Evangelio lunes 6 de enero 2025
Padre, Jairo Yate Ramírez. Arquidiócesis de Ibagué
“Al
enterarse Jesús de que Juan había sido entregado, se retiró a Galilea. Y
dejando Nazaret, se fue a vivir a Cafarnaúm junto al mar, en el término de
Zabulón y Neftalí; para que se cumpliera el oráculo del profeta Isaías: ¡Tierra
de Zabulón, tierra de Neftalí, camino del mar, allende el Jordán, Galilea de
los gentiles!
El pueblo que habitaba en tinieblas
ha visto una gran luz; a los que habitaban en paraje de sombras de muerte una
luz les ha amanecido. Desde entonces comenzó Jesús a predicar y decir:
«Convertíos, porque el Reino de los Cielos ha llegado.» °°° Mateo 4, 12-17.
23-25.
La
propuesta de Dios para la humanidad es: “Convertíos a mí de todo corazón”
la manera de hacerlo es “con ayuno, con llantos y con lamento”. El objetivo es
que “rasquen sus corazones y no sus vestidos” (Joel 2, 12-13). La nueva
realidad que Dios quiere de la humanidad, es la conversión del mundo, ese
proceso se va desarrollando desde el sacrificio, el trabajo, la dedicación, la
perseverancia.
La
propuesta de Jesucristo es concreta: “Conviértanse y crean en la Buena Nueva”
(Marcos 1,15). Nuestra conversión debe llevar a un cambio de conducta y de
corazón. (Cfr. Isaías 1, 10-19). La
conversión debe ser fruto del Espíritu de Dios. (cfr. Lucas 3, 16-17).
Hay que
comenzar a vivir desde la fe: convertirse al pensamiento y al sentir de Dios.
El salmo 15 de la Escritura, es la presentación de una persona plenamente
convertida: “¿quién habitará en tu monte santo? El de conducta íntegra, que
actúa con rectitud, que es sincero cuando piensa y no calumnia con su lengua;
que no daña a conocidos, ni agravia a su vecino”.
La
conversión es el reto de todo creyente. Cuando una persona logra
convertirse, provoca una gran alegría en Dios, permite un buen funcionamiento
de la sociedad, alcanza una auténtica salud espiritual. El
Papa Francisco advierte en materia de Conversión: No a la mundanidad espiritual. Es la que se esconde detrás de las
apariencias de religiosidad, e incluso de amor a la Iglesia, es buscar, en
lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal.
Es lo que el Señor reprochaba a los fariseos:
¿Cómo es posible que creáis, vosotros que os glorificáis unos a otros y no os
preocupáis por la gloria que sólo viene de Dios? (Juan 5, 44) Hay que estar
atentos a la mundanidad. (cfr. Exhortación Apostólica, Evangelii Gaudium,
numerales 93-94)
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