24 de enero 2019. Dios define el ser del sacerdote. Con esta
sabia y teológica proposición, iniciamos el retiro espiritual los sacerdotes de
la Arquidiócesis de Ibagué. Nuestro
predicador, Monseñor, Omar de Jesús Mejía Giraldo, Obispo de la Diócesis de
Florencia (Caquetá). Nos fue enrutando en el ser de un retiro espiritual. Su
tema central fue: La identidad del sacerdote. El ser y la vida de un sacerdote.
La misión noble y espiritual de un ministro de Dios.
Esta primera noche (8 pm) el día 21 de enero
2019, pudimos asimilar las siguientes guías espirituales: Para ser un buen
sacerdote, es definitivo enamorarse de la Palabra del Señor; dejarnos guiar por
el Espíritu Santo de Dios. A la luz del
Evangelio se puede comprender que Jesús de Nazareth nos sorprende, impacta su
manera de hablar y de decir lo que debemos hacer. (cfr. Lucas 10, 2 – 12).
Juan estaba convencido de lo que él era, de su misión, a
quién debía presentar. Razón suficiente para decir que si yo no estoy convencido de lo que soy y hacia dónde voy, no lograré
convencer a nadie, de seguir a Jesucristo. El medio es la conversión
personal. Ella es un ejercicio permanente, es un movimiento progresivo en cada
uno de nosotros. El ejemplo, sigue siendo Juan: Estaba convencido de lo que
estaba predicando. La conversión es una manera novedosa de ver la vida
cotidiana. La conversión logra su punto, en el amor a los demás con los mismos
criterios del Evangelio. Lo que recomienda la Sagrada Escritura es: anunciar el
Evangelio. Para lograrlo, es necesario enfrentar todas las dificultades y las
incertidumbres. Dios recomienda:
Practicar la caridad, la justicia y la honestidad. Monseñor, Omar; nos
recomendó leer a lo largo de esta semana, el Evangelio según san Lucas, para ir
precisando: ¿Qué es lo que yo debo hacer?.
A continuación, seguiré comentando las reflexiones de nuestro
predicador. Padre, Jairo Yate Ramírez.
Arquidiócesis de Ibagué.
SEGUNDO DÍA DE RETIRO
ESPIRITUAL. Oración, silencio, descanso.
Para encontrar la razón de ser de nuestro sacerdocio, es “Conditio
Sine qua non”, centrar la atención en la Palabra del Salvador del mundo. Basta
meditar y profundizar el programa que desarrolló Jesús, para saber cómo logró el
éxito de su misión. Existe un itinerario
espiritual que debe asumir cada sacerdote: En consonancia con el Evangelio; el
Nazareno propone la oración como el medio eficaz para ser hombres del espíritu de Dios. Cristo
recomienda a sus apóstoles, orar en un lugar solitario. (cfr. Lucas 5, 15-16).
De esta manera iniciamos nuestro segundo día de retiro, (Segunda charla: 22 de
enero. 9 am). Para ser personas de oración, es obligatorio abrirle un espacio.
Hacer un alto en el camino. Lograr el
silencio tan necesario para lograr la conexión perfecta con Dios: Silenciar
la mente, silenciar la boca, silencia el teléfono celular. Darle a Dios todo el
espacio necesario. Cuando se logra el silencio en la oración, también se
experimenta el perdón de Dios. Descubrimos a un Cristo que vino al mundo para
sanar a quienes tienen el corazón destrozado. Un retiro también es una ocasión
para “Descansar”. El Maestro lo hizo, él
mismo lo recomienda. (cfr. Marcos 6, 30-32). Cuando sabemos descansar, “sanamos el pasado y vivimos el presente
con la gracia de Dios”. Un retiro, es una ocasión privilegiada para vivir
la soledad. Para amar la soledad. Para ausentarse un poco del mundo exterior.
La soledad nos permite ausentarnos del ruido, nos enseña a vivir en la
meditación de nuestro propio yo. La
Sagrada Biblia recomienda: “En tus
acciones, piensa siempre en el desenlace y nunca pecarás” (Eclesiástico 7,36).
Aprendemos a guardar silencio en medio de una cultura del
ruido y la superficialidad. (Tercera Charla, 22 de enero. 11 am). El Silencio
que aprendemos los que somos creyentes, es el silencio de Dios. Reconocemos que estamos en una cultura del
ruido, es parte del mundo moderno. Es la influencia de las redes sociales.
