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de octubre 2018. ¿Por qué seguir en la Iglesia a pesar de la tormenta? Fuente: religión en libertad. Com. Hace
escasas fechas, George Weigel, biógrafo de San Juan Pablo II, se refería a 2018
como un annus horribilis católico. El contexto es conocido: la renuncia en
pleno del episcopado chileno, el caso del cardenal Theodore McCarrick, el
informe del gran jurado de Pensilvania o el que empieza a conocerse en
Alemania, el terremoto originado por el testimonio del arzobispo Carlo Maria
Viganò y las enfrentadas reacciones subsiguientes, o el inicio inminente de un
sínodo sobre los jóvenes cuyo punto de partida inquieta no menos al mismo
Weigel que al arzobispo de Filadelfia, Charles Chaput.
Las
inquietudes del teólogo y pastor Ratzinger en 1970 se referían al “vacío
desconcertante”, la “extraña situación
de confusión” y la “disgregación” del postconcilio, acumulación de “muchos y
opuestos motivos para no permanecer en la Iglesia”. La misma desazón que se
apodera hoy de numerosos católicos ante el predominio mediático de todo cuanto
pueda perjudicar a la Iglesia y la evidencia de que, por interesado y
manipulador que pueda resultar ese predominio, responde a lo que el mismo
Francisco ha reconocido como “atrocidades cometidas por personas consagradas”.
En
ese sentido, la conferencia del obispo Ratzinger es un auténtico bálsamo para
este annus horribilis, porque aporta criterios de fe y de razón para la
esperanza y la fidelidad en medio de la tormenta. La pronunció el 11 de junio
de 1970 en Múnich por invitación de la Katholischen Akademie de Baviera, y se
recoge en un volumen compartido con Hans Urs von Balthasar precisamente para
responder a la cuestión de por qué seguir siendo cristiano y miembro de la
Iglesia en los momentos en los que la bate la tormenta.
El
texto ha sido traducido y preparado por el sacerdote y teólogo Pablo Cervera
para su inclusión en el tomo VIII/2 (La Iglesia, signo entre los pueblos, de
aparición en enero de 2019) de las Obras Completas de Joseph Ratzinger.
Las
causas de que alguien pueda pensar en abandonar la Iglesia
De
la exposición que hace el futuro pontífice pueden deducirse algunas causas por
las que la Iglesia ha llegado a una situación como la que él mismo describe.
La eficacia como criterio
supremo
“La
perspectiva contemporánea", afirma, "ha determinado nuestra mirada
sobre la Iglesia, de tal modo que hoy prácticamente sólo vemos la Iglesia desde
el punto de vista de la eficacia, preocupados por descubrir qué es lo que
podemos hacer con ella... Para nosotros hoy no es nada más que una organización
que se puede transformar, y nuestro gran problema es el de determinar cuáles
son los cambios que la harían «más eficaz» para los objetivos particulares que
cada uno se propone".
Con
este concepto, la conversión personal pasa a un segundo plano. El "núcleo
central" de cualquier "reforma" en la Iglesia "es un
proceso espiritual, totalmente cercano al cambio de vida y a la conversión, que
entra de lleno en el corazón del fenómeno cristiano: solamente a través de la
conversión se llega a ser cristianos; esto vale tanto para la vida particular
de cada uno como para la historia de toda la Iglesia".
Obsesión por las estructuras
Como
consecuencia de lo anterior, abandonado el "esfuerzo y el deseo de
conversión", se espera la salvación "únicamente del cambio de los
demás, de la transformación de las estructuras, de formas siempre nuevas de
adaptación a los tiempos". Lo reformable son entonces solo "las
realidades secundarias y menos importantes de la Iglesia. No es de extrañar,
por tanto, que la misma Iglesia aparezca en definitiva como algo
secundario".
La
obsesión contra "las estructuras" se convierte así en "una
sobrevaloración del elemento institucional de la Iglesia sin precedentes en su
historia", de modo que "para muchos la Iglesia queda reducida a esa
realidad institucional" y "la pregunta sobre la Iglesia se plantea en
términos de organización".
Las interpretaciones sustituyen
a la fe
Ratzinger
alerta de que los aplausos a la Iglesia ante ciertos cambios provienen de
"aquellos que no [tienen] ninguna intención de llegar a ser creyentes en
el sentido de la tradición cristiana, pero [saludan] este «progreso» de la
Iglesia como una confirmación de sus propias opciones y de los caminos
recorridos por ellos".
Eso
fuera de la Iglesia. Pero dentro sucede algo parecido, con la incertidumbre
introducida por interpretaciones de la fe en las que "las verdades pierden
sus propios contornos", con lo cual "los límites entre la
interpretación y la negación de las verdades principales se hacen cada vez más
difíciles de reconocer".
Ratzinger
lo dice sin tapujos: "El derecho de ciudadanía que la incredulidad ha
adquirido en la Iglesia vuelve la situación cada vez más insoportable tanto
para unos como para otros".
