20 de junio 2025. LA SANTA MISA … ¡EN CASTELLANO! Autor:
Padre Mario García Isaza. c.m. Formador
Seminario Mayor Arquidiócesis de Ibagué. magarisaz@hotmail.com
Acabo de leer un artículo publicado por Orlando Clavijo
Torrado, al que se le da la categoría de “croniquilla”, y que expresa su júbilo
por el “regreso de la Misa en latín…”
Hay en ese comentario afirmaciones e ideas que quiero glosar.
Y comienzo por lo siguiente. Estudié el latín durante mis
años de formación, hasta llegar a hablarlo corrientemente, y a disfrutar de la
lectura de los clásicos; celebré durante mis primeros años de sacerdocio, hasta
poco después del Vaticano II, en latín; he sido por décadas profesor de latín,
y aún sigo enseñándolo; experimenté y sentí hondamente la belleza del canto
gregoriano, y con mucha frecuencia me sumerjo en las profundidades de su
belleza inexpresable, escuchando grabaciones de los monjes; guardo aún como un
tesoro el “Liber usualis”,
con el que
durante los años de formación filosófica y teológica cantábamos aquellas misas
de melodía gregoriana, o sublimes himnos
como el Pange, lingua…Ave verum ,…Pie
pellicane, Ave Maris Stella… Stabat
mater…y tantos otros. Todavía, cuando lo hago en privado, me gusta orar en la
lengua del Lacio. Amo el latín.
Todo lo cual no fue nunca, para mí, obstáculo para asumir
con alegría la feliz decisión de la santa Iglesia, cuando permitió que la
celebración eucarística, así como la administración de los sacramentos, se hiciera en las lenguas vernáculas; y por
eso, hace muchos años, celebro en castellano. Feliz decisión, he dicho. Porque
obedecía con lógica a lo expresado en el N° 38 de la Constitución conciliar
Sacrosanctum Concilium, en el que leemos: “La Iglesia, con solícito cuidado,
procura que los cristianos no asistan a este misterio de fe como extraños y
mudos espectadores, sino que, comprendiéndolo bien a través de los ritos y
las oraciones, participen consciente, piadosa y activamente en la acción
sagrada…”
Léase bien: no asistan…participen. Se asiste a un espectáculo:
a una obra de teatro, o a un partido de futbol: allí los que actúan son otros,
y uno asiste, admira, aplaude… Pero la santa Misa no es un espectáculo: en
ella, la comunidad cristiana se reúne pare celebrar, presidida por el
sacerdote, el misterio que perpetúa el sacrificio de Jesús. Y es necesario que,
hasta donde ello sea posible, cada uno entienda lo que está celebrando, lo que
dice, lo que se le dice… Esta decisión de la Iglesia tiene mucho más fondo de
lo que a veces creemos; no se trata de un simple cambio de método…y mucho menos
a una medida con algo de populismo…; obedece a razones de orden teológico,
eclesiológico de gran calado.
Es que, nos dice la
Lumen Gentium, “La Iglesia, enviada a todos los pueblos sin distinción
de épocas y regiones, no está ligada de
manera única e indisoluble a ninguna raza o nación, a ningún género de vida
particular, a ninguna costumbre antigua a reciente” (58) Por lo tanto, tampoco a una lengua. “No
podemos hacer a la religión tributaria de ninguna cultura, por noble y
prestigiosa que nos parezca, por grandes e inolvidables que hayan sido sus
servicios a la causa cristiana, por arraigada que la llevemos en el corazón”,
afirma bellamente José María Cabodevilla ( “La Carta de la Caridad” ) Sí, por
siglos la liturgia católica, envuelta en la riqueza de la lengua latina, fue
esplendorosa; sus textos estaban colmados de belleza; sus ritos, transidos de
sentido mistérico, embelesaban y sumían la mente y el corazón en lo
indefinible, en el arrobamiento del Sinaí o del Horeb espiritual.
Pero hay algo evidente: ¿por qué, si cada cultura tiene un
lenguaje para comunicar ideas y sentimientos, si nos valemos del propio idioma
para hablar entre nosotros, por qué, digo, habríamos de hablarle a nuestro
Padre Dios en una lengua que no entendemos, que no es la nuestra? La
liturgia, enseña en Concilio, y en eso radica lo que llamamos la inculturación,
ha de incorporar, prudentemente, pero con claridad, los elemento de cada
cultura; y uno de los más característicos de cada una es, precisamente, su
idioma.
No son serias, ni respetuosas, ni tienen gracia, las
bromas que don Orlando Clavijo desliza entre renglones en su escrito. Decir,
por ejemplo, que el Papa Francisco “fue incapaz de aprender latín…y de ahí
su fobia” …. o referirse a la santa Misa que hoy celebramos calificándola de
“bullaranga…recocha y guachafita” …, o, al mencionar al Papa san Pablo Sexto
soltar eso de “extrañamente declarado santo”… o afirmar con ligereza que la Misa que hoy celebramos fue
redactada por los protestantes… ¡hombre, por Dios!, todo eso es por lo menos ligero, superficial, irreflexivo y, repito,
irrespetuoso.
Fuera de que es sencillamente falso. Si es que alguna
celebración del santo sacrificio en que don Orlando participó tuvo esas
características, me permito decirle que eso fue porque el sacerdote no observó
las normas litúrgicas, no presidió el rito como debía hacerlo; o porque la
comunidad no estaba debidamente catequizada al respecto. No, señor Clavijo, las
cosas no son como usted las ve. Y me permito decirle, para su información, que
muchos, muchísimos fieles siguen participando, - ¡hoy sí, participando! – en la
celebración eucarística, gracias a la feliz determinación del Vaticano II.