Parece que la gente ya no nos escucha a los que somos pastores. Los medios
actuales nos sustituyeron. La cultura moderna avanza en medio de las “Fake
News”. Vivimos sometidos a una cultura
del chisme, la crítica, la polémica. Nosotros como pastores, comprendemos que
ante un fuerte ataque de la cultura, una buena respuesta puede ser el silencio
interior. En medio de esta cultura de lo externo, se cuida más la apariencia
que lo esencial. Todo se está volviendo pasajero. Alguien decía: “Una persona sin silencio, es alguien sin interioridad”. La respuesta es rescatar nuestra cultura
cristina. Hay que sacar tiempo para escuchar a los demás. No podemos caer en
una mediocridad espiritual, por darle tanta importancia a la cultura de la
superficialidad. Si una sociedad nos propone más el ruido, la superficialidad,
nosotros respondemos con el silencio contemplativo. Silencio para poder
escuchar. Entendemos que el silencio es curador de la persona, nos permite
escuchar a las demás personas. La primera tarea de una persona silenciosa, es
que aprenda a escuchar al otro, que evite el peligro de tener siempre una
respuesta lista o una crítica como alternativa. Sólo los silenciosos, saben acoger a los demás.
Pensemos ahora en la identidad de nosotros los sacerdotes
como consagrados. (Cuarta charla. 22 de enero 4 pm). Tomando como punto de
iluminación el capítulo tercero del Evangelio según san Lucas. La experiencia
de Jesucristo ante el bautismo. El mismo Dios identifica e indica quién es: “Tu
eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy”. (cfr. Lucas 3, 21-22). La
Palabra de Dios nos da la respuesta concreta de lo que nosotros somos: hemos
sido consagrados por Dios, para una misión. Dios mismo es quien nos da la
identidad de lo somos y lo que debemos hacer. Nuestra respuesta es libre y
voluntaria. “La libertad es la gran
experiencia de ser lo que se es”. Ontología cristiana. Cuando defino lo que
yo soy, comienzo a sentirme como un hijo amado y predilecto de Dios. La
experiencia de Dios con su pueblo, narrada en el libro del Éxodo (19, 4-6);
conocemos el querer de Dios y nuestra respuesta: Dice Dios: ustedes son pueblo
de mi propiedad. Le pertenecemos a Dios, somos propiedad de Dios, estamos al
servicio de Dios. El joven Jesús de Nazareth expresa a su madre, que él es
propiedad de su padre celestial. (cfr Lucas 2,49). Lo esencial de nuestra
vocación es pertenecerle a Dios, a él le entregamos nuestra voluntad. Eso es lo
que precisamente sucede cuando recibimos la Gracia de la ordenación. Esa misma
gracia nos convierte a Dios, todo lo que hago es por gracia de Dios. Ahora, si
soy propiedad de Dios y vivo de acuerdo a la Gracia de aquel que me eligió,
necesariamente debo ser una persona diferente. Dios cuenta con nuestra soberanía.
No podemos fallarle a Dios. Nuestro comportamiento debe ser de acuerdo a la
gracia que recibimos. La Iglesia espera de nosotros que seamos consagrados,
hombres diferentes, hombres comprometidos con el ser de nuestra identidad
sacerdotal.
TERCER DÍA DE RETIRO
ESPIRITUAL. Sanar el corazón. Oración de
amor. Confesión del sacerdote.
El programa misional de Jesús de Nazareth. (cfr. Lucas 4,
16-21) Con esta propuesta iniciamos nuestro tercer día de retiro espiritual.
(23 de enero. Quinta charla. 9 am). La
propuesta del Hijo de Dios es: “Anunciar a los pobres la Buena Nueva”. El reto de Jesucristo es sanar el corazón. Es
preocuparse por todos aquellos que la sociedad tiene desplazados: Pobres,
enfermos, lisiados, leprosos. Lo que el Papa Francisco denomina “una sociedad del
descarte”. “Una cultura del descarte y la indiferencia”. “Nadie puede quedar
excluido”. Descartar a las personas no es cristiano. Clasificar las personas no es
cristiano. Las clases sociales dividen a las personas. La misión del
sacerdote es sanar el corazón. Un sacerdote no puede negarse a escuchar a las
personas. Su pastoral más delicada es lo que algunos llaman “La pastoral del
oído”. Las personas necesitan ser
escuchadas. Ninguna persona debe recibir la reprimenda: “Yo no la puedo
confesar”. El mejor consejo evangélico es: “escuchar todo el tiempo necesario a
una persona, así no la podamos absolver por fidelidad a la sana doctrina”. Pero
escuchar. Cuando nos negamos a escuchar a alguien, automáticamente lo
descartamos, lo inducimos a que pierda su amor y aprecio por la Iglesia. El mejor bálsamo para sanar el corazón, es
el sacramento del perdón. No hay que olvidar, que el único que quita el
pecado, es el “Cordero de Dios”.