Denigración de la Iglesia
histórica
Cuando
los católicos aceptan e incluso propagan la mayor parte del discurso
anticatólico sobre el pasado de la Iglesia, siembran la semilla del abandono de
la fe.
La
Iglesia siempre se vio a sí misma como "el gran estandarte escatológico
visible desde lejos que convocaba y reunía a los hombres. Según el concilio de
1870, ella era el signo esperado por el profeta Isaías (11,12), la señal que
incluso desde lejos todos podían reconocer y que a todos indicaba claramente el
camino a recorrer. Con su maravillosa propagación, su eminente santidad, su
fecundidad para todo lo bueno y su profunda estabilidad, ella representaba el
verdadero milagro del cristianismo, la mejor prueba de su credibilidad ante la
historia".
Hoy,
incluso desde dentro de la Iglesia se traslada la idea de que es "no una
comunidad maravillosamente difundida, sino una asociación estancada...; no ya
una profunda santidad, sino un conjunto de debilidades humanas, una historia
vergonzosa y humillante, en la que no ha faltado ningún escándalo... de modo
que quien pertenece a esa historia no puede hacer otra cosa que cubrirse
vergonzosamente la cara... Así, la Iglesia no aparece ya como el signo que invita
a la fe, sino precisamente como el obstáculo principal para su
aceptación".
Razones para seguir en la
Iglesia
“Ante
la situación presente, ¿cómo se puede justificar la permanencia en la
Iglesia?”, se pregunta Ratzinger, como pueden estar preguntándose hoy miles de
católicos: “Dicho en otros términos: la opción por la Iglesia, para que tenga
sentido, ha de ser espiritual. Pero ¿en qué puede apoyarse una opción
espiritual?” Igual que vale la pregunta, valen también las respuestas que
proponía entonces el futuro Benedicto XVI.
Porque la Iglesia no es
nuestra, sino “Suya”
"Permanezco
en la Iglesia", explica, "porque creo que hoy como ayer, e
independientemente de nosotros, detrás de «nuestra Iglesia» vive «Su Iglesia»,
y que no puedo estar cerca de Él si no es permaneciendo en su Iglesia.
Permanezco en la Iglesia porque, a pesar de todo, creo que no es en el fondo
nuestra sino «Suya». Dicho en términos muy concretos: es la Iglesia la que, no
obstante todas las debilidades humanas existentes en ella, nos da a Jesucristo;
solamente por medio de ella puedo yo recibirlo como una realidad viva y
poderosa, que me interpela aquí y ahora".
Por
eso, "quien desea la presencia de Cristo en la humanidad, no la puede
encontrar contra la Iglesia, sino solamente en ella".
Porque no se puede ser
cristiano en solitario
"No
se puede creer en solitario", dice el futuro Papa: "La fe sólo es
posible en comunión con otros creyentes. La fe, por su misma naturaleza, es
fuerza que une. Su verdadero modelo es la realidad de Pentecostés, el milagro
de compresión que se establece entre las personas de procedencia y de historia
diversas. Esta fe o es eclesial o no es tal fe".
Porque la fe no puede ser una
elección personal
Esa
eclesialidad es garantía contra el capricho y la volubilidad de la creencia
puramente privada: "Además, así como no se puede creer en solitario, sino
sólo en comunión con otros, tampoco se puede tener fe por iniciativa propia o
invención, sino sólo si existe alguien que me comunica esta capacidad, que no
está en mi poder, sino que me precede y me trasciende. Una fe que fuese fruto
de mi invención sería un contrasentido".
Si
fuese algo puramente personal, la fe "me podría decir y garantizar
solamente lo que yo ya soy y sé, pero nunca podría superar los límites de mi
yo. Por eso una Iglesia, una comunidad que se hiciese a sí misma, que estuviese
fundada sólo sobre la propia gracia, sería un contrasentido. La fe exige una
comunidad que tenga poder y sea superior a mí, y no una creación mía ni el
instrumento de mis propios deseos".
"Todo
esto se puede formular también desde un punto de vista más histórico",
precisa Ratzinger, atendiendo a la condición divina de Jesús. Porque si Jesús
no fue un ser superior al hombre, "yo me encontraría al arbitrio de mis
reconstrucciones mentales y Él no sería nada más que un gran fundador, que se
hace presente a través de un pensamiento renovado. Si en cambio Jesús es algo
más, Él no depende de mis reconstrucciones mentales, sino que su poder es
válido todavía hoy".
Porque el mundo sin Cristo
sería peor
"¿Qué
sería el mundo sin Cristo, sin un Dios que habla y se manifiesta, que conoce al
hombre y a quien el hombre puede conocer?", se pregunta el que sería pocos
años después arzobispo de Múnich: "La respuesta nos la dan clara y nítida
quienes con tenacidad enconada tratan de construir efectivamente un mundo sin
Dios", dice en clara referencia a los totalitarismos del siglo XX,
erigidos con la finalidad expresa de prescindir de Él.
