26 de enero 2019. Discurso del Papa Francisco, Vigilia con
los jóvenes en Panamá. Queridos jóvenes, ¡buenas tardes!. Vimos este hermoso
espectáculo sobre el Árbol de la Vida que nos muestra cómo la vida que Jesús
nos regala es una historia de amor, una historia de vida que quiere mezclarse
con la nuestra y echar raíces en la tierra de cada uno. Esa vida no es una
salvación colgada “en la nube” esperando ser descargada, ni una “aplicación”
nueva a descubrir o un ejercicio mental fruto de técnicas de autosuperación.
Tampoco la vida que Dios nos ofrece es un “tutorial” con el que aprender la
última novedad. La salvación que Dios nos regala es una invitación a ser parte
de una historia de amor que se entreteje con nuestras historias; que vive y
quiere nacer entre nosotros para que demos fruto allí donde estemos, como
estemos y con quien estemos. Allí viene el Señor a plantar y a plantarse; es el
primero en decir “sí” a nuestra vida, Él siempre va primero, es el primero a
decir sí nuestra historia, y quiere que también digamos “sí” junto a Él. Él
siempre nos primerea.
Así sorprendió a María y la invitó a formar parte de esta historia
de amor. Sin lugar a dudas la joven de Nazaret no salía en las “redes sociales”
de la época, Ella no era una “influencer”, pero sin quererlo ni buscarlo se
volvió la mujer que más influenció en la historia.
Le podemos decir con confianza de hijos: María, la
“influencer” de Dios. Con pocas palabras se animó a decir “sí” y a confiar en
el amor, a confiar en las promesas de Dios, que es la única fuerza capaz de
renovar, de hacer nuevas todas las cosas. Y todos nosotros hoy tenemos algo que
hacer nuevo adentro, hoy tenemos que dejar que Dios renueve algo en mi corazón
Pensemos un poquito: ¿Qué quiero yo que Dios renueve en mi corazón?
Siempre llama la atención la fuerza del “sí” de María,
joven, de ese «hágase» que le dijo al ángel. Fue una cosa distinta a una
aceptación pasiva o resignada, fue algo distinto a un “sí” como diciendo:
bueno, vamos a probar a ver qué pasa. Fue algo más, algo distinto. María no
conocía esa expresión, era decidida, supo de qué se trataba y dijo sí.
Fue algo más, algo distinto, fue el “sí” de quién quiere
comprometerse y arriesgar, de quien quiere apostarlo todo, sin más seguridad
que la certeza de saber que era portadora de una promesa. Le pregunto a cada
uno de ustedes, ¿se sienten portadores de una promesa? ¿Qué promesa tengo en el
corazón para llevar adelante?
María sin dudas tendría una misión muy difícil, pero las
dificultades no eran una razón para decir “no”. Seguro que tendría
complicaciones, pero no serían las mismas complicaciones que se producen cuando
la cobardía nos paraliza por no tener todo claro o asegurado de antemano. María
no compró un seguro de vida, María se jugó y por eso es fuerte, por eso es una
influencer, es la influencer de Dios.
El “sí” y las ganas de servir fueron más fuertes que las
dudas y las dificultades.
Esta tarde también escuchamos cómo el “sí” de María hace eco
y se multiplica de generación en generación. Muchos jóvenes a ejemplo de María
arriesgan y apuestan guiados por una promesa. Gracias Erika y Rogelio por el
testimonio que nos han regalado. Fueron valientes estos, merecen un aplauso.
Compartieron sus temores, dificultades y todo el riesgo
vivido ante el nacimiento de Inés. En un momento dijeron: «A los padres, por
diversas circunstancias, nos cuesta aceptar la llegada de un bebé con alguna
enfermedad o discapacidad», eso es cierto, es comprensible. Pero lo
sorprendente fue cuando agregaron: «al nacer nuestra hija decidimos amarla con
todo nuestro corazón». Ante su llegada, frente a todos los anuncios y
dificultades que aparecían, tomaron una decisión y dijeron como María «hágase»,
decidieron amarla. Frente a la vida de vuestra hija frágil, indefensa y
necesitada la respuesta de ustedes, Erika y Rogelio, fue “sí” y ahí tenemos a
Inés. ¡Ustedes se animaron a creer que el mundo no es solo para los fuertes!