Los sacerdotes debemos ser signos para ayudar a sanar el
corazón. Aprendemos a sanar el corazón, cuando empezamos perdonándonos entre
nosotros mismos. Es totalmente
cuestionable saber que un sacerdote no se habla con otro sacerdote. O que un
sacerdote odia a otro hermano sacerdote.
Tampoco se entiende que un sacerdote, odie a su Obispo. Eses es el tipo de fenómenos que no tienen
lógica. No está entre los presupuestos normales de la razón, que un sacerdote,
ore por su Obispo en la celebración eucarística, mientras lo odia. Tendríamos que parodiar la teología de san
Juan diciendo: “Si alguien dice amo a Dios y aborrece a su hermano, es un
mentiroso”. (1 de Juan 4, 20) Jesucristo
siempre tuvo un momento para escuchar a los demás. Nunca dejó pregunta sin
respuesta. Su actitud fue: Escuchar, sanar, perdonar, resolver conflictos, proponer
caminos, corregir a tiempo. Cuánto nos hace falta, la pastoral de la escucha y
ofrecer la mano a los demás. El Papa Francisco guarda la ilusión de una Iglesia
con las puertas abiertas, una Iglesia de la periferia, unos pastores con olor a
oveja.
Sanemos nuestro
corazón, para poder sanar el corazón de los demás. (23 de enero. Sexta charla. 11 am). Lo primero que debe pensar una persona para
poder ayudar a los demás, es sentir que su corazón está en paz con Dios, con
los demás y consigo mismo. No se puede
pretender ayudar al otro, mientras en mi corazón existen debilidades que aún no
he podido superar. La Escritura nos
cuenta la historia de David, quien llevó una secuencia hasta superar su propia
debilidad y convertirse en el mejor rey de Israel. David, inició con la pereza “madre de los vicios”. Siguió con la curiosidad, “se enamoró de
Betsabé”. Cometió el error del adulterio
“estuvo con ella” pasó a la traición, al
homicidio y terminó con la mentira. (cfr. II de Samuel 11, 1 – 17). Dios le dio la oportunidad de levantarse. “La
grandeza de David, es que lloró su propio pecado”.
Nos enfrentamos a un mundo moderno donde hay
muchos corazones heridos, corazones fríos. Almas que sufren el dolor de la
guerra, del terrorismo, de la violación de sus derechos, del hambre, de la
pobreza, de la crisis emocional. Hay que buscar una solución. La oración del amor. Orar es sencillo y muy eficaz. Todos necesitamos sanar el corazón. Hay que
curar el corazón de: La angustia, los celos, el egoísmo, el perfeccionismo, la
envidia, el orgullo, la violencia, la traición, las murmuraciones, la
injusticia, las amenazas, el orgullo, la hipocresía, etc. San Juan en su Evangelio no da la clave para
sanar el corazón: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado” (Juan
15,17). Se trata de amar, amar siempre,
perseverar en el amor. Quien ama de verdad y con el corazón,
difícilmente llega a juzgar a su hermano.
Nace una nueva pastoral para nosotros los pastores, los ministros de
Dios: Pastoral de la escucha: Siempre disponibles para escuchar a los demás. Pastoral del dolor: Siempre dispuestos
para meternos en los zapatos de las demás personas. Un sacerdote con un corazón siempre noble y disponible.
Nuestro predicador, nos invitó a cada sacerdote al
sacramento de la reconciliación y de la paz.
Aprovechamos el día, para confesar nuestros pecados, nuestras faltas,
nuestras debilidades. Limpiamos el fichero de nuestra mente: Nos preguntamos
cuántas fichas negras tengo en mi mente: a cuántas personas no las acepto, no
las determino, no son de mi corazón. “Fichas Negras”. Para cumplir esa misión. Nos dejamos guiar por
el siguiente examen de conciencia para nosotros como sacerdotes: 1) Me propongo
seriamente la santidad de mi sacerdocio? (cfr. Juan 17,19). 2) La Eucaristía es
el centro de mi vida sacerdotal? (cfr. Mateo 26,26). 3) Celebro la Eucaristía
según las normas establecidas? Soy fiel a ese sacramento? (cfr. Juan 2,17). 4)
Soy un sacerdote de oración, de meditación, de contemplación ante el sagrario?
