26 de julio 2019. Concluimos este domingo está serie de
catequesis de catequesis sobre aspectos varios de la participación en la
eucaristía. Hoy analizaremos las diversas aclamaciones que existen en la
Eucaristía. Padre Héctor Giovanny
Sandoval Moreno. Delegado pastoral para la liturgia. Arquidiócesis de
Ibagué.
En cada Misa
encontramos una buena cantidad de aclamaciones. Cuando celebramos la
Eucaristía, no sólo escuchamos (las lecturas, las oraciones), no sólo cantamos
(la parte de los cantos que nos corresponde), no sólo rezamos (el Padrenuestro,
el Gloria, el acto penitencial), sino que también, a veces, dialogamos y nos
unimos en las aclamaciones. Profundicemos en el sentido de las diversas
aclamaciones de la misa.
1. Y CON TU ESPÍRITU
Al empezar, el sacerdote saluda diciendo: “El Señor esté con
ustedes”. Nos recuerda que el Señor Jesús, el Resucitado, a quien no vemos,
está con nosotros, y nos desea que nosotros le estemos presentes también a él.
Nosotros contestamos: “Y con tu espíritu”, o sea, le deseamos que el mismo
Jesús, el verdadero presidente de nuestra celebración, esté también presente al
sacerdote, a lo más profundo de él, a su espíritu, para que en todo momento
hable y actúe personificando a Jesús.
2. SEÑOR, TEN PIEDAD
Al comienzo de la misa hacemos el acto penitencial. A las
invocaciones que se nos dicen (“Tú que estás sentado a la derecha del Padre...”)
respondemos todos diciendo o cantando: “Señor, ten piedad”. Empezamos la
celebración con un acto de humildad y de confianza. De humildad, porque todos
somos débiles y pecadores. De confianza, porque Jesús, el Señor, nos ha salvado
e intercede siempre por nosotros.
3. TE ALABAMOS, SEÑOR. GLORIA A TI, SEÑOR
JESÚS
Cuando se nos proclaman las lecturas anteriores al Evangelio
-la del Antiguo Testamento y la de los Apóstoles- el lector exclama: “Palabra
de Dios”. Y todos contestamos: “Te alabamos, Señor”, Mientras que cuando el
sacerdote acaba de proclamar el Evangelio, su aclamación es: “Palabra del
Señor”, a lo que todos contestamos: “Gloria a ti, Señor Jesús”. Así, expresamos
que para nosotros estas lecturas bíblicas no son mera información o catequesis,
sino Palabra viva que el Dios vivo nos dirige hoy y aquí a nosotros, y le
expresamos nuestra gratitud y alabanza. En el caso del Evangelio, expresamente
a Cristo Jesús.
4. ALELUYA
Todas las lecturas bíblicas las escuchamos con atención y
respeto: también las del Antiguo Testamento y las de los Apóstoles. Pero el
Evangelio de Jesús es proclamado y escuchado con singulares muestras de
respeto: de pie, haciéndonos la señal de la cruz, besando el libro el que lo
proclama, incensando en días más solemnes. Así como después de la primera
lectura cantamos un salmo responsorial, con una antífona o estribillo cantado
por todos, antes del Evangelio cantamos el Aleluya: un grito de alegría y
alabanza porque vamos a escuchar nada menos que al Maestro que Dios nos ha enviado,
Cristo Jesús. Sea lo que sea el contenido del Evangelio del día, la comunidad
lo acogemos con el canto del Aleluya, sobre todo los domingos y días de fiesta.
5. EL SEÑOR RECIBA DE TUS MANOS...
Al terminar la presentación de los dones de la Misa, el sacerdote nos invita a unirnos
a él en la ofrenda eucarística que va a iniciar. Nos dice: “Oren hermanos, para
que este sacrificio, mío y de ustedes, sea agradable a Dios, Padre
todopoderoso”. Y todos le respondemos: “El Señor reciba de tus manos este
sacrificio, para alabanza y gloria de su nombre, para nuestro bien y el de toda
su santa Iglesia”. Es un diálogo lleno de intención. Ante todo, para recordar
que esta Eucaristía no es sólo del sacerdote: es de todos. “Mío y de ustedes”:
del sacerdote porque representa a Cristo. De la comunidad porque es la Iglesia
que se une a su Señor en su ofrenda pascual. Además, en nuestra respuesta se
dice explícitamente cuál es el doble fin de cada Eucaristía: “alabanza y
gloria” de Dios, y “nuestro bien y el de toda la Iglesia”. El culto que
dedicamos a Dios y la gracia que de él recibimos.
6. AMÉN
Varias veces la asamblea contesta al sacerdote: “amén”: por ejemplo al final de
cada oración que él termina con “por Cristo Nuestro Señor”. “Amén” es una
palabra hebrea que significa “sí”, “así es”. Pero hay dos veces en que nuestro
“amén” es particularmente significativo. Una es cuando, al final de la Plegaria
eucarística que el sacerdote dirige a Dios, dice la alabanza – “por Cristo, con
él y en él...” -, le contestamos proclamando, o mejor cantando, el Amén, con el
que ponemos como nuestra rúbrica de aprobación a todo lo que ha dicho en
nuestro nombre. Y la otra cuando el ministro de la comunión nos ofrece el Pan y
el Vino eucarísticos, diciendo cada vez: “el Cuerpo de Cristo”. Nosotros
recibimos la comunión contestando cada vez Amén. O sea, profesamos en voz alta
nuestra fe en que lo que vamos a recibir es la persona misma del Señor
Resucitado, su Cuerpo y su Sangre.
7. NO SOY DIGNO DE QUE ENTRES EN MI CASA
Antes de invitarnos a comulgar, el sacerdote expresa la
alegría que la comunidad cristiana siente al poder participar en esta mesa
eucarística: “Este es el Cordero de Dios... Dichosos los invitados a la cena
del Señor”. Y los miembros de la comunidad contestamos con un acto de humildad
y de confianza: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra
tuya bastará para sanarme”. Es el acto de humilde confianza que dijo, según el
evangelio, el centurión que pedía a Jesús la curación de su criado. Es una
buena actitud espiritual para acercarnos a la mesa del Señor.
8. DEMOS GRACIAS A DIOS
El sacerdote, al final de la celebración, nos invita a
marcharnos con estas palabras: “Pueden ir en paz”. Es el envío desde la
Eucaristía a nuestras ocupaciones, a nuestra vida. Y nosotros contestamos:
“Demos gracias a Dios”. Es la última palabra que decimos como comunidad en la
Misa. Y es bueno que sea así. Toda la Eucaristía ha sido, como indica su
nombre, “acción de gracias”. Pero al final expresamos esta gratitud dando
gracias a Dios porque nos ha hecho participar de la mesa de su Palabra y
también de la mesa de la Eucaristía. Nos ha dado fuerzas para el camino. Así,
la Eucaristía se prolonga en la vida.
Que estas catequesis litúrgicas nos sirvan a todos para una
mejor vivencia y celebración del misterio eucarístico, descubriendo el valor de
nuestras respuestas en la Eucaristía y nuestro compromiso como participantes
del misterio de Cristo, muerto y resucitado. Correo del autor: hectorgeovannys@gmail.com