14 de marzo 2019. EL SALUDO
AL ALTAR Y A LA ASAMBLEA. Continuando con nuestras catequesis mistagógicas, en
este segundo domingo de Cuaresma, profundizaremos en el doble gesto al inicio
de la celebración de la Eucaristía: el saludo al altar y a la asamblea. Padre Héctor Giovanny Sandoval. Delegado
episcopal para la liturgia. Arquidiócesis de Ibagué.
El
saludo al altar
La procesión de entrada deriva en dos saludos: uno
al altar, otro a la asamblea congregada. El altar es venerado siempre con una
inclinación profunda y con el beso de los ministros ordenados, pero en los días
más solemnes esto se ve complementado con el uso del incienso,
Por su parte, el
saludo a la asamblea se realiza con el empleo de la frase «El Señor esté con
ustedes»
Resulta particularmente importante fijarse en su
significado, para lo cual, debemos insistir en el paralelismo que existe entre
uno y otro. El saludo a la asamblea está en estrecha relación con el saludo al
altar, uno y otro se explicitan en cuanto a su sentido.
El saludo al altar está destinado a mostrar la naturaleza “sacramental”
que lo afecta; El gesto
de besar el altar al principio de la Misa es una señal de veneración a Cristo
ya que el altar representa a Cristo: los Santos Padres no dudaron en afirmar
que Cristo fue, al mismo tiempo, la víctima, el sacerdote y el altar de su
propio sacrificio al Padre. De ahí que en todas nuestras iglesias “Cristo es
altar” en torno al cual se reúne el pueblo cristiano.
El saludo a la asamblea
La asamblea litúrgica también aparece como una
realidad que trasciende plenamente su apariencia: no se trata simplemente de un
grupo de personas, sino de una manifestación del misterio de la Iglesia
congregada.
La asamblea litúrgica es una realización
“sacramental” de la Iglesia y, por lo tanto, es presencia real de Jesucristo.
Por eso, es saludada por el presidente, con la frase: “El Señor esté con ustedes”, para expresar
que “ustedes” son el Señor en medio del mundo. Razón que justifica -además- el
hecho de que esa misma asamblea sea incensada tanto como el altar, el sacerdote
y los mismos dones del pan y del vino.
Debemos entender que la procesión inicial desemboca
en el señalamiento de dos elementos igualmente sagrados, a través de los cuales
el Señor Jesucristo manifiesta real y eficazmente su presencia salvadora entre
nosotros.
En consecuencia, estamos llamados a
tomar conciencia de la grandeza de esa
comunidad que se reúne para celebrar la
Eucaristía y a crecer en un respeto sagrado ante
cada uno de los hermanos que conforman esa asamblea. Debemos entender que la
primera forma de celebrar el misterio eucarístico es honrando al hermano, que
es presencia de Dios en mi vida y por el cual Jesucristo se entregó; por eso,
la celebración en torno al altar debe comprometernos a colaborar de alguna
manera en la promoción integral de aquellos que caminan junto a nosotros.
Que el seguir profundizando
en los diversos momentos celebrativos de la Eucaristía, nos ayude a crecer en
valorar este sacramento que el Señor Resucitado nos dejó como su presencia
permanente en medio de nosotros.