(cfr. Juan 15,9). 5) Realizo todos los días mi meditación personal? Cumplo con
la oraciones diarias, que me recomienda santificar la horas del día? (cfr. Mateo
13, 36). 6) Estoy comprometido con mi oración personal? (cfr. Lucas 18,1). 7)
Observo el compromiso de amar a Dios, a los demás? Guardo mi compromiso del
celibato? (cfr. Mateo 19,21). 8) Observo una buena conducta todos los días? Mis
conversaciones son de un auténtico sacerdote? (cfr. Juan 1,20). 9) Vivo mi voto
de pobreza? Soy una persona desprendida? Comparto lo que tengo con los
demás? (cfr. Mateo 8,20). 10) Sufro del
pecado de la soberbia? Me resisto a perdonar a los demás? (cfr. Mateo 11,25).
11) Amo a la Iglesia? Sirvo con alegría? Actúo siempre en la persona de Cristo?
(cfr. Juan 19,34). 12) “Nihil Sine
Episcopo”. Así lo decía san Ignacio de Antioquia. Obedezco y soy dócil a los
requerimientos de mi Obispo? Oro por el Santo Padre?. 13) Trato a los sacerdotes
y a los demás, con caridad? Me preocupo por el dolor y los sufrimientos de los
demás? (cfr. Juan 13,34). 14) Conozco bien las enseñanzas de la Iglesia? Las
enseño con fidelidad? (cfr. Juan 14,6).
15) Mi forma de ser, conduce a los fieles a los sacramentos?
Me confieso con regularidad? Celebro con generosidad? Estoy disponible para
atender a los fieles? Preparo mis predicaciones? (cfr. Juan 8,11). 16) Apoyo
las vocaciones al sacerdocio y vida consagrada? Me preocupo por crear una
conciencia a la santidad de vida? (cfr. Marcos 3,13). 17) Sirvo a los demás con
diligencia y generosidad? Manifiesto la caridad a través de lo que hago?
Considero mi autoridad como un servicio a la comunidad? (cfr. Mateo 20,28). 18)
Oro por los fieles que Dios me ha encomendado? Cumplo con mis deberes
pastorales? Oro por los fieles difuntos? (cfr. Juan 19,28). 19) Cultivo mi
piedad a la Santísima Virgen María? Oro con el Santo Rosario? (cfr. Juan 19,
26-27). 20) Soy diligente en atender
sacramentalmente a los enfermos y atender pronto a los moribundos? (cfr. Lucas
23,44).
No hay que tenerle
miedo a dejarse amar por los demás. No hay que desconfiar del amor que nos
ofrecen las personas. No siempre se cumple ese mal presentimiento, que todos
los que se nos acercan, no son sinceros con su aprecio y valoración. (23 de
enero. Séptima charla. 3 pm). Podemos caer en el error permanente de creer que
nadie nos ama, nadie nos valora, nadie nos tiene en cuenta. Si las cosas son
así. Terminamos siendo personas aisladas de la comunidad. Evadimos reuniones,
encuentros, diálogos, etc. Nos encerramos en nuestro propio mundo. Cuando
tomamos la decisión de aislarnos, nos llenamos de odio, disgusto, rencor contra
los demás. La primera salida a esta dificultad
es preguntarme: ¿Soy una persona muy negativa? ¿Soy una persona positiva? ¿Soy
alguien indiferente? ¿Tengo prejuicios en mi manera pensar y de ver a los demás?.
La tarea hay que cumplirla para el bien del alma, del corazón, para lograr una
buena salud espiritual: No debo conservar rencores en mi corazón. Debo limpiar
mi corazón confiando en el poder de Dios y la oración.
