27 de junio 2025. LA METAFÍSICA CRISTIANA, LA MÁS CREÍBLE.
Autor: Padre Mario García Isaza. (cm) formador Seminario Mayor Arquidiócesis de
Ibagué. magarisaz@hotmail.com
Encontré en un blog virtual un artículo, ofrecido por
Antoine de Montalivet,
“¿Por qué algo que existe, en vez de la nada? Esta
cuestión nos lleva a reconocer la existencia de un Ser primero, eterno, causa
de todo cuanto existe. Pero ¿cuál de las visiones existentes del mundo
corresponde mejor a esa realidad? El monismo, al negar el mundo material,
desprecia nuestra experiencia concreta; el materialismo, negando el espíritu,
priva al hombre de su esperanza y de su dignidad. Solo la visión judeocristiana
afirma a la vez la trascendencia de Dios y la bondad de la creación. En
Jesucristo, Dios asume el mundo material, lo eleva y lo salva. Por su
resurrección, nos revela que el hombre y el mundo están llamados a la vida
eterna. Así, la fe cristiana ofrece la clave más coherente y más profunda para
comprender lo real.
LAS RAZONES PARA CREER.
• La razón
descubre que el universo no puede proceder de la nada: supone un Dios
creador, fuente de todo cuanto existe. Y es lo que afirma igualmente la fe
católica: ciertamente existe un Ser primero, eterno, causa de lo que existe.
Ante Abrahám y Moisés, Dios se reveló como “el que es”.
• El hombre no
parece ser un simple agregado de materia. La dignidad que todos experimentamos profundamente
habla de una dimensión espiritual en el ser humano. Se opone a todo
reduccionismo materialista, y está en el corazón mismo de la antropología
cristiana. El hombre es una persona, creada a imagen de Dios y dotada de
alma inmortal.
• La
existencia humana está orientada hacia la eternidad: es una aspiración
natural a ella, es un rechazo instintivo a ver en la muerte el fin de todo. Esa
intuición encuentra también cumplimiento en la fe católica que anuncia la vida
eterna en Dios.
• La unión
del espíritu y la materia tiene su culminación en Jesucristo; en Él la
metafísica encuentra su cumplimiento. Él
es el punto único en el que se unen todas las dimensiones de lo real; en Él, el Ser eterno irrumpe en la
historia, el Espíritu infinito se hace carne .
• La
resurrección de Cristo nos revela que la materia misma está llamada a la gloria.
La fe católica proclama la resurrección de la carne: nuestro cuerpo, unido al
alma, está destinado a una vida nueva y eterna, no a la desaparición.
• La metafísica
judeo-cristina aparece claramente como la única capaz de abrazar toda la complejidad de lo
real: sin dejar de lado nada de lo que
es bueno en el mundo material, sin negar las realidades espirituales. Así ella
trasciende radicalmente las metafísicas alternativas incompletas, para ofrecer
una respuesta del todo coherente con nuestra experiencia humana.
• De este modo,
el mundo tiene un principio, un sentido y un fin en Dios. La historia no
es un ciclo sin propósito ni un caos ciego: está conducida por la Providencia
hacia el cumplimiento del designio divino que proclama la esperanza cristiana.
• Lo que la
razón intuye, la fe católica lo esclarece y lo realiza. Entre fe y razón no
hay ruptura: la fe ilumina y realiza lo que la razón apenas adivina. Por
otra parte, la Iglesia católica jamás ha establecido oposición entre la fe y la
investigación filosófica. Muy al contrario, siempre ha estimulado los esfuerzos
de la razón por llegar a una mejor comprensión de lo real
¿Por qué algo en vez de nada? Los grandes pensadores han
estado de acuerdo en algo fundamental: <Ex nihilo nihil fit>, es decir, de
la nada nada puede proceder. He ahí una evidencia absoluta: el ser no puede
surgir de la nada; las cosas no aparecen espontáneamente, sin causa; tienen
siempre un origen. De esta constante, las diferentes escuelas filosóficas sacan
la misma conclusión: debe existir un ser primero y eterno, un principio que
está en el origen de todo, sin el cual nada hubiera jamás podido comenzar a
existir.
Y si bien todos están de acuerdo en esto, las ideas sobre las
características de ese ser eterno son divergentes; y es esto precisamente lo
que viene a separar las diversas metafísicas. Entre ellas, solo una es
plenamente coherente y hace plena justicia a lo real: la metafísica cristiana.
1.- La corriente
monista. Para los monistas, todo lo que nosotros percibimos – el mundo, las
personas, el amor, incluso nuestro propio cuerpo, etc – no existe en realidad. Solo
existe un Ser único, inmaterial e inmutable. Ahí está el principio primero y
eterno; todo lo demás no es otra cosa que una ilusión; el mundo que
experimentamos no pasa de ser una apariencia engañosa, un velo que es preciso
desgarrar. Es ésta una visión que se estrella brutalmente con la realidad.
