11 de octubre 2018. Carta del Cardenal Mac Oullete. Querido
hermano Carlo Maria Viganò,
En tu último mensaje a los medios, donde denuncias al Papa
Francisco y a la Curia romana, me exhortas a decir la verdad sobre los hechos
que tú interpretas como una corrupción endémica que ha invadido la jerarquía de
la Iglesia hasta su más alto nivel. Con el debido permiso pontificio, ofrezco
aquí mi testimonio personal, como Prefecto de la Congregación para los Obispos,
sobre los asuntos que conciernen al Arzobispo emérito de Washington Theodore
McCarrick y su presunta vinculación con el Papa Francisco, que son objeto de tu
clamorosa denuncia pública, así como de tu pretensión de que el Santo Padre
dimita.
Escribo este mi testimonio basándome en mis contactos personales y en
los documentos de los archivos de dicha Congregación, que están siendo
actualmente objeto de un estudio para esclarecer este triste caso.
Permíteme decirte en primer lugar, con total sinceridad, y
en virtud de la buena relación de colaboración que existía entre nosotros
cuando eras Nuncio en Washington, que tu posición actual me parece
incomprensible y extremadamente reprobable, no solo por la confusión que
siembra en el pueblo de Dios, sino porque tus acusaciones públicas dañan
gravemente la reputación de los obispos, sucesores de los Apóstoles. Recuerdo
haber gozado durante un tiempo de tu estima y de tu confianza, pero constato
que ahora he perdido ante tus ojos la dignidad que me reconocías, por el simple
hecho de haber permanecido fiel a las orientaciones del Santo Padre en el
servicio a la Iglesia que me ha confiado. La comunión con el Sucesor de Pedro,
¿no es quizás la expresión de nuestra obediencia a Cristo, que lo ha elegido y
lo sostiene con Su gracia? Mi interpretación de Amoris Laetitia que tú lamentas
se inscribe en esta fidelidad a la tradición viva, de la que Francisco nos ha
dado ejemplo con la reciente modificación del Catecismo de la Iglesia Católica
sobre la cuestión de la pena de muerte.
Vayamos a los hechos. Tú dices haber informado al Papa
Francisco el 23 de junio de 2013 sobre el caso McCarrick durante la audiencia
que te concedió, a ti y a otros muchos representantes pontificios con quienes
ese día se encontraba por primera vez. Imagino la enorme cantidad de
información tanto verbal como escrita que tuvo que recoger en aquella ocasión
acerca de tantas personas y situaciones. Dudo seriamente que a McCarrick le
interesara hasta el punto que tú querías hacer creer, puesto que era un
arzobispo emérito de 82 años y sin encargo alguno desde hacía siete años.
Además, las instrucciones escritas que preparó para ti la Congregación para los
Obispos cuando iniciaste tu servicio en 2011, no decían nada sobre McCarrick,
sino que te informé oralmente sobre su situación de obispo emérito que debía
obedecer a ciertas condiciones y restricciones, a causa de rumores sobre su
comportamiento en el pasado.
Desde el 30 de junio de 2010 que soy prefecto de esta
Congregación, jamás he llevado a audiencia ante el Papa Benedicto XVI o el Papa
Francisco el caso McCarrick, salvo en los días después de su decadencia del
Colegio de Cardenales. El ex-cardenal, jubilado en mayo de 2006, fue exhortado
a no viajar y a no hacer apariciones públicas a fin de no provocar más rumores
como los que circulaban sobre él. Es falso presentar las medidas tomadas en
relación a él como «sanciones» decretadas por el Papa Benedicto XVI y anuladas
por el Papa Francisco. Tras una revisión de los archivos, constato que no hay
documentos al respecto firmados por uno u otro papa, ni nota de audiencia de mi
predecesor el Cardenal Giovanni Battista Re, que dieran el mandato de obligar
al Arzobispo emérito McCarrick al silencio y a la vida privada con el rigor de
penas canónicas. La razón es que no se disponía entonces, a diferencia de hoy,
de pruebas suficientes de su presunta culpabilidad. De ahí la posición de la
Congregación, inspirada por la prudencia, y las cartas de mi predecesor y las
mías propias en las que se le exhortaba, a través de los Nuncios Apostólicos
Pietro Sambi y tu persona, a un estilo de vida discreto de oración y penitencia
por su propio bien y el de la Iglesia. Su caso hubiera merecido nuevas medidas
disciplinares si la Nunciatura en Washington o cualquier otra fuente nos
hubiese proporcionado elementos recientes y decisivos sobre su comportamiento.
Espero que, por respeto a las víctimas y la necesidad de justicia, la
investigación que está en curso en Estados Unidos y en la Curia romana nos
proporcione un análisis crítico y global de los procedimientos y circunstancias
de este doloroso caso para evitar que se reproduzca en el futuro.