René Descartes, a quien se le ocurrió el discurso del método:
“Su objetivo es dirigir bien la razón y buscar la verdad en las ciencias. Es el
arte del discurrir. Dejar discurrir la
mente hasta lograr el objetivo. Como
creyente puedo pensar en un método: Me imagino la escena para limpiar mi
corazón. Me ubico sentándome en comunión con la persona que deseo perdonar u
olvidar lo que sucedió en aquel momento, le ofrezco también una silla al Señor
Jesús. Ya somos tres en comunión. “Pido Perdón”. Esa debe ser mi actitud frente a la realidad
que me está sucediendo. Ofrezco perdón y/o acepto las disculpas que el otro me
ofrece. Prometo olvidar y no volver a recordar, ni a mencionar lo que ya
perdoné: “Sin reconciliación no hay perdón, no hay paz”. Pienso más en lo
positivo que tienen las personas y menos en lo negativo. Me despido de la
persona que he perdonado y me quedo con Jesucristo, a quien había invitado a
este coloquio. No debo olvidar, que sin
la ayuda de la Gracia del Señor, no puedo seguir adelante. Si se me ocurre apartarme de Dios, volveré
nuevamente a caer en el error, de ese rencor que había logrado sacar de mi
alma.
CUARTO DÍA RETIRO
ESPIRITUAL. Vivir siempre con alegría. Una vida de santidad.
Hay que pensar en vivir con alegría, el don y la Gracia que hemos recibido de Dios. Así iniciamos nuestro cuarto día de retiro espiritual. (24 de enero. Octava charla. 9 am). Analizando teológicamente las parábolas de la misericordia, según lo narra el Evangelio según san Lucas: Parábola de la oveja perdida; parábola de la moneda perdida; parábola del Hijo pródigo. (cfr. Lucas 15). Las tres nos ilustran sobre la inmensa alegría que se siente cuando se logra un objetivo. Alegría y satisfacción de lograr una meta. Alegría que nace de un corazón alegre, que buscar vivir la plenitud de su propia existencia. Para Dios habrá mucha alegría en el cielo, por un solo pecador que se convierta. Los discípulos del Maestro sintieron una profunda alegría, cuando pudieron ver nuevamente a su Señor. (cfr. Juan 20,20).
El Papa Francisco en su exhortación apostólica “Gaudete et
exultate) del año 2018. En su capítulo cuarto; el santo Padre indica que el
carnet de presentación de un buen cristiano, es el sentimiento de la alegría al
cumplir su misión que le encomienda Dios en el mundo. Las Bienaventuranzas son
la regla de oro, la seguridad de lo que debo hacer. La alegría de haber llegado
a la meta: Bienaventurados: Los pobres, los mansos, los que lloran, los que
tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los de corazón limpio,
los que trabajan por la paz, los perseguidos por causa de la justicia. En el capítulo cuarto a partir del numeral
110, el Papa, advierte: Alegría y sentido del humor. El santo es capaz de vivir con alegría y sentido del humor. Sin
perder el realismo, ilumina a los demás con un espíritu positivo y esperanzado.
Ser cristianos es «gozo en el Espíritu Santo» (Romanos 14,17). El mal humor no
es un signo de santidad: «Aparta de tu corazón la tristeza» (Qo 11,10). Es
tanto lo que recibimos del Señor, «para que lo disfrutemos» (1 Timoteo 6,17).
Los profetas anunciaban el tiempo de Jesús, que nosotros
estamos viviendo, como una revelación de la alegría: «Gritad jubilosos» (Isaías
12,6). María, que supo descubrir la novedad que Jesús traía, cantaba: «Se
alegra mi espíritu en Dios, mi salvador» (Lucas 1,47) y el mismo Jesús «se
llenó de alegría en el Espíritu Santo» (Lucas 10,21). Cuando él pasaba, «toda
la gente se alegraba» (Lucas 13,17). Hay momentos duros, tiempos de cruz, pero
nada puede destruir la alegría sobrenatural, que «se adapta y se transforma, y
siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal
de ser infinitamente amado, más allá de todo». «Hay más dicha en dar que en recibir» (Hechos 20,35) y «Dios ama al
que da con alegría» (2 Corintios 9,7). El amor fraterno multiplica nuestra
capacidad de gozo, ya que nos vuelve capaces de gozar con el bien de los otros:
«Alegraos con los que están alegres» (Romanos 12,15). «Nos alegramos siendo
débiles, con tal de que vosotros seáis fuertes» (2 Corintios 13,9). En cambio,
si «nos concentramos en nuestras propias necesidades, nos condenamos a vivir
con poca alegría». (Gaudete et exsultate. Numerales, 122 – 128). El predicador del retiro nos pide
reflexionar: ¿Dónde está centrada mi felicidad sacerdotal?