¡Gracias!
Decir “sí” al Señor, es animarse a abrazar la vida como
viene con toda su fragilidad y pequeñez y hasta muchas veces con todas sus
contradicciones e insignificancias con el mismo amor con el que nos hablaron
Erika y Rogelio. Asumir la vida como viene. Es abrazar nuestra patria, nuestras
familias, nuestros amigos tal como son, también con sus fragilidades y
pequeñeces. Abrazar la vida se manifiesta también cuando damos la bienvenida a
todo lo que no es perfecto, a todo lo que no es puro ni destilado, pero por eso
no es menos digno de amor. ¿Acaso alguien por ser discapacitado o frágil no es
digno de amor? Les pregunto, ¿un discapacitado, una persona frágil es digna de
amor? Sí. Entendieron.
Otra pregunta, a ver cómo responden: ¿Alguien por ser
extranjero, por haberse equivocado, por estar enfermo o en una prisión no es
digno de amor? Y así lo hizo Jesús: abrazó al leproso, al ciego y al
paralítico, abrazó al fariseo y al pecador. Abrazó al ladrón en la cruz e
incluso abrazó y perdonó a quienes lo estaban crucificando.
¿Por qué? Porque solo lo que se ama puede ser salvado. Vos
no podes salvar una persona, vos no podes salvar una situación si no la amás.
Solo lo que se ama puede ser salvado. ¿Lo repetimos? Solo lo que se ama puede
ser salvado.
Por eso nosotros podemos ser salvados por Jesús, porque nos
ama. Podemos hacerle las mil y una, pero nos ama, y nos salva, porque solo lo
que se ama puede ser salvado. Solo lo que se abraza puede ser transformado. El
amor del Señor es más grande que todas nuestras contradicciones, fragilidades y
pequeñeces, pero es precisamente a través de nuestras contradicciones,
fragilidades y pequeñeces, como Él quiere escribir esta historia de amor.
Abrazó al hijo pródigo, abrazó a Pedro después de sus negaciones y nos abraza
siempre, siempre, después de nuestras caídas ayudándonos a levantarnos y
ponernos de pie. Porque la verdadera caída, atención a esto, la verdadera
caída, la que es capaz de arruinarnos la vida es la de permanecer en el piso y
no dejarse ayudar.
Hay un canto alpino muy lindo que van cantando mientras
suben la montaña: en el arte de ascender la victoria no está en no caer, sino
en no permanecer caído. No permanecer caído. La mano para que te alcen. No
permanecer caído. ¡El primer paso es no tener miedo de recibir la vida como
viene, no tener miedo de abrazar la vida, como es. Ese es el árbol de la vida
que hemos visto hoy. Gracias Alfredo por tu testimonio y la valentía de
compartirlo con todos nosotros. Me impresionó mucho cuando decías: «comencé a
trabajar en la construcción hasta que se terminó dicho proyecto. Sin empleo las
cosas tomaron otro color: sin colegio, sin ocupación y sin trabajo». Lo resumo
en los cuatro “sin” que dejaron nuestra vida sin raíces y se seca: sin trabajo,
sin educación, sin comunidad y sin familia. Es decir, vida sin raíces. Estos
cuatro “sin”, matan.
Es imposible que alguien crezca si no tiene raíces fuertes
que ayuden a estar bien sostenido y agarrado a la tierra. Es fácil “volarse”
cuando no hay de dónde agarrarse, de dónde sujetarse. Esta es una pregunta que
los mayores estamos obligados a hacernos, los mayores que estamos aquí, es más,
es una pregunta que ustedes tendrán que hacernos y tendremos el deber de
respondérsela: ¿Qué raíces les estamos dando?, ¿qué cimientos para construirse
como personas les facilitamos? Qué fácil resulta criticar a los jóvenes y pasar
el tiempo murmurando si les privamos de oportunidades laborales, educativas y
comunitarias desde dónde agarrarse y soñar el futuro. Sin educación es difícil
soñar futuro, sin trabajo es muy difícil soñar futuro, sin familia y sin
comunidad es casi imposible soñar futuro. Porque soñar el futuro es aprender a
responder no solo para qué vivo, sino para quién vivo, para quién vale la pena
gastar mi vida. Y eso lo tenemos que facilitar nosotros los mayores dándoles
trabajo, educación, comunidad, oportunidades
Como nos decía Alfredo, cuando uno se descuelga y queda sin
trabajo, sin educación, sin comunidad y sin familia, al final del día nos
sentimos vacíos y terminamos llenando ese vacío con cualquier cosa, con
cualquier verdura. Porque ya no sabemos para quién vivir, luchar y amar.
