31 de Julio 2022. “Guardaos de toda codicia” Ángelus Regina Coeli Papa Francisco. Décimo octavo domingo, tiempo ordinario. Plaza de san Pedro. Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el Evangelio de la Liturgia de hoy, un hombre dirige esta
petición a Jesús: "Maestro, dile a mi hermano que comparta la herencia
conmigo" (Lucas 12,13). Es una situación muy común, problemas similares
siguen estando a la orden del día: ¡cuántos hermanos y hermanas, ¡cuántos
miembros de una misma familia se pelean desgraciadamente, y quizás ya no se
hablan, a causa de la herencia!
Jesús, respondiendo al hombre, no entra en detalles, sino
que va a la raíz de las divisiones causadas por la posesión de cosas, y dice
claramente: "Guardaos de toda codicia" (v. 15), “Guardaos de
toda codicia”.
¿Qué es la codicia? Es la ambición desenfrenada por las
posesiones, siempre queriendo enriquecerse. Es una enfermedad que destruye a
las personas, porque el hambre de posesiones es adictiva. Especialmente los
que tienen mucho nunca están satisfechos: siempre quieren más, y sólo para
ellos mismos. Pero así ya no es libre: está apegado, es esclavo de lo que
paradójicamente debería haberle servido para vivir libre y sereno. En lugar
de servir al dinero, se convierte en un servidor del dinero.
Pero la
codicia es también una enfermedad peligrosa para la sociedad: por su culpa
hemos llegado hoy a otras paradojas, a una injusticia como nunca antes en la
historia, donde unos pocos tienen mucho y muchos tienen poco o nada. Pensemos
también en las guerras y los conflictos: el ansia de recursos y riqueza está
casi siempre implicada. ¡Cuántos intereses hay detrás de una guerra! Sin duda,
uno de ellos es el comercio de armas. Este comercio es un escándalo al que no
debemos ni podemos resignarnos.
Jesús nos enseña hoy que, en el fondo de todo esto, no hay
sólo unos pocos poderosos o ciertos sistemas económicos: al centro está la
codicia que hay en el corazón de todos. Así que preguntémonos: cómo es mi
desprendimiento de las posesiones, de las riquezas? ¿Me quejo de lo que me
falta o me conformo con lo que tengo? ¿Estoy tentado, en nombre del dinero y
las oportunidades, a sacrificar las relaciones y sacrificar el tiempo por los
demás? Y de nuevo, ¿estoy tentado a sacrificar la legalidad y la honestidad
en el altar de la codicia?
Digo "altar", altar de la codicia,
pero ¿por qué he dicho altar? Porque los bienes materiales, el dinero, las
riquezas pueden convertirse en un culto, en una verdadera idolatría. Por eso
Jesús nos advierte con palabras fuertes. Dice que no se puede servir a dos
señores, y -tengamos cuidado- no dice Dios y el diablo, no, o el bien y el mal,
sino Dios y las riquezas (cf. Lucas 16,13). Uno espera que diga que no se
puede servir a dos señores, a Dios y al diablo, no: a Dios y a las
riquezas. Servirse de las riquezas sí; servir a la riqueza no: es idolatría, es
ofender a Dios.
Entonces -podríamos pensar- ¿no se puede desear ser ricos?
Por supuesto que se puede, es más, es justo desearlo, es bueno hacerse rico,
¡pero rico según Dios! Dios es el más rico de todos: es rico en compasión,
en misericordia. Su riqueza no empobrece a nadie, no crea peleas ni divisiones.
Es una riqueza que ama dar, distribuir, compartir. Hermanos, hermanas, acumular
bienes materiales no es suficiente para vivir bien, porque -repite Jesús- la
vida no depende de lo que se posee (cf. Lucas 12,15).
En cambio, depende de las
buenas relaciones: con Dios, con los demás y también con los que tienen menos.
Entonces, nos preguntamos: ¿Cómo quiero enriquecerme? ¿quiero enriquecerme
Según Dios o según mi codicia? Y volviendo al tema de la herencia, ¿Qué
herencia quiero dejar? ¿Dinero en el banco, cosas materiales, o gente feliz a
mi alrededor, buenas obras que no se olvidan, personas a las que he ayudado a
crecer y madurar?
Que la Virgen nos ayude a comprender cuáles son los
verdaderos bienes de la vida, los que permanecen para siempre. Fuente e Imagen
de: Vatican. Va Vatican Media.