14 de agosto de 2019

ACLAMACIÓN DESPUÉS DEL RELATO DE LA INSTITUCIÓN. Catequesis Mistagógica.


14 de agosto 2019. La aclamación después del relato de la Institución. Catequesis mistagógica.  En este domingo profundizaremos en el sentido de la aclamación solemne que viene después del relato de la Institución.  Padre Héctor Giovanny Sandoval Moreno. Delegado pastoral para la liturgia. Arquidiócesis de Ibagué.
Actualmente tenemos tres aclamaciones:

a) Este es el misterio de nuestra fe: anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. Ven Señor, Jesús.
b) Este es el Misterio de la fe. Cristo nos redimió: Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas
c) Este es el Misterio de la fe. Cristo se entregó por nosotros: Salvador del mundo, sálvanos; Tú que nos has liberado por tu cruz y resurrección.


Con la reforma litúrgica y el Misal romano de 1970 se introdujo esta aclamación después del relato de la Institución. El sentido de aclamación que poseen estas fórmulas, requiere que en las Misas más solemnes se cante, enfatizando la alabanza de todos y no se introduzcan otros cantos u otra aclamaciones como por ejemplo: ¡Señor mío y Dios mío!

Hay que advertir y reconocer el sentido de esta respuesta o aclamación. Situada justo después del relato, es una confesión de fe y un reconocimiento de que el Misterio se ha hecho presente, se ha realizado la Presencia real y sustancial de Cristo glorioso en el altar, bajo las especies eucarísticas. Así, si toda la plegaria eucarística se dirige a Dios Padre, pronunciada por los labios del sacerdote, esta aclamación la dirigen los fieles todos directamente a Jesucristo, presente en el altar: “anunciamos tu muerte…”, “hasta que vuelvas”, “Salvador del mundo, sálvanos”.

La aclamación es propia y exclusiva de la asamblea: “Después de la consagración, habiendo dicho el sacerdote: Este es el Sacramento de nuestra fe, el pueblo dice la aclamación, empleando una de las fórmulas determinadas” (IGMR 151). La aclamación sólo la cantan los fieles presentes, no la canta el sacerdote ni los concelebrantes.

Sentido de la aclamación.
Acudamos al sentido de las palabras, deteniéndonos en considerar qué confesamos al decirlas. “Éste es el sacramento de nuestra fe”, “Éste es el Misterio de la fe”. En la Eucaristía se hace presente el Misterio. No es una acción humana, o grupal, sino el Misterio que se hace presente, que viene a nosotros con todo su poder salvador, la presencia del mismo Señor dándose a su Iglesia-Esposa. Sólo los ojos de la fe pueden reconocer el Misterio, confesarlo y adorarlo. Es, por tanto, una acción divina la que realiza el sacramento.

Con palabras de san Juan Pablo II: “Verdaderamente, la Eucaristía es mysterium fidei, sacramento de nuestra fe, misterio que supera nuestro pensamiento y puede ser acogido solo en la fe, como a menudo recuerdan las catequesis patrísticas sobre este divino sacramento” (Ecclesia de eucaristía, n. 15).

La monición del sacerdote proclama esta presencia real de Cristo, la entrada del Misterio, siempre bajo el velo de los signos sacramentales que sólo la fe puede penetrar: “En la Eucaristía, sin embargo, la gloria de Cristo está velada. El Sacramento eucarístico es un «mysterium fidei» por excelencia. Pero, precisamente a través del misterio de su ocultamiento total, Cristo se convierte en misterio de luz, gracias al cual se introduce al creyente en las profundidades de la vida divina” (san Juan Pablo II, Mane nobiscum Domine, n. 11).

También, en el mismo sentido, otra de las moniciones sacerdotales: “Este es el Misterio de la fe. Cristo nos redimió”. En el altar, en el sacrificio eucarístico, se ha hecho presente la obra entera de la redención y su poder salvador. Ni es un símbolo, ni mero recuerdo, ni simple gesto de fraternidad humana o comida de amigos. La oración sobre las ofrendas del Jueves Santo, en la Misa en la Cena del Señor, confiesa: “Concédenos, Señor, participar dignamente en estos misterios, pues cada vez que celebramos este memorial de la muerte de tu Hijo, se realiza la obra de nuestra redención”.

No menos expresiva la tercera monición: “Cristo se entregó por nosotros”. La entrega de Cristo en la cruz es lo que se vuelve a realizar, sacramentalmente, en el altar. Esa monición es profundamente paulina: Cristo “me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20), “él se entregó a sí mismo por ella (la Iglesia)” (Ef 5,25ss). Esta entrega sacrificial, y llena de amor, está presente en el altar.

Así las tres aclamaciones de la asamblea dirigidas a Cristo, tras la consagración, tienen un contenido anamnético-escatológico, manifestando así la actualización de la victoria pascual de Cristo, acontecimiento del pasado que se actualiza en el presente y se abre al futuro.
Sigamos creciendo en el conocimiento de cada parte de la celebración eucarística para valorar cada día más y más este sacramento admirable.  Correo del autor:  hectorgeovannys@gmail.com