18 de junio 2025. “Lo que nos paraliza es la desilusión.” Audiencia general Papa León XIV. Jesucristo nuestra esperanza, las curaciones. Plaza de san Pedro. Queridos hermanos y hermanas, seguimos contemplando a Jesús que sana. Hoy quisiera invitarlos de manera particular a pensar en las situaciones en las que nos sentimos “bloqueados” y encerrados en un camino sin salida.
A veces de hecho nos parece que sea inútil continuar a
esperar; nos resignamos y no tenemos más ganas de luchar. Esta situación es
descrita en los Evangelios con la imagen de la parálisis. Por esta razón
desearía detenerme hoy sobre la sanación de un paralítico, narrada en el quinto
capítulo del Evangelio de san Juan (5, 1-9).
Jesús va Jerusalén para una fiesta de los judíos. No va
directamente al Templo; se detiene ante una puerta, donde seguramente se
lavaban a las ovejas que luego eran ofrecidas en sacrificio. Cerca a esta
puerta, se ubicaban también tantos enfermos, que, a diferencia de las ovejas, ¡eran
excluidos del Templo porque eran considerados impuros!
Es entonces Jesús
mismo quien los alcanza en su dolor. Estas personas esperaban un prodigio que
pudiese cambiar su destino; de hecho, junto a la puerta se encontraba una
piscina, cuyas aguas eran consideradas taumatúrgicas, o sea capaces de sanar:
en algún momento cuando el agua se agitaba, según la creencia del tiempo, quien
primero se zambullía, se curaba.
De esta forma se creaba una especie de “guerra de los
pobres”: podemos imaginar la triste escena de estos enfermos que se
arrastraban con fatiga para tratar de entrar en la piscina. Aquella piscina se
llamaba Betzatá, que significa “casa de la misericordia”: podría ser una imagen
de la Iglesia, en donde los enfermos y los pobres se juntan y hasta donde el
Señor llega para sanar y donar esperanza.
Jesús se dirige específicamente a un hombre que está
paralizado desde hace treinta y ocho años. Ya está resignado, porque no logra
sumergirse en la piscina cuando el agua se agita (cfr v. 7). En efecto, aquello
que muchas veces nos paraliza es precisamente la desilusión. Nos sentimos
desanimados y corremos el riesgo de caer en la dejadez.
Jesús dirige a este paralítico una pregunta que puede
parecer superficial: «¿Quieres curarte?» (v. 6). En cambio, es una pregunta
necesaria, porque, cuando uno se encuentra bloqueado desde hace tantos años,
puede también faltarle la voluntad de sanarse. A veces preferimos permanecer
en condición de enfermos, obligando a los otros a ocuparse de nosotros. Es
a veces también un pretexto para no decidir qué cosa hacer con nuestra vida. Jesús
en cambio reconduce a este hombre a su deseo veraz y profundo.
Este hombre de hecho responde de manera más articulada a la
pregunta de Jesús, revelando su visión de la vida. Ante todo, dice que no ha
tenido nadie que lo sumerja en la piscina : entonces no es suya la culpa, sino
de los otros que no se preocupan por él. Esta actitud se convierte en el
pretexto para evitar asumirse las propias responsabilidades. ¿Pero es
verdad que no había nadie que lo ayudase? He aquí la respuesta iluminadora de
San Agustín: «Si, para ser sanado tenía absolutamente necesidad de un hombre,
pero de un hombre que fuese también Dios. […] Ha venido por lo tanto el hombre
que era necesario; ¿por qué postergar de nuevo la sanación?».
El paralítico agrega que cuando trata de sumergirse en la
piscina hay siempre alguien que llega antes que él. Este hombre está expresando
una visión fatalista de la vida. Pensamos que las cosas nos pasan porque
no somos afortunados, porque el destino nos es adverso. Este hombre está
desanimado. Se siente derrotado en la lucha de la vida.
Jesús en cambio lo ayuda a descubrir que su vida también
está en sus manos. Le invita a levantarse, a alzarse de su situación crónica, y
a recoger su camilla (cfr v. 8). Ese camastro no se deja o se echa:
representa su pasado de enfermedad, es su historia. Hasta aquel momento el
pasado lo ha bloqueado; lo ha obligado a yacer como un muerto. Ahora es él que
puede cargar aquella camilla y llevarla a donde quiera: ¡puede decidir qué cosa
hacer con su historia! Se trata de caminar, asumiéndose la responsabilidad
de escoger cual camino recorrer. ¡Y esto gracias a Jesús!
Queridos hermanos y hermanas, pidamos al Señor el don de
entender dónde se ha bloqueado nuestra vida. Intentemos dar voz a
nuestro deseo de sanar. Y recemos por todos aquellos que se sienten
paralizados, que no ven una salida. ¡Pidamos regresar a vivir en el Corazón de
Cristo que es la verdadera casa de la misericordia! Fuente e Imagen de Vatican.
Va.