23 de octubre 2018. ¿Existe el diablo o solamente el mal?
Pbro. Raúl Ortiz Toro. Licenciatura en Teología Patristica e Historia de la
Teología - Pontificia Universidad Gregoriana de Roma (Italia) - Maestría en
Bioetica - Universidad Pontificia Regina Apostolorum de Roma (Italia). Docente,
Seminario Mayor San José de Popayán, Colombia.
Si la pregunta sobre la existencia de Dios está hoy en día muy en boga y
nos toca, con razón, ofrecer argumentos para defenderla, podemos decir que en
las últimas décadas la cuestión se ha extendido a la existencia del diablo
(acusador) o demonio (maligno) o satanás (adversario)
a propósito, escribía Charles Baudelaire, un
conocido literato francés, que “la mayor astucia del diablo es hacernos creer
que no existe”; quizá por ello, en alguna ocasión, por allá en los años setenta
del siglo pasado, el obispo de Estrasburgo (Francia), Monseñor Elchinger, llegó
a proponer una especie de acto de fe a propósito del demonio: “Creo en su
existencia, en su influencia, en su inteligencia sutil, en su capacidad suprema
de disimulo… en su capacidad consumada de llegar a hacer creer que no existe”.
(G. Hubert El diablo hoy).
La existencia del diablo ha de afirmarse pero sin olvidar
que no se ha de caer en el fundamentalismo de endilgarle todas las desgracias
del mundo o de verlo como enemigo único del alma; con razón, la tradición
cristiana siempre ha defendido que no solo el demonio es enemigo del alma sino
también el mundo y la carne. De lo contrario, estaríamos cayendo en una especie
de demoniocentrismo, dándole un protagonismo desmedido ignorando que el
verdadero centro tiene que ser Cristo, quien por su sangre nos ha dado una
nueva vida (Cf. Colosenses 1,14). Aquí hay que anotar que ciertas corrientes de
espiritualidad tratan tanto el tema del demonio que terminan desplazando temas
fundamentales como la vida de gracia, la bondad del hombre, la providencia
divina. Ni qué decir de los que ven influencias del demonio en casos clínicos
que deben tratarse médicamente (como la epilepsia) o psiquiátricamente (como
los trastornos psicóticos).
Por otra parte, si damos pie a un debate sobre la existencia
del diablo, esta pregunta es muy distinta a la cuestión sobre el mal, que en
términos muy sencillos es “ausencia de un bien particular” (Santo Tomás de Aquino)
y tiene a veces una connotación subjetiva y cultural. Acaso habrá alguien que
no crea en el mal (mal moral: un pecado; mal físico: un terremoto; mal
metafísico: el sufrimiento; o, incluso, el mal estético del cual hablaba Hegel:
la necesidad de contrastes en la vida, etc) o que no haya experimentado las
consecuencias de éste.
Así las cosas, el mal es mucho más que el diablo (porque el
mal que, por una parte, no tiene origen en Dios Creador, por otra, no tiene
origen siempre y necesariamente en el demonio; por ejemplo, un terremoto que es
un mal evidente no está causado por el diablo sino que responde a las leyes de
la naturaleza, respetadas por Dios (Leibniz)). Y aunque el mal supere al
diablo, no obstante el diablo es más peligroso que el mal.
Al respecto, en primer lugar, la doctrina cristiana
considera que el mal existe como un misterio de inequidad, usando una expresión
paulina (2 de Tesalonicenses 2,7). Detrás de esta realidad hay un misterio que
ya en la cultura hebrea se evidencia en el relato del pecado original que
encontramos en el Génesis (capítulo 3), y que no tiene relación causal en Dios
ni en un semidios, como quisieran los defensores del maniqueísmo, que creen que
hay dos principios: el bien y el mal a los cuales corresponden dos dioses: un
dios bueno y un dios malo.
En segundo lugar, el diablo es una especie de prototipo del
miedo y la repulsión que tiene el hombre religioso al mal, o sea en él ve el
resumen del mal. Ya se ha dicho que no se trata de un semi-dios con poderes
sobrenaturales, ni siquiera de una persona o de una simple fuerza impersonal o
un espectro. Para ir dando una definición, el Catecismo de la Iglesia Católica
habla de este personaje y lo enmarca en el primer artículo del credo
Nicenoconstantinopolitano: “Creo en Dios Padre Todopoderoso, creador del cielo
y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible”. De allí que, en primer
lugar, debemos concluir que lo que no es Dios, es criatura. El diablo, por lo
tanto, ha sido creado. Se trata de una creatura y por lo tanto, es un ser
limitado y su límite natural es en sí la voluntad de Dios, es decir, lo que él
le permite hacer.
Pensará alguien: “¡Dios injusto! ¡Permite al diablo actuar
en contra del hombre!”. Pero no es así de sencillo. La respuesta la encontramos
en la Sagrada Escritura, cuando en la carta de Santiago (1,2) se afirma:
“Considerad como perfecta alegría, hermanos míos, cuando os veáis cercados por
diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce constancia”. Si
bien no todas las pruebas provienen del diablo, todo lo que hace el diablo sí
es una prueba para el hombre, como lo vemos en el libro de Job. A juicio del
padre J.A. Fortea, un famoso exorcista español, “Dios sabía que los demonios
aunque por un lado fueran causa de males, también serían ocasión de mayores
bienes, pues serían ocasión de que la virtud fuera más valiosa” (Summa
Daemoniaca, cuestión 26). Y dice el Catecismo (numeral 395): “Que Dios permita
la actividad diabólica es un gran misterio, pero “nosotros sabemos que en todas
las cosas interviene Dios para bien de los que le aman” (Romanos 8,28).
Después de decir que el diablo es una criatura debemos
afirmar que se trata de una entidad maligna de naturaleza espiritual (ni
naturaleza divina, ni humana), con voluntad y entendimiento y por lo tanto, no
una persona pero sí un ser con carácter personal e inmortal, no eterno
(Cf. Catecismo, 330). Fue un ángel bueno
creado por Dios que se hizo malo a sí mismo (Cf. Catecismo, 391) a través del
rechazo irremediable, con su voluntad y entendimiento, a Dios y a su Reino.
Está condenado eternamente y como su decisión fue irrevocable, esto lo hace
imperdonable, razón por la cual no podemos hablar ni siquiera como hipótesis de
un arrepentimiento del diablo que lo lleve a su conversión (Algunos ven en la
doctrina de la apocatástasis de Orígenes de Alejandría esta posición herética).
Dejar en firme la existencia del diablo nos ayuda a
comprender que hay una entidad maligna espiritual que quiere seducirnos para
que sigamos su mismo destino: la condenación. El diablo encarna la envidia, que
siente al vernos encaminados a la santidad de Dios, a la vida eterna, a la
contemplación de Dios que no podrá disfrutar; con la tentación para que
pequemos y con el pecado mismo va cumpliendo su cometido. El hombre reacciona
ante este despotismo de quien nos quiere ver esclavos del mal y, con la conversión,
expresada en el dolor por haber pecado, y a través de un propósito de cambio,
la confesión sacramental y una sensata penitencia la libertad del hombre se
encamina a seguir edificando el Reino de Dios en su vida.