18 de mayo de 2019

LAS LECTURAS, EL SALMO, EL EVANGELIO. Catequesis Mistagógica


18 de mayo 2019. Continuando con nuestras catequesis mistagógicas, hoy profundizaremos en las lecturas de la Misa, el Salmo Responsorial y el Evangelio, destacando de manera especial aspectos prácticos y litúrgicos  de estos elementos que componen la liturgia de la Palabra. Padre Héctor Giovanny Sandoval Moreno. Delegado episcopal para la liturgia. Arquidiócesis de Ibagué.
Las lecturas
         Proclamar las lecturas no es propio del presidente de la celebración, sino de otro ministro: el lector. El ministerio de lector es un servicio importante dentro de la asamblea. Quienes lo hacen han de ser conscientes de ello y prepararse de modo que la Palabra de Dios sea proclamada con la intensidad que le corresponde. Es necesario, por tanto, poner todo el esfuerzo para que sea así.


         La lectura empieza siempre con las palabras: “Lectura del libro del profeta N.”, o “Lectura de la carta del apóstol N.N.”. No hay que leer por tanto, la letra roja del principio, es decir, no se ha de empezar diciendo: “Primera (o segunda) lectura”. Ni se ha de leer la frase en rojo que resume el sentido de la lectura.

         Al final se dice “Palabra de Dios”. Es una expresión de aclamación que invita a la respuesta del pueblo: “Te alabamos, Señor”. (“Palabra del Señor” y “Gloria a ti, Señor Jesús”, al final del evangelio). Hay que decirla, por tanto, mirando a los asistentes, tras una breve pausa después del final de la lectura. Y hay que evitar, asimismo, la costumbre que se ha extendido en algunos lugares de cambiar esta aclamación con una especie de fórmula explicativa: “Es palabra de Dios”: ¡no se trata de una explicación, sino de una aclamación!

Salmo responsorial

         El salmo es un elemento lírico, de meditación, de respuesta del pueblo ante la Palabra de Dios. Es responder a Dios que nos habla, pero responder con palabras que vienen de la Escritura misma. Es recoger la tradición de plegaria del pueblo de Dios, la tradición de plegaria que viene de la inspiración divina. Es vincularse a la amplia corriente de sentimientos de alabanza, de arrepentimiento, de acción de gracias, de petición, de donde ha surgido la fe de la Iglesia.

         Por ello, porque el salmo tiene este sentido, no debería sustituirse por ningún canto moderno.

         El salmista que ha de proclamar las estrofas tendría que ser otro distinto del que ha leído la primera lectura: quizás convendría que fuera, si las estrofas no se cantan, el mismo que dirija la antífona de respuesta.

Evangelio

         El evangelio —la última de las lecturas de la Liturgia de la Palabra— tiene un relieve especial, subrayado por una serie de signos que destacan el carácter de Palabra de Jesucristo que se dirige a la asamblea. El evangelio, en efecto, es recibido con un canto de aclamación, se escucha con toda la asamblea puesta en pie, es leído por un ministro propio (un diácono o un sacerdote), se inicia con un saludo que no se da en las otras lecturas, se hace la señal de la cruz, se inciensa el leccionario, y al final se besa. Todos estos elementos, utilizados con más o menos relieve según el tipo de asamblea y según la solemnidad del día, resaltan el tono especial que tiene aquella lectura.

         La aclamación del evangelio es el acto de recepción de la asamblea a la Palabra que se leerá.

         La lectura del evangelio, más aún que cualquier otra lectura de la misa, requiere un especial tono de solemnidad. Una lectura lenta, dirigida a los asistentes, remarcando las frases fundamentales. El mismo texto —frecuentemente narrativo y dialogal— lo facilita. Un evangelio bien leído es mucho más importante que la homilía que le seguirá y ello debe notarse.

         La lectura concluye con una nueva aclamación: “Palabra del Señor —Gloría a ti, Señor Jesús”. Sería conveniente acostumbrarse de manera habitual a cantarla, para resaltar la relevancia que para los creyentes tiene la Buena Noticia de Jesucristo. También, en algunos casos, podría repetirse aquí el aleluya, especialmente en el tiempo de Pascua.

Seguiremos profundizando el sentido teológico y litúrgico de la liturgia de la Palabra, que nos lleve a una más profunda valoración de la riqueza de nuestra liturgia. Que el Señor Resucitado nos siga acompañando en este quehacer.