26
de octubre 2018. DIGAMOS NO AL ABORTO. Por: Monseñor. Víctor Manuel Ochoa
Cadavid - En estos días se nos presenta nuevamente el tema de la
despenalización del aborto en Colombia, tema que suscita en todos los miembros
de nuestra comunidad una gran sensibilidad y necesita también una palabra clara
y precisa para orientar a los hombres y mujeres que viven la fe. Tenemos
presente también que estos hechos suscitan un gran drama entre quienes tienen
que enfrentarlo, poniéndonos de frente al gran tema del valor de la vida
humana.
En
el designo amoroso de Dios, en las normas y modelo de vida que nos ha regalado,
resuena claramente en la Palabra de Dios el precepto: “No matarás” en el libro
del Éxodo (Ex 20, 13) y que Jesucristo en el Sermón de la montaña nos recuerda
claramente (Mateo 5, 21). La vida humana es sagrada. Ella pertenece solamente a
Dios, está en sus manos y en su plan, desde el momento mismo de la concepción
hasta el término final de la misma. Ningún hombre o mujer puede atribuirse el
derecho a matar o “interrumpir la vida humana”, se puede intentar disfrazar con
otras palabras este hecho, pero siempre será el asesinato de una vida inocente,
un acto realizado por un sicario. Como recientemente nos enseñó el Papa
Francisco).
En
la cultura occidental, en el espacio jurídico y en el diario vivir de nuestro
contexto social, toman cada vez más fuerza los “Derechos humanos”, algo justo y
necesario, que lleva a fortalecer las condiciones de vida, los derechos y
obligaciones de todos en el marco que pretende dar a cada uno lo que le
corresponde. Muchos se han empeñado en este frente -de los derechos humanos-,
pero con figuras de lenguaje y palabras, a veces ambiguas, se quiere destruir
uno de los derechos fundamentales de la persona humana, el derecho a la vida,
un derecho inalienable, que pertenece concretamente pertenece a un embrión o a
un feto no nacido, o a un niño que ya es viable para una vida autónoma.
Esta
creatura es una persona humana, sujeto de deberes y derechos por parte de la
sociedad. ¿Es justo matar un niño a pocos días de su nacimiento? ¿Es licito
matar una vida inocente en los días que su nacimiento es ya viable, en los
parámetros de la capacidad técnica de la medicina para mantener la vida?
En
una forma equivocada se van abriendo espacios para nuevos “derechos” (derecho
al aborto, a nuevas formas de unión de parejas del mismo sexo, a la eutanasia,
al uso de drogas) pero que no corresponden a la moral ni a la ética humana,
leída en sus verdaderos fundamentos antropológicos. Podemos decir que descansan
estas reflexiones sobre una antropología equivocada.
El
derecho a la vida humana es un derecho natural e inalienable, que también es
tutelado por la Constitución de la República de Colombia (“El derecho a la vida
es inviolable”, Articulo 11). No puede existir una forma de manipulación del
lenguaje, que lleve a presentar el aborto, con otras palabras o con otra
modalidad de expresión que lo descargue de su peso moral. El aborto es la
conculcación de un derecho a la vida, es la muerte de un ser humano que tiene
derecho a nacer y a recibir lo necesario para ser autónomo y cumplir el plan de
Dios para el hombre.
La
vida humana debe ser respetada y protegida de manera absoluta desde su inicio,
es decir desde la concepción misma (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2270).
A una creatura indefensa, a un hombre en potencia, tiene que respetarse su
derecho a la vida, debe protegerse y debe garantizarse. Si se invoca el respeto
a los derechos humanos, debería respetarse el primero y fundamental entre
todos: el derecho a la vida, el derecho a nacer.
El
aborto es un hecho contrario a la moral católica y a la ética, es claro que
matar una vida humana está íntimamente ligado a la acción que consideramos
“mala”. Este llamado se repite para la vida humana en todos los contextos y en
el tiempo de su existencia.
Nuestros
Legisladores deben reflexionar y pensar que su tarea legislativa, tiene que
defender, cuidar, garantizar la vida de todos los hombres y mujeres, también
ciudadanos, incluso los no nacidos. El hombre, en su ser mismo, desde la
concepción tiene que ser defendido en su integridad.
De
frente a la dramática realidad el aborto, se nos presentan el derecho
fundamental a la vida, contrapuesto a otro presunto “derecho” a decidir el
aborto, como si la vida del niño fuera propiedad de la madre (un derecho
individual de la madre). En la reflexión sobre el aborto en Colombia debemos
tener claro que cuanto se ha aprobado en su momento por la Corte
Constitucional, la despenalización del aborto, con la sentencia C-355/2006,
puede ser considerada como una ley injusta desde la moral católica. Respetuosamente,
con las autoridades civiles legislativas, debemos señalar que esta decisión
establece la apertura a este grave atentado a la vida humana, el aborto, sin
pasar por la decisión del legislador y al ratificar su decisión se está
fortaleciendo una decisión que va contra la vida humana.