Cuando el dolor nos golpea, cuando perdemos a un ser amado… ¿podemos acaso
creer que todo es solo una ilusión? No; el sufrimiento, el amor y la muerte nos
recuerdan de manera ineluctable que el mundo material no es un sueño: ¡que es
una realidad! Negando esa realidad tangible, el monismo conduce finalmente a
huir del mundo, a despreciar el cuerpo y la vida. Desencarna al hombre y lo
conduce a una situación sin salida.
2.- La corriente materialista. En el lado opuesto, los materialistas
no niegan la realidad de la materia; por el contrario, solo creen en ella, y,
si para ellos existe alguna ilusión, es precisamente la de creer que hay otra
cosa que la materia. Para ellos el primer principio, el ser eterno, es el
universo material. La materia siempre ha existido, es eterna, y todo procede de
ella. El espíritu humano, por ejemplo, es solo una función biológica del
cerebro, una especie de ilusión creada por interacciones físicas y químicas; y
en consecuencia hay que rechazar totalmente la idea misma de un alma inmortal o
de una vida después de la muerte.
Pero esta visión choca de manera frontal contra la más honda
experiencia humana. Frente a la muerte de un hermano, nos rebelamos
interiormente contra la idea de que todo termina definitivamente en la tumba.
Esta aspiración universal a la eternidad, esta intuición profunda de que la
existencia humana no puede extinguirse del todo, habla de una realidad
espiritual que el materialismo se niega obstinadamente a considerar. Y al
reducir al hombre a una simple combinación de moléculas destinadas a
desaparecer, el materialismo no solo le arrebata la esperanza de la eternidad:
lo priva de su sentido último.
3.-La corriente judeocristiana. Precisemos, ante todo, que
la metafísica cristiana no nació de una reacción ante los inconvenientes del
monismo o del materialismo. Apareció independientemente, e incluso mucho antes
que esas dos corrientes, con Abraham, con Moisés, cuando Dios se reveló como
“el que es”. Sin embargo, comparte con el monismo una intuición esencial: el
Ser eterno, primer principio, es esencialmente distinto del mundo material.
Dios es espíritu, trasciende la materia que Él creó. Pero, a diferencia del
monismo, no desprecia el mundo material, le reconoce por el contrario su
realidad y su dignidad.
Piensa, simplemente, que el mundo no debe convertirse en un
fin en sí, debe ser un medio para remontarse hasta Dios. Así mismo, con el
materialismo reconoce la realidad objetiva del mundo material. El mundo existe,
y los placeres materiales son buenos. Pero, a diferencia de los materialistas, la
metafísica cristiana se niega a reducir al hombre a la sola búsqueda de los
placeres terrestres. Por el contrario, éstos deben servir para elevar al
hombre hacia Dios, fuente última y suprema de la felicidad. De este modo, la
metafísica judeo-cristiana aparece claramente como la única capaz de captar
toda la complejidad de lo real, sin descuidar nada de lo que es bueno en las
intuiciones monistas o materialistas, pero trascendiéndolas radicalmente para
ofrecer una respuesta de total coherencia a nuestra especie humana.
Jesús, el supremo cumplimiento. La metafísica encuentra,
pues, en Jesucristo su cumplimiento. Con Él, el Ser eterno irrumpe en la
historia. El Espíritu se hace carne. Con su Encarnación, Jesús confirma la
bondad del mundo material. Lejos del desprecio monista, Dios no desprecia
el mundo: desciende hasta él. No nos libera arrancándonos de la materia, sino
entrando Él mismo en ella para salvarla desde su interior. La materia no es
un obstáculo, sino un lugar de revelación. El cuerpo humano, lejos de ser una
prisión, se convierte en templo. En Jesús, Dios muestra que la vida
terrestre tiene un valor, puesto que Él la comparte. Pero Jesús no se contenta
con asumir nuestra condición. Por su muerte y resurrección, la sobrepasa; rompe
los límites del materialismo.
Allí donde éste
afirma que después de la muerte no hay nada, Jesús resucitado afirma que sí hay
algo: no una supervivencia vaga o desencarnada, sino una vida nueva,
transfigurada, eterna. Nos revela que la materia misma, lejos de estar
destinada a la disolución, está llamada a la gloria. En Él, Dios no reniega ni del cuerpo, ni del
espíritu, ni del cielo ni de la tierra: los une, los reconcilia. Jesús es a la
vez la verdad de Dios y la verdad del hombre. Es el único punto en que re
reúnen todas la dimensiones de lo real. En Él, lo que la razón presentía como
de lejos se vuelve de pronto coherente, vivo, verdadero.
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Grandes pensadores cristianos, y particularmente los
Doctores de la Iglesia, han explorado las cuestiones metafísicas más profundas.
Entre ellos, santo Tomás de Aquino ocupa un lugar único. Maestro incontestado
de la metafísica, supo llevar la inteligencia humana a su más alta cima
integrando armoniosamente la herencia de los más grandes filósofos antiguos. Santo
Tomás logró lo que parecía un sueño imposible: reconciliar el platonismo y el
aristotelismo. Por su obra, mostró que la fe cristina no le teme a la
luz de la razón, sino que la acoge y la sobrepasa. Hoy, todavía su
pensamiento es una fuente inagotable para quien busca comprender la realidad en
toda su hondura.