"El Espíritu del Señor está sobre mí", declaraba
Jesús en la sinagoga de Nazaret en los umbrales de su vida apostólica (Lucas
4,18-21). Toda la vida de Cristo se desarrolló bajo el impulso del Espíritu
Santo, desde su concepción en el seno de María (Lucas 2,35) hasta la ofrenda de
su sacrificio en la cruz (Hebreos 2,14) y su resurrección (Romanos 1,4).
Impulsado por el Espíritu pronunció también Jesús su oración
de acción de gracias al Padre, por haberse revelado a los más pequeños (Lucas
10,21).
Los cristianos afirmamos que Jesús pronunció también impulsado
por el Espíritu la plegaria de acción de gracias y de bendición de la última
cena, y que el poder del Espíritu interviene en el cambio del pan y del vino en
el cuerpo y la sangre de Cristo. El Espíritu Santo es el actor principal de la
plegaria eucarística.
Y en el Espíritu la pronuncia el sacerdote en nombre de
Cristo. Si el soplo del Espíritu anima toda la plegaria eucarística, su acción
es explícitamente invocada por dos veces en la Plegaria Eucarística antes y
después de la consagración.
Esta oración se llama epíclesis, es decir "invocación
sobre". Es una invocación al Padre, pidiéndole que envíe su Espíritu sobre
el pan y el vino, y luego sobre la asamblea de los fieles.
Antes de repetir las palabras de Jesús en la última cena, el
sacerdote pide al Padre que envíe su Espíritu para que santifique las ofrendas,
el pan y el vino puestos en el altar, a fin de que se
conviertan en el cuerpo y la sangre de Cristo:
"Santifica estos dones con la efusión
de tu Espíritu".
Luego se añade:
"para que se conviertan" el cuerpo y la sangre de Cristo.
Es la fuerza del Espíritu Santo la que lleva a cabo tal
cambio. De igual modo san Pablo pone en relación la resurrección de Jesús de
entre los muertos con "el Espíritu santificador" (Romanos 1,4)
La segunda oración de epíclesis tiene lugar después de la
consagración. Está orientada hacia la comunión.
Primitivamente la fracción del Pan y la comunión seguían
inmediatamente a la plegaria eucarística. Por esto se la menciona incluso antes
de la gran intercesión. Cristo está allí "para nosotros". Pero, si el
Señor se une por la comunión a cada uno de los miembros de la asamblea, es ante
todo para dar el Espíritu a su Iglesia.
Cada uno de los formularios expresa a su modo que el don del
Espíritu es reunir en un solo cuerpo a todos los participantes. Al recibir el
cuerpo de Cristo, se recibe al Espíritu, y el Espíritu reúne a todos los
comulgantes en un solo cuerpo, que es la Iglesia: "Te pedimos humildemente
que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del cuerpo
y sangre de Cristo".
Según la expresión de San Agustín, utilizada por el Misal:
"por la comunión nos transformamos en lo mismo que recibimos".
Comiendo el cuerpo eucarístico, intensificamos la unidad del cuerpo eclesial. Y
eso es, en nosotros y en toda la Iglesia, obra del Espíritu. Que el ir
descubriendo el valor de cada momento celebrativo nos ayude a valorar cada día
más el don tan grande de la Eucaristía y su importancia en nuestra vida de
bautizados. Correo del autor: hectorgeovannys@gmail.com