El
uso de la expresión “interrupción del embarazo” quiere descargar de su peso
moral la acción de matar a un niño que ha sido concebido (y que está
condicionado por la situación de violencia-violación, posee deformidades o
padece enfermedades, disturba la concepción sicológica de la madre). San Juan
Pablo II, el gran apóstol de la familia y de la vida, define el aborto como el
matar la vida humana –de forma deliberada y directa- en la fase inicial de su
existencia, entre la concepción y el momento del nacimiento natural (San Juan
Pablo II, Encíclica Evangelium Vitae, n. 58).
Como
ciudadanos, pero como cristianos, disentimos del pretendido “derecho al aborto”
que va apareciendo en las reflexiones y sentencias judiciales. Recordemos a los
lectores que este tipo de aproximación jurídica viene desde la famosa sentencia
de la Corte Suprema de los Estados Unidos de América (Sentencia Roe vs. Wade:
Sentencia 410 US 113 / 1973).
Esta
decisión abrió la puerta al aborto en forma legan en USA. En esta ella se
pretende defender el “derecho de la mujer al aborto” y el derecho a la
privacidad en la persona que toma esta decisión. Este tipo de concepción
jurídica va entrando y permeando también nuestra jurisprudencia en detrimento del
valor de la vida humana. No podemos de ninguna manera defender el aborto como
un derecho, más bien es el ataque y la destrucción de la vida humana.
En
la teología católica, no podemos hacer prevalecer el aparente “derecho
personal” de la mujer sobre el derecho real y fundamental a la vida de la vida
humana que tiene el derecho a nacer (derecho inviolable del “nasciturus”). El
niño en el vientre de su madre no es una “cosa”, algo que puede ser desechado
sin ninguna consecuencia ética o valor moral.
Todos
tenemos que defender la vida humana, potenciar sus derechos, fortalecer las
acciones que ayuden el nacimiento de los niños y, también las acciones que
ayuden a las madres -en necesidad o en condiciones de pobreza o enfermedad-
para llevar a término el nacimiento de los niños.
Estas
interpretaciones jurídicas que van contra la persona humana, contra el derecho
fundamental a la vida, abren necesariamente la puerta a una reflexión sobre el
derecho que poseen las personas que viven la vocación a las tareas sanitarias
(médicos, enfermeras, personal administrativo y de servicios), así como las
Instituciones a invocar el derecho a la objeción de conciencia para realizar el
aborto.
Es
necesario que encontremos el camino para la defensa de la vida humana, para procurar
su respeto y su fortalecimiento en nuestra comunidad. Ello nos hace mirar con
fe y responsabilidad el futuro. Del respeto de la vida humana, en todo momento
de su existencia, surge el fortalecimiento de nuestra comunidad y entorno
social. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid. Obispo de la Diócesis de Cúcuta. en Colombia.
HIPÓCRATES, NO ERA CATÓLICO.
Por:
Monseñor. Luis Fernando Rodríguez Velásquez
- Vuelve y juega. De nuevo es
puesto sobre el tapete el tema del aborto en Colombia. Da pena constatar cómo
un pensamiento “liberal” quiere ser impuesto en el modo de vivir del pueblo, y
cómo, sutilmente se pretende también dar vía libre a la llamada mentalidad
eugenésica, en la que de manera egoísta y con argumentos a veces rebuscados, se
busca eliminar un ser que dicen ser imperfecto. Si la criatura que viene en el
vientre materno trae una malformación que “haga inviable su vida”, la misma
naturaleza, que sabe más que nosotros, hará su trabajo. ¿Por qué entonces
anticiparnos realizando en la criatura el aborto? El hecho de una malformación
o imperfección fetal, nunca podrá ser razón para justificar el aborto.
Es
doloroso el reciente debate y fallo sobre la definición de los tiempos límite
para realizar el aborto en Colombia, frente a lo cual los magistrados “deciden”
no establecer tiempo, y permiten que se realice el aborto incluso en avanzado
estado de gestación. Es claro que esto llevaría realizar lo que los médicos
definen “infanticidio”, que llevó precisamente al nuevo pronunciamiento de los
magistrados, prácticamente obligando a los médicos a realizar dicha acción en
contra de una vida naciente.
Por
todo lo anterior, me parece importante recordar algunos pasajes del Magisterio,
especialmente de San Juan Pablo II, que permitan dar luces sobre la posición
que todos los hombres y mujeres de buena voluntad, y especialmente, los
católicos, debemos tener presente para “saber dar razón de nuestra fe” (1Pe.
3,15).
En
la encíclica Evangelium vitae, San Juan Pablo II hace una prolongada reflexión
sobre la penosa consolidación de una cultura de la muerte, y entre otras cosas
afirma: “«Vivid como hijos de la luz... Examinad qué es lo que agrada al Señor,
y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas» (Ef 5, 8.10-11).