San Francisco de Sales, es un ejemplo formidable para la
vida de un sacerdote. Es considerado el santo de la dulzura, la alegría, la
comunicación. Su excelente enseñanza se centra en ganar almas para Dios: “Las almas se ganan de rodillas”. (24 de enero. Novena Charla. 11 am). Se puede
considerar a Francisco como una excelente copia del Redentor. Su misión la
planeó perfectamente, desde ser un hombre de oración, santo, y muy dedicado a
las personas. Su vida cotidiana la
organizó de la siguiente manera: Siempre dispuesto para atender en el
confesonario. Excelente predicador la Palabra del Señor. Asistió con bondad a
los necesitados. Buen celo apostólico. Lo consideraban el más dulce de los
hombres y el más amable de los santos. Aconsejaba brillar, donde Dios nos
ponga. Agradar a Dios por el amor como hacemos las cosas. Procuremos no hacer
mucho, sino hacer bien lo que hagamos. La Eucaristía para un santo, debe ser el
centro y culmen de su vida cristiana.
El santo recomienda medios para la santificación personal.
Buscando la gloria de Dios. En cuanto a los comportamientos: Sencillez en la
manera de ser. Sencillez en el lenguaje. Sencillez en el estilo. Modestia.
Pulcritud. Dejar a Dios ser Dios en nuestras vidas. Servir a Dios con todo lo
que somos. Siempre, humildad y dulzura. Dulzura hacia el prójimo. Mantenerse en
paz interior. Nada de exceso y preocupaciones. Quererse así mismo, aún con nuestras miserias.
La gratitud es como el arte para encontrar la felicidad.
(Décima charla. 24 de enero 3 pm). La
gratitud es una Disposición habitual
para hacer el bien. Una virtud es una cualidad estable de la persona,
ya sea natural o adquirida. La gratitud sirve para tener buenas relaciones
fraternas y para de verdad construir la paz, que nace fundamentalmente de
un corazón lleno de Dios. La paz para nosotros las personas de fe es:
ü Un don de Dios…
ü Una
construcción artesanal que logramos con el esfuerzo cotidiano por obrar
virtuosamente.
ü Un
buen ambiente familiar y de trabajo (Evangelizar debe ser placentero).
“Compartir
pensamientos de gratitud y realizar actos de bondad puede mejorar el
estado de ánimo y tener otros efectos
benéficos en la salud” (Lisa Fieles). Según investigaciones de
psicología, en la universidad de Zúrich, Suiza, dice que la gratitud y
el sentido del humor, es uno de los cinco mejores medios para vivir el
don de la felicidad.
PASOS
PARA VIVIR LA GRATITUD
Ø
Buscar vivir con un sentimiento benéfico. La gratitud es la forma en que nos vinculamos con los demás, porque
nos conecta con algo más allá de nuestro propio ser. Por eso, la gratitud:
Ø
Es vinculante.
Ø
Nos da sentido de trascendencia.
Ø
Es imposible sentirla por nada…
ü Quienes
expresan la gratitud; °°° Mayores niveles de felicidad.
ü Una presión arterial más
saludable.
ü Mejores relaciones
interpersonales.
ü Duermen mejor.
ü Se deprimen menos y toleran más
el dolor.
ü Las grandes obras no las hacen
los vagos (desocupados), las grandes obras las hacen las personas más felices,
por ende, las personas más agradecidas con Dios, con la vida, con la
naturaleza, con los demás…
ü La gratitud genera
mejores relaciones con los demás y por lo tanto, nos permite dormir con mayor
serenidad.
ü La gratitud nos beneficia
en todas las etapas de la vida. Ejemplo: la gratitud en la ancianidad, en vez de estar renegando de
la perdida de fuerzas, es necesario vivir agradecidos, porque todavía se puede
caminar, bailar…
ü La gratitud nos permite soñar. “Vale la
pena soñar”. Nos da la oportunidad de ver el futuro con optimismo, con
esperanza. La gratitud nos permite caminar con la frente en alto…
Al final de nuestro retiro espiritual, quiero hacer un
homenaje de gratitud. “La gratitud es
una virtud de aquel que ama, la esencia de un alma que aprende a ser noble”.
Gracias a Monseñor Omar, por sus enseñanzas. Gracias a Monseñor Flavio Calle
Zapata, Arzobispo de Ibagué. Gracias a Monseñor, Miguel Fernando González
Mariño, Obispo auxiliar. Gracias a todas las personas que a través de la
oración y buenas intenciones, nos apoyaron espiritualmente en este retiro. Padre, Jairo Yate Ramírez. Arquidiócesis de Ibagué.