19 de enero 2019. Homilía del Santo Padre en la Basílica de
San Pablo Extramuros en Roma. Con motivo de las vísperas por la Semana de
Oración por la Unidad de los Cristianos,
Hoy comienza la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, en la
que todos estamos invitados a pedir a Dios este gran don. La unidad de los cristianos es fruto de la gracia de Dios y hemos
de disponernos a recibirla con un corazón generoso y servicial. Esta tarde me
alegra especialmente poder orar con los representantes de otras Iglesias
presentes en Roma, a quienes dirijo un saludo cordial y fraterno.
El libro del Deuteronomio representa al pueblo de Israel
acampado en las llanuras de Moab, a punto de entrar en la tierra que Dios le
prometió. Aquí, Moisés, como un padre solícito y jefe designado por el Señor,
repite la Ley al pueblo, lo instruye y le
recuerda que deberá vivir con fidelidad y justicia una vez que se haya
establecido en la tierra prometida. El pasaje que acabamos de escuchar
proporciona información sobre cómo celebrar las tres fiestas principales del
año: Pesach (la Pascua), Shavuot (Pentecostés), Sukkot (Tabernáculos). Cada una
de estas fiestas llama a Israel a dar gracias por los bienes recibidos de Dios.
La celebración de una fiesta requiere la participación de todos.
Nadie puede quedar
excluido: «Te regocijarás en presencia del Señor, tu Dios, con tu hijo e
hija, tu esclavo y esclava, el levita que haya en tus ciudades, el emigrante,
el huérfano y la viuda que haya entre los tuyos» (Dt 16,11). En cada fiesta es
necesario hacer una peregrinación «en el lugar que elija el Señor, tu Dios,
para hacer morar allí su nombre» (v. 2). Allí, el fiel israelita debe ponerse
ante Dios. Aunque todo israelita haya sido un esclavo en Egipto, sin ninguna
posesión personal, «no se presentarán al Señor con las manos vacías» (v. 16) y
el don de cada uno será en la medida de la bendición que el Señor le dará. Por
lo tanto, todos recibirán su parte de la riqueza del país y se beneficiarán de
la bondad de Dios.
No es una sorpresa que el texto bíblico pase de la
celebración de las tres fiestas principales al nombramiento de los jueces. Las
mismas fiestas exhortan al pueblo a la justicia, recordando la igualdad
fundamental entre todos sus miembros, todos igualmente dependientes de la
misericordia divina, e invitando a cada uno a compartir con los demás los
bienes recibidos. Honrar y glorificar al
Señor en las fiestas del año va de la mano con el honrar y hacer justicia al
prójimo, especialmente si es débil y está necesitado.
Los cristianos de Indonesia, reflexionando sobre la elección
del tema para esta Semana de Oración, decidieron inspirarse en estas palabras
del Deuteronomio: «Persigue solo la justicia» (16,20). A ellos les preocupa
mucho que el crecimiento económico de su país, movido por la lógica de la
competición, deje a muchos en la pobreza, permitiendo que solo unos pocos se
enriquezcan enormemente. Está en riesgo la armonía de una sociedad, en la que
conviven personas de diferentes grupos étnicos, idiomas y religiones,
compartiendo un sentido de responsabilidad recíproca. Pero esto no vale solo
para Indonesia: esta situación se repite en el resto del mundo. Cuando la
sociedad ya no tiene como fundamento el principio de la solidaridad y el bien
común, se produce el escándalo de ver a personas que viven en la pobreza
extrema junto a rascacielos, hoteles imponentes y lujosos centros comerciales,
símbolos de inmensa riqueza. Hemos
olvidado la sabiduría de la ley mosaica, según la cual, si la riqueza no se
comparte, la sociedad se divide.
San Pablo, escribiendo a los romanos, aplica la misma lógica
a la comunidad cristiana: los que son
fuertes deben ocuparse de los débiles. No es cristiano «buscar la satisfacción
propia» (15,1). Siguiendo el ejemplo de Cristo, debemos esforzarnos por
edificar a los que son débiles. La solidaridad y la responsabilidad común deben
ser las leyes que gobiernan a la familia cristiana. Como pueblo santo de Dios,
también nosotros estamos siempre próximos a entrar en el Reino que el Señor nos
ha prometido. Pero, al estar divididos, tenemos que recordar la llamada a la
justicia que Dios nos dirige. Incluso entre los cristianos existe el riesgo de
que prevalezca la lógica conocida por los israelitas en la antigüedad y por el
pueblo indonesio en la actualidad, es decir, que buscando acumular riquezas,
nos olvidemos de los débiles y necesitados.
Es fácil olvidarse de la igualdad fundamental que existe
entre nosotros: que en el principio todos éramos esclavos del pecado y el Señor
nos salvó en el bautismo, llamándonos hijos suyos. Es fácil pensar que la
gracia espiritual que se nos ha dado es una propiedad nuestra, algo que nos
corresponde y nos pertenece. También es posible que los dones recibidos de Dios
nos vuelvan ciegos para ver los dones dados a otros cristianos.
Es un grave pecado empequeñecer o despreciar los dones que
el Señor ha dado a otros hermanos, creyendo que no son de alguna manera
privilegiados de Dios. Si compartimos pensamientos similares, dejamos que la
misma gracia recibida se convierta en una fuente de orgullo, injusticia y
división. ¿Y cómo podremos entrar así en el Reino prometido? El culto que
corresponde a ese Reino, el culto que reclama la justicia, es una fiesta que
incluye a todos, una fiesta en la que los dones recibidos se ponen a
disposición y se comparten.
Para dar los primeros pasos hacia esa tierra prometida que
es la de nuestra unidad, ante todo debemos reconocer con humildad que las
bendiciones recibidas no son nuestras por derecho, sino por un don, y que nos
han sido dadas para que las compartamos con los demás. En segundo lugar,
tenemos que reconocer el valor de la gracia concedida a otras comunidades
cristianas. Como consecuencia, nuestro deseo será el de participar en los dones
de los demás. Un pueblo cristiano renovado y enriquecido por este intercambio
de dones será un pueblo capaz de caminar con paso firme y confiado por el
camino que conduce a la unidad. Fuente: Aciprensa.