En el contexto social actual, marcado por una lucha dramática entre la «cultura
de la vida» y la «cultura de la muerte», debe madurar un fuerte sentido
crítico, capaz de discernir los verdaderos valores y las auténticas exigencias
(n. 95) (la negrilla es mía).
En
este orden de ideas, el Papa de la vida, Juan Pablo II, invita a tomar conciencia
del profundo significado del quinto mandamiento de la ley de Dios, no matar, y
recuerda que “La vida humana es sagrada e inviolable en cada momento de su
existencia, también en el inicial que precede al nacimiento. El hombre, desde
el seno materno, pertenece a Dios que lo escruta y conoce todo, que lo forma y
lo plasma con sus manos, que lo ve mientras es todavía un pequeño embrión
informe y que en él entrevé el adulto de mañana, cuyos días están contados y
cuya vocación está ya escrita en el « libro de la vida » (cf. Sal 139 138, 1.
13-16)” (n. 61).
Otro
aspecto, también de amplia discusión que emerge en este tipo de problemáticas,
es lo que tiene que ver con la calidad de las leyes, la fuerza obligante que de
ellas deriva, y la postura de quienes las consideran injustas y pueden,
amparados también por la ley, apelar a la objeción de conciencia.
De
nuevo, Juan Pablo II, nos ilumina:
“En
continuidad con toda la tradición de la Iglesia se encuentra también la
doctrina sobre la necesaria conformidad de la ley civil con la ley moral, tal y
como se recoge, una vez más, en la citada encíclica de Juan XXIII: «La
autoridad es postulada por el orden moral y deriva de Dios. Por lo tanto, si
las leyes o preceptos de los gobernantes estuvieran en contradicción con aquel
orden y, consiguientemente, en contradicción con la voluntad de Dios, no
tendrían fuerza para obligar en conciencia...; más aún, en tal caso, la
autoridad dejaría de ser tal y degeneraría en abuso». Esta es una clara
enseñanza de santo Tomás de Aquino, que entre otras cosas escribe: «La ley
humana es tal en cuanto está conforme con la recta razón y, por tanto, deriva
de la ley eterna. En cambio, cuando una ley está en contraste con la razón, se
la denomina ley inicua; sin embargo, en este caso deja de ser ley y se
convierte más bien en un acto de violencia».Y añade: «Toda ley puesta por los
hombres tiene razón de ley en cuanto deriva de la ley natural. Por el
contrario, si contradice en cualquier cosa a la ley natural, entonces no será
ley sino corrupción de la ley».
La
primera y más inmediata aplicación de esta doctrina hace referencia a la ley
humana que niega el derecho fundamental y originario a la vida, derecho propio
de todo hombre. Así, las leyes que, como el aborto y la eutanasia, legitiman la
eliminación directa de seres humanos inocentes están en total e insuperable
contradicción con el derecho inviolable a la vida inherente a todos los
hombres, y niegan, por tanto, la igualdad de todos ante la ley.
Por
tanto, las leyes que autorizan y favorecen el aborto y la eutanasia se oponen
radicalmente no sólo al bien del individuo, sino también al bien común y, por
consiguiente, están privadas totalmente de auténtica validez jurídica. En
efecto, la negación del derecho a la vida, precisamente porque lleva a eliminar
la persona en cuyo servicio tiene la sociedad su razón de existir, es lo que se
contrapone más directa e irreparablemente a la posibilidad de realizar el bien
común. De esto se sigue que, cuando una ley civil legitima el aborto o la
eutanasia deja de ser, por ello mismo, una verdadera ley civil moralmente
vinculante” (n. 72).
Pero,
como este tema va más allá de una posición de carácter religioso o confesional,
pues es de derecho natural, no es de fácil comprensión que existan leyes que
vayan contra los principios naturales del cuidado y protección de la vida
humana que motiva esencialmente la profesión médica. Un médico lo es para salvar vidas y
protegerlas, sin discriminación alguna. Por eso, ¿por qué obligar a los médicos
a realizar actos inicuos, incluso a aquellos que su conciencia les impide
hacerlo?. No creo que existan en el mundo, médicos que en el día de su
graduación no hubieran hecho el famoso Juramento Hipocrático, que sigue vigente
desde el siglo V antes de Cristo. En dicho juramento, los médicos de hoy dicen
públicamente, con su mano en el corazón: “Jamás daré a nadie medicamento
mortal, por mucho que me soliciten, ni tomaré iniciativa alguna de este tipo;
tampoco administraré abortivo a mujer alguna. Por el contrario, viviré y
practicaré mi arte de forma santa y pura”. E Hipócrates no católico… + Luis
Fernando Rodríguez Velásquez. Obispo Auxiliar de Cali. en Colombia.