A los mayores que están aquí y a los que nos están viendo,
les pregunto: ¿Qué haces vos para generar futuro en los jóvenes de hoy?, ¿sos
capaz de luchar para que tengan educación, para que tengan trabajo, para que
tengan familia, para que tengan comunidad? Cada uno de los grandes
respondámonos en el corazón.
Recuerdo una vez, charlando con unos jóvenes que uno me
pregunta: “¿Por qué hoy muchos jóvenes no se preguntan sobre si Dios existe o
les cuesta creer en Él y les falta tanto compromiso con la vida?” Les contesté:
“Y ustedes, ¿qué piensan sobre esto?” Entre las respuestas que surgieron en la
conversación me acuerdo de una que me tocó el corazón y tiene que ver con la
experiencia que Alfredo compartía: “Padre, es que muchos de los jóvenes sienten
que poco a poco dejaron de existir para otros, se sienten muchas veces
invisibles”. Muchos jóvenes sienten que dejaron de existir para otros, para la
familia, para la sociedad, para la comunidad, y entonces muchas veces se
sienten invisibles.
Es la cultura del abandono y de la falta de consideración.
No digo todos, pero muchos sienten que no tienen mucho o nada para aportar
porque no cuentan con espacios reales desde dónde sentirse convocados. ¿Cómo
van a pensar que Dios existe si ellos, estos jóvenes, hace tiempo que dejaron
de existir para sus hermanos y para la sociedad? Así los estamos empujando a no
mirar el futuro y a caer en las garras de las drogas, de cualquier cosa que los
destruya. Podemos preguntarnos: ¿Qué hago yo con los jóvenes que veo?, ¿los
critico o no me interesa?, ¿los ayudo o no me interesa? ¿Es verdad que para mi
dejaron de existir hace tiempo?
Lo sabemos bien, no basta estar todo el día conectado para
sentirse reconocido y amado. Sentirse considerado e invitado a algo es más
grande que estar “en la red”. Significa encontrar espacios en el que puedan con
sus manos, con su corazón y con su cabeza sentirse parte de una comunidad más
grande que los necesita y que también ustedes jóvenes necesitan.
Y eso los santos lo entendieron muy bien. Pienso por ejemplo
en Don Bosco que no se fue a buscar a los jóvenes a ninguna parte. A ver acá
los que quieren a Don Bosco, un aplauso. Don Bosco no se fue a buscar a los
jóvenes a ninguna parte lejana o especial, simplemente aprendió a ver todo lo
que pasaba en la ciudad con los ojos de Dios y, así, su corazón fue golpeado
por cientos de niños, de jóvenes abandonados sin estudio, sin trabajo y sin la
mano amiga de una comunidad. Mucha gente vivía en la misma ciudad, muchos
criticaban a esos jóvenes, pero no sabían mirarlos con los ojos de Dios. A los
jóvenes hay que mirarlos con los ojos de Dios.
Él lo hizo, se animó Don Bosco, y se animó a dar ese primer
paso: abrazar la vida como se presenta y, a partir de ahí, no tuvo miedo de dar
el segundo paso: crear con ellos una comunidad, una familia donde con trabajo,
estudio se sintieran amados. Darles raíces desde donde sujetarse para que
puedan llegar al cielo, para que puedan ser alguien en la sociedad, darles
raíces para se agarren y no los tire abajo el viento que viene, eso hizo Don
Bosco, eso hacen los santos, eso hacen las comunidades que saben mirar a los
jóvenes con los ojos de Dios. ¿Se animan ustedes los grandes a mirar a los
jóvenes con los ojos de Dios?
Pienso en muchos lugares de nuestra América Latina que
promueven lo que llaman familia grande, hogar de Cristo que, con el mismo
espíritu de otros centros, buscan recibir la vida como viene en su totalidad y
complejidad porque saben que el árbol siempre guarda «una esperanza guarda el
árbol: si es cortado, aún puede retoñar, y no dejará de echar renuevos» (Jb
14,7).
