desperdiciar el tesoro que Dios ha dado en la Eucaristía, sino que amando y viviendo el misterio de Cristo seamos transformados en Él.  Correo del autor:  hectorgeovannys@gmail.com