Mensaje de
San Juan Pablo II en la Jornada por la paz del año 2002
Autor: Luis
José Rueda Aparicio, Arzobispo de Bogotá y presidente de la Conferencia
Episcopal de Colombia Diez puntos entre sacados de un poderoso y muy actual, San Juan Pablo II.
“La verdadera paz, pues, es fruto de la
justicia, virtud moral y garantía legal que vela sobre el pleno respeto de
derechos y deberes, y sobre la distribución ecuánime de beneficios y
cargas. Pero, puesto que la justicia humana es siempre frágil e imperfecta,
expuesta a las limitaciones y a los egoísmos personales y de grupo, debe
ejercerse y en cierto modo completarse con el perdón, que cura las heridas y
restablece en profundidad las relaciones humanas truncadas.
Esto vale tanto para las tensiones que afectan
a los individuos, como para las de alcance más general, e incluso
internacional. El perdón en modo alguno
se contrapone a la justicia, porque no consiste en inhibirse ante las legítimas
exigencias de reparación del orden violado. El perdón tiende más bien a esa
plenitud de la justicia que conduce a la tranquilidad del orden y que, siendo
mucho más que un frágil y temporal cese de las hostilidades, pretende una
profunda recuperación de las heridas abiertas. Para esta recuperación, son
esenciales ambos, la justicia y el perdón.”
1. Siguiendo la enseñanza y el ejemplo de
Jesús, los cristianos están convencidos de que mostrar misericordia significa vivir plenamente la verdad de
nuestra vida: podemos y tenemos que ser misericordiosos, porque nos ha sido
manifestada la misericordia por un Dios que es Amor misericordioso.
2. A cuantos le objetaban que comía con los
pecadores, Jesús les ha contestado: «Id, pues, a aprender qué significa aquello
de: Misericordia quiero, que no sacrificio. Porque no he venido a llamar a
justos, sino a pecadores» (Mt 9, 13). Los seguidores de Cristo, bautizados en
su muerte y en su resurrección, deben
ser siempre hombres y mujeres de misericordia y perdón.
3. El
perdón, antes de ser un hecho social, nace en el corazón de cada uno. Sólo
en la medida en que se afirma una ética y una cultura del perdón se puede
esperar también en una «política del perdón», expresada con actitudes sociales
e instrumentos jurídicos, en los cuales la justicia misma asuma un rostro más
humano.
4. En realidad, el perdón es ante todo una decisión personal, una opción del
corazón que va contra el instinto espontáneo de devolver mal por mal. Dicha
opción tiene su punto de referencia en el amor de Dios, que nos acoge a pesar
de nuestro pecado y, como modelo supremo, el perdón de Cristo, el cual invocó
desde la cruz: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen» (Lucas 23,
34).
5. El ser humano cuando comete el mal, se da
cuenta de su fragilidad y desea que los otros sean indulgentes con él. Por
tanto, ¿por qué no tratar a los demás
como uno desea ser tratado?
6. Todo ser humano abriga en sí la esperanza
de poder reemprender un camino de vida y no quedar para siempre prisionero de
sus propios errores y de sus propias culpas. Sueña con poder levantar de nuevo la mirada hacia el futuro, para
descubrir aún una perspectiva de confianza y compromiso.
7. El
perdón es necesario también en el ámbito social. Las familias, los grupos,
los Estados, la misma Comunidad Internacional, necesitan abrirse al perdón para
remediar las relaciones interrumpidas, para superar situaciones de estéril
condena mutua, para vencer la tentación de excluir a los otros, sin concederles
posibilidad alguna de apelación. La capacidad de perdón es básica en cualquier
proyecto de una sociedad futura más justa y solidaria.
8. Por el contrario, la falta de perdón,
especialmente cuando favorece la prosecución de conflictos, tiene enormes
costes para el desarrollo de los pueblos. ¡Cuánto
sufre la humanidad por no saberse reconciliar, cuántos retrasos padece por
no saber perdonar! La paz es la condición para el desarrollo, pero una
verdadera paz es posible solamente por el perdón.
9. La propuesta del perdón no se comprende de
inmediato ni se acepta fácilmente; es un mensaje en cierto modo paradójico. En
efecto, el perdón comporta siempre a
corto plazo una aparente pérdida, mientras que, a la larga, asegura un
provecho real. La violencia es exactamente lo opuesto: opta por un beneficio
sin demora, pero, a largo plazo, produce perjuicios reales y permanentes.
10. El perdón podría parecer una debilidad; en
realidad, tanto para concederlo como para aceptarlo, hace falta una gran fuerza
espiritual y una valentía moral a toda prueba. Lejos de ser menoscabo para la
persona, el perdón la lleva hacia una
humanidad más plena y más rica, capaz de reflejar en sí misma un rayo del
esplendor del Creador.
+Luis José Rueda Aparicio
Arzobispo
de Bogotá y presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia
Fuente e
Imagen de Conferencia Episcopal de Colombia