8 de octubre 2018. Durante la Misa celebrada este lunes en
la Casa Santa Marta, el Papa Francisco se sirvió de la parábola del Buen
Samaritano para invitar a ser “cristianos sin miedo a mancharse las manos y las
ropas cuando se acercan al prójimo”. El Pontífice puso de relieve cómo
únicamente el samaritano, considerado un pecador, se detuvo a socorrer al
hombre agredido y abandonado malherido en el camino y al que ignoraron hombres
considerados virtuosos, como un sacerdote y un levita.
El samaritano “no miró el reloj, no pensó en la sangre del
herido. Se acercó a él, se bajó de su cabalgadura y le curó las heridas con
aceite y vino. Se manchó las manos, se manchó las ropas de sangre. Después lo
cargó en su cabalgadura y lo llevó a un albergue”. “Y no sólo no lo dejó en el
albergue diciendo: ‘Aquí lo dejo, llamad al médico que yo ya he cumplido y me
voy’. No. Se preocupó por él. No era un funcionario, era un hombre con el
corazón abierto”.
Así, el Santo Padre exhortó a abrir de verdad el corazón a
las sorpresas de Dios: “¿Eres cristiano?”. “¿Estás abierto a las sorpresas de
Dios? ¿O eres un cristiano funcionario, cerrado?”. A estas preguntas, señaló
Francisco, se puede contestar con condescendencia propia del “cristiano
funcionario”: “Sí, soy cristiano. Voy los domingos a Misa, trato de hacer el
bien. Comulgo, me confieso una vez al año…”. Sin embargo, así es como actúan
los “cristianos funcionarios”, advirtió el Papa, “aquellos que no están
abiertos a las sorpresas de Dios, aquellos que saben mucho de Dios, pero no
salen a encontrarse con Él. Aquellos que nunca han experimentado el estupor
ante el testimonio, son capaces de dar testimonio”, advirtió. Por ello, exhortó
a los laicos y a los pastores a preguntarse si tienen el corazón abierto a las
sorpresas de Dios, “a aquello que Dios te da cada día”. “Cada uno de nosotros
es el hombre herido y abandonado, y el Samaritano es Jesús, que nos ha curado
las heridas, que se ha acercado a nosotros y nos ha curado. Él ha pagado por
nosotros”, concluyó. Evangelio comentado por el Papa Francisco: Lucas 10:25-37.
Fuente: Aciprensa.