¿Cómo es posible que este hombre de Iglesia, cuya
incoherencia se conoce hoy, haya sido promovido varias veces hasta ocupar las
muy altas funciones de Arzobispo de Washington y como Cardenal? Yo mismo estoy
muy sorprendido de esto, y reconozco fallos en el proceso de selección que se
ha llevado a cabo en su caso. Pero sin entrar aquí en detalles, se debe
comprender que las decisiones tomadas por el Soberano Pontífice se apoyan en la
información de la que se dispone en ese momento preciso, y que son objeto de un
juicio prudencial que no es infalible. Me parece injusto llegar a la conclusión
de que hubo corrupción en las personas encargadas del discernimiento previo,
aunque, en el caso que nos ocupa, ciertos indicios que aparecen en los
testimonios hubiesen debido ser examinados más a fondo. El prelado involucrado
supo defenderse muy hábilmente de las dudas levantadas sobre él. Por otra
parte, el hecho de que pueda haber en el Vaticano personas que practican y
sostienen comportamientos contrarios a los valores del Evangelio en materia de
sexualidad, no nos autoriza a generalizar y a declarar indignos y cómplices a
este tal y a este otro tal, e incluso al mismo Santo Padre. ¿Acaso no deben los
ministros de la verdad guardarse ante todo de la calumnia y de la difamación?
Querido representante pontificio emérito, te digo
francamente que acusar al papa Francisco de haber encubierto con conocimiento
de causa a este presunto depredador sexual y, por consiguiente, de ser cómplice
de la corrupción que hace estragos en la Iglesia hasta el punto de llegar a
hacerle indigno de proseguir su reforma como primer pastor de la Iglesia, me
resulta desde todo punto de vista increíble e inverosímil. No alcanzo a
comprender cómo has podido dejarte convencer de esta monstruosa acusación que
no se sostiene. Francisco no ha tenido nada que ver con las promociones de
McCarrick en Nueva York, Metuchen, Newark y Washington. Él lo destituyó de su
dignidad de cardenal tan pronto como apareció una acusación creíble de abuso de
menores. Jamás le he escuchado hacer alusión a ese supuesto gran consejero de
su pontificado para los nombramientos en América, cuando el Papa no esconde la
confianza que concede a algunos prelados. Intuyo que estos no son de tu
preferencia ni de la de los amigos que sostienen tu interpretación de los
hechos. ¡Pero encuentro aberrante que te aproveches del escándalo de los abusos
sexuales en Estados Unidos para infligir a la autoridad moral de tu superior,
el Sumo Pontífice, un golpe inaudito e inmerecido!
Tengo el privilegio de mantener largos encuentros con el
papa Francisco cada semana para tratar los nombramientos de obispos y los
problemas que afectan a su gobierno. Sé muy bien cómo trata a las personas y
los problemas, con mucha caridad, misericordia, atención y seriedad, y tú mismo
has tenido experiencia de ello. Leer cómo terminas tu último mensaje,
aparentemente muy espiritual, mofándote y arrojando dudas sobre su fe, me ha
resultado verdaderamente sarcástico, incluso blasfemo. Esto no puede venir del
Espíritu de Dios.
Querido hermano, cuánto desearía ayudarte a volver a
encontrar la comunión con aquel que es el garante visible de la comunión de la
Iglesia católica; comprendo que algunas penas y decepciones hayan jalonado tu
camino al servicio de la Santa Sede, pero tú no puedes terminar así tu vida
sacerdotal en una rebelión abierta y escandalosa que inflige una herida muy
dolorosa a la Esposa de Cristo, a quien tú pretendes servir mejor, agravando la
división y el desconcierto en el pueblo de Dios. ¿Qué podría responder a tu
llamamiento, salvo decirte: sal de tu clandestinidad, arrepiéntete de tu
rebeldía y retorna a tener mejores sentimientos hacia el Santo Padre en lugar
de fomentar la hostilidad contra él? ¿Cómo puedes celebrar la Eucaristía y
pronunciar su nombre en el canon de la misa? ¿Cómo puedes rezar el santo
Rosario, a San Miguel Arcángel y a la Madre de Dios, condenando a aquel a quien
Ella protege y acompaña todos los días en su gravoso y valiente ministerio?
Si el Papa no fuera un hombre de oración, si estuviera
apegado al dinero, si favoreciera a los ricos a costa de los pobres, si no
demostrara una energía infatigable para acoger todas las miserias y dar el
consuelo generoso de su palabra y de sus gestos, si no multiplicara todos los
medios posibles para anunciar y comunicar la alegría del Evangelio a todos y a
todas, en la Iglesia y más allá de sus fronteras visibles; si no tendiera la
mano a las familias, a los ancianos abandonados, a los enfermos de alma y
cuerpo y, sobre todo, a los jóvenes en busca de la felicidad; se podría tal
vez, según tu parecer, preferir a otro que adoptase actitudes diplomáticas y
políticas diversas, pero yo no puedo poner en tela de juicio su integridad
personal, su consagración a la misión y, sobre todo, el carisma y la paz que le
habitan, por la gracia de Dios y la fuerza del Resucitado.
En respuesta a tu ataque injusto e injustificado en los
hechos, querido Viganò, concluyo por consiguiente que la acusación es un
montaje político carente de fundamento real que pueda incriminar al Papa, y que
hiere profundamente la comunión de la Iglesia. Quiera Dios que esta injusticia
flagrante sea rápidamente reparada y que el Papa Francisco siga siendo
reconocido por lo que es: un pastor insigne, un padre compasivo y firme, un
carisma profético para la Iglesia y el mundo. ¡Que siga adelante con toda
confianza y alegría, llevando a cabo la reforma misionera que ha emprendido, y
contando con la oración del pueblo de Dios y con la solidaridad renovada de
toda la Iglesia unida a Santa María, Reina del Santo Rosario!
Marc Cardenal Ouellet
Prefecto de la Congregación para los Obispos,
Festividad de Nuestra Señora del Santo Rosario, 7 de octubre
de 2018. Fuente: Zenit. org Imagen Zenit.