12 de octubre 2018. “La santidad tiene muchos rostros”.
Monseñor, José Gómez. Aquí en Roma nos estamos acercando a la mitad del Sínodo
sobre los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional y nos estamos
preparando para un momento especial en la vida de la Iglesia: las
canonizaciones que el Papa Francisco hará de siete hombres y mujeres, el 14 de
octubre 2018. Ahora mismo, en lo que escribo esto, se están preparando para colgar
en la fachada de la Basílica de San Pedro los grandes tapices con las imágenes
de nuestros nuevos santos.
Es un hermoso recordatorio de que la santidad de la Iglesia
tiene muchos rostros. Los santos nos muestran que el propósito de nuestras
vidas es ser santos, y esto es algo que se aplica a cada uno de nosotros. Nuestros
nuevos santos reflejan la diversidad de papeles que se pueden desempeñar en la
Iglesia: hay un joven laico, dos religiosas, dos sacerdotes, un obispo y un
papa. Y las historias de estos nuevos santos nos muestran cuán emocionante es
entregar la propia vida a Jesucristo y a la misión de su Iglesia.
Por supuesto, los más conocidos son el papa Pablo VI y el
arzobispo Oscar Romero.
Pablo VI fue el papa del Vaticano II, que fue quien llamó a
la Iglesia a proclamar la santidad y la salvación al mundo moderno y a
redescubrir la belleza y la ética del amor humano. El arzobispo Romero fue un
heroico defensor de los pobres y un mártir de la fe. Tengo grandes deseos de
celebrar su canonización esta semana junto con cientos de peregrinos salvadoreños
provenientes de Los Ángeles. Las demás personas que van a ser canonizadas,
aunque que no eran “muy conocidas”, siguieron el llamado de Cristo y vivieron
vidas fascinantes, superando reveses y sufrimientos personales a fin de
difundir el reino de Dios en el tiempo y en el lugar en que les tocó vivir.
Dos de nuestros nuevos santos nos muestran cómo es la
santidad en la vida ordinaria de un párroco. San Francesco Spinelli predicó la
santidad y fomentó la adoración al Santísimo Sacramento en sus parroquias, en
tanto que San Vincenzo Romano tenía un especial amor por los niños huérfanos y
era conocido por su hermosa expresión: “Haz bien lo bueno”.
Nuestra nueva Santa María Catalina Kasper, al tener 21 años,
perdió a su padre y se vio obligada a trabajar como agricultora para mantener a
su familia. Inspirándose en el ofrecimiento de sí misma de la Santísima Virgen
María a Dios, fundó las Siervas Pobres de Jesucristo, que continúan sirviendo a
los pobres en India, Brasil, México y en partes de África, Europa y Estados
Unidos.
El nuevo San Nunzio Sulprizio quedó huérfano a una edad
temprana, fue maltratado por su padrastro y luego por un tío que lo recogió
cuando murió su madre. Murió a los 19 años, soportando una larga y dolorosa
lucha contra el cáncer de huesos, que incluyó la amputación de su pierna.
Durante toda su corta vida de sufrimientos, fue conocido por su alegría y su
paciencia, por ofrecerle todo a Dios así como por tratar de dar a conocer a
Jesús a los demás.
Nuestra nueva Santa Nazaria Ignacia March Mess vivió en
México y fundó una orden religiosa para difundir lo que ella llamó “una cruzada
de amor” en toda América del Sur. “Amar, obedecer y cooperar con la Iglesia en
su labor de predicar el Evangelio a toda creatura. Esa es nuestra vida, eso es
lo que somos”, solía decir.
Esa es una hermosa descripción de lo que todos nosotros
deberíamos esforzarnos por lograr. Esta es nuestra vida, para esto fuimos
creados. Pero lo que vemos en la vida de nuestros nuevos santos es que gran
parte de la “trama” de la santidad son cosas ordinarias. No se requieren
historias dramáticas. Con frecuencia, los santos viven calladamente, siendo
conocidos solamente por la gente de su familia y de su comunidad inmediata.
Una de las “constantes” que encontramos en las historias de
nuestros nuevos santos es que fueron formados de manera que supieran tomar en
serio su fe católica; que tenían una fuerte relación personal con Jesús y
creían en el poder de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía. Es un
hermoso privilegio poder pasar estas semanas en Roma orando y reflexionando en
presencia del Vicario de Cristo y de los sucesores de sus apóstoles.
Al reflexionar en las palabras y experiencias de los obispos
reunidos aquí de todas partes del mundo, estoy cada vez más convencido de que
necesitamos entender nuestra labor dentro de la Iglesia como el trabajo de
formar santos. Y también pienso que debemos prestar una atención especial a
apoyar tanto a los jóvenes que ya están trabajando con empeño en vivir su fe en
Jesucristo, como a las familias que ya están esforzándose por educar y formar a
sus hijos en la fe. La santidad es el trabajo silencioso de toda una vida y
empieza cuando somos jóvenes. Por lo tanto, necesitamos hacernos presentes,
acompañando a nuestros jóvenes y a nuestras familias en esta preciosa labor de
formar santos.
Oren por mí esta semana, que yo estaré orando por ustedes
desde Roma. Y sigamos uniéndonos a nuestro Santo Padre, el Papa Francisco para
hacer de este mes de octubre un tiempo de oración a favor de la Iglesia. Y que
Nuestra Señora, la Madre de la Iglesia, siga intercediendo por el Santo Padre y
por los obispos reunidos aquí para el sínodo. Autor: Monseñor, Arzobispo de los
Ángeles, Estados Unidos. Fuente: Aciprensa.