Y siempre se puede “retoñar y echar renuevos”, siempre se
puede empezar de nuevo cuando hay una comunidad, calor de hogar donde echar
raíces, que brinda la confianza necesaria y prepara el corazón para descubrir
un nuevo horizonte: horizonte de hijo amado, buscado, encontrado y entregado a
una misión. Por medio de rostros concretos es como el Señor se hace presente.
Decir “sí” como María a esta historia de amor es decir “sí” a ser instrumentos
para construir, en nuestros barrios, comunidades eclesiales capaces de
callejear la ciudad, abrazar y tejer nuevas relaciones. Ser un “influencer” en
el siglo XXI es ser custodios de las raíces, custodios de todo aquello que
impide que nuestra vida se vuelva gaseosa, que nuestra vida se evapore en la
nada.
Ustedes los mayores sean custodios de todo aquello que nos
permita sentirnos parte los unos de los otros, custodios de todo aquello que
nos haga sentir que nos pertenecemos.
Así lo vivió Nirmeen en la Jornada Mundial de la Juventud de
Cracovia. Se encontró con una comunidad viva y alegre, que le salió a su
encuentro, le dio pertenencia, por lo tanto identidad, y le permitió vivir la
alegría que significa ser encontrada por Jesús. Nirmeen le esquivaba a Jesús,
tenía sus distancias hasta que alguien le hizo ver raíces, le dio pertenencia y
esa comunidad la animó a comenzar ese camino que ella nos contó.
Un santo latinoamericano una vez se preguntó: «El progreso
de la sociedad, ¿será sólo para llegar a poseer el último auto o adquirir la
última técnica del mercado? ¿En eso se resume toda la grandeza del hombre? ¿No
hay nada más que vivir para esto?» (cf. S. ALBERTO HURTADO, Meditación de
Semana Santa para jóvenes, 1946). Yo les pregunto a los jóvenes: ¿Ustedes
quieren esta grandeza o no? ¡No!
La grandeza no es solo tener el último auto, adquirir la
última técnica del mercado. Ustedes fueron creados para algo más. María lo
comprendió y dijo: ¡Hágase! Erika y Rogelio lo comprendieron y dijeron:
¡Hágase! Alfredo lo comprendió y dijo: ¡Hágase! Nirmeen lo comprendió y dijo:
¡Hágase! Los hemos escuchado aquí. Amigos, les pregunto: ¿Están dispuestos a
decir “sí”? ¡Sí! Aprendieron a contestar, ya me gusta más.
El Evangelio nos enseña que el mundo no será mejor porque
haya menos personas enfermas, menos personas débiles, menos personas frágiles o
ancianas de quien ocuparse e incluso no porque haya menos pecadores; no, no
será mejor por eso. El mundo será mejor cuando sean más las personas que, como
estos amigos que nos han hablado, estén dispuestos y se animen a gestar el
mañana, a creer en la fuerza transformadora del amor de Dios. A ustedes jóvenes
les pregunto: ¿Quieren ser “influencer” al estilo de María. Ella se animó a
decir «hágase»? Solo el amor nos vuelve más humanos, no las peleas, no el
bullying, no el estudio solo; solo el amor nos vuelve más humanos, más plenos,
todo el resto son buenos pero vacíos placebos.
Dentro de un momento nos vamos a encontrar con Jesús vivo en
la Eucaristía. Seguro que van a tener muchas cosas que decirle, muchas cosas
que contarle sobre distintas situaciones de sus vidas, de sus familias y de sus
países. Estando frente a Jesús, cara a cara, anímense, no tengan miedo de
abrirle el corazón para que Él renueve el fuego de su amor, que los impulse a
abrazar la vida con toda su fragilidad, con toda su pequeñez, pero también con
toda su grandeza y hermosura. Que Jesús los ayude a descubrir la belleza de
estar vivos y despiertos, vivos y despiertos. No tengan miedo de decirle a
Jesús que ustedes también quieren tomar parte en su historia de amor en el
mundo, ¡que están para más!
Amigos: Les pido también que en ese cara a cara con Jesús
sean buenos y le pidan por mí para que yo tampoco tenga miedo de abrazar la
vida, para que sea capaz de cuidar las raíces y sea capaz de decir como María:
¡Hágase según tu palabra! Fuente: Aciprensa.