"Permanezco
en la Iglesia", resuelve entonces, "porque creo que la fe, realizable
solamente en ella y nunca contra ella, es una verdadera necesidad para el
hombre y para el mundo. Este vive de la fe aun allí donde no la comparte. De
hecho, donde ya no hay Dios —y un Dios que calla no es Dios— no existe tampoco
la verdad que es anterior al mundo y al hombre".
Porque solo la Iglesia salva al
hombre, por la Cruz
"El
mismo pensamiento puede ser expresado de otra manera: permanezco en la Iglesia
porque solamente la fe de la Iglesia salva al hombre", afirma a
continuación el teólogo de prestigio que era el interviniente. Hace un repaso
de las erradas corrientes de pensamiento moderno (cita a Freud, Jung, Marcuse,
Adorno, Habermas, Marx) que buscan la salvación del hombre: "El gran ideal
de nuestra generación es una sociedad libre de la tiranía, del dolor y de la
injusticia". Es "un impulso fundamentalmente cristiano, pero el
pensar que a través de las reformas sociales y la eliminación del dominio y del
ordenamiento jurídico se puede conseguir aquí y ahora un mundo libre de dolor,
es una doctrina errónea, que desconoce profundamente la naturaleza
humana".
En
efecto, "se nos quiere hacer creer que se puede llegar a ser hombres sin
el dominio de sí, sin la paciencia de la renuncia y la fatiga de la superación,
que no es necesario el sacrificio de mantener los compromisos aceptados, ni el
esfuerzo para sufrir con paciencia la tensión entre lo que se debería ser y lo
que efectivamente se es". Pero "en realidad, el hombre no es salvado
sino a través de la cruz y la aceptación de los propios sufrimientos y de los
sufrimientos del mundo, que encuentran su sentido liberador en la pasión de
Dios. Solamente así el hombre llegará a ser libre. Todas las demás ofertas a
mejor precio están destinadas al fracaso".
Porque la verdad de la Iglesia
no son solo sus debilidades
Estas
verdades necesitan ser dichas, no escondidas, porque "la esperanza del
cristianismo y la suerte de la fe dependen de algo muy simple: de su capacidad
para decir la verdad. La suerte de la fe es la suerte de la verdad; esta puede
ser oscurecida y pisoteada, pero jamás destruida".
Y
la verdad es que la Iglesia no se reduce a sus debilidades, sino que, "junto a la historia de los
escándalos, existe también la de la fe fuerte e intrépida, que ha dado sus
frutos a través de todos los siglos en grandes figuras".
Porque necesitamos la belleza
de la Iglesia
La
belleza que ha aportado la Iglesia al mundo es uno de los grandes argumentos a
su favor: "También la belleza surgida bajo el impulso de su mensaje, y que
vemos plasmada aún hoy en incomparables obras de arte, se convierte para él en
un testimonio de verdad: lo que se traduce en expresiones tan nobles no puede
ser solamente tinieblas... La belleza es el resplandor de la verdad, ha
afirmado Tomás de Aquino, y podríamos añadir que la ofensa a la belleza es la
autoironía de la verdad perdida. Las expresiones en que la fe ha sabido darse a
lo largo de la historia son testimonio y confirmación de su verdad".
Porque la Iglesia está llena de
personas que lo merecen
Un
argumento que valía hace medio siglo como hoy y siempre a lo largo de dos mil
años: "Si se tienen los ojos abiertos, también hoy se pueden encontrar
personas que son un testimonio viviente de la fuerza liberadora de la fe
cristiana. Y no es una vergüenza ser y permanecer cristianos en virtud de estos
hombres que, viviendo un cristianismo auténtico, nos lo hacen digno de fe y de
amor".
Porque
esos hombres son una prueba viviente de la presencia de Dios: "¿No figura
acaso como una prueba relevante en favor del cristianismo el hecho de que haga
más humanos a los hombres en el mismo momento en que los une a Dios? Este
elemento subjetivo ¿no es también al mismo tiempo un dato objetivo del cual no
hemos de avergonzarnos ante nadie?"
Porque amamos a la Iglesia
Es
la razón fundamental porque la que seguimos en ella, y con la que concluye la
conferencia de Joseph Ratzinger: la amamos, y por eso queremos limpiarla de
nuestras propias miserias: "El amor no es estático ni acrítico. La única
posibilidad de que disponemos para cambiar en sentido positivo a una persona es
la de amarla, transformándola lentamente de lo que es en lo que puede ser.
¿Sucederá de distinto modo en la Iglesia?".
En
resumen: "No valdría la pena permanecer en una Iglesia que, para ser
acogedora y digna de ser habitada, tuviera necesidad de ser hecha por nosotros;
sería un contrasentido. Permanecer en la Iglesia porque ella es en sí misma
digna de permanecer en el mundo, digna de ser amada y transformada por el amor
en lo que debe ser, es el camino que también hoy nos enseña la responsabilidad
de la fe". Artículo publicado
por: religión en libertad. Com. El 22 de septiembre del 2018.