22 de marzo 2018. Con motivo de la preparación espiritual
para la celebración de la semana santa, nuestro arzobispo, Flavio Calle Zapata,
convocó a retiro espiritual, en la mañana de este jueves, a todos los
sacerdotes de la Arquidiócesis de Ibagué, para reflexionar sobre el tema del
sacerdote y su propia confesión. Al final de la plática, fuimos invitados a
recibir el sacramento de la reconciliación y la paz.
Dice
Monseñor Flavio: Tomando como punto de
referencia, la parábola del hijo pródigo, (Lucas 15, 11-32) según la Escritura;
el sacerdote como quien todo lo tiene en casa, pero se aleja de la casa paterna:
“Tu siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo” como sacerdote tiene una
herencia abundante, como publicano humilde, no como fariseo soberbio °° “me
levantaré, iré y le diré” °°°° Habría que pensar que los sacramentos en general
dan vida, crecimiento y curación. Dice
el Evangelio según san Juan 20, 21 “reciban el Espíritu Santo, a quienes les perdonen
los pecados, les quedarán perdonados, a quienes se los retengan, les quedan
retenidos”. El perdón nos trae la paz interior, es base
para construir la paz exterior, para dar paz.
Los
sacerdotes, llevamos los tesoros de la Iglesia, pero envueltos en vasos de
barro, para que aparezca que la extraordinaria grandeza del poder es de Dios y
que no viene de nosotros, (cf II Corintios 4,7). El barro es la debilidad que
nos envuelve, en que vivimos. Nos perdemos en el pecado, que si es habitual
apaga el brillo, el mérito personal que podría recibirse y en gran parte la
eficacia en el trabajo ministerial con las almas. Por eso es tan indispensable
la confesión frecuente del mismo sacerdote.
La
confesión del mismo sacerdote: en un sacerdote que no se confesase o se
confesase mal, su ser como sacerdote y su ministerio se resentirían muy pronto
y se daría cuenta también la comunidad de la que es pastor, (cf. Pastores Davo Vobis
26). La confesión es entregar con
humildad para que sean quemados en el perdón los pecados propios y recibir la
nueva fuerza, la nueva vida, la gracia. Pensemos en Cristo médico de los
cuerpos y de las almas, él quiso que con la fuerza del Espíritu Santo se prolongara
su labor medicinal, mediante los sacramentos, especialmente el de la penitencia,
(cf. Marcos 2, 1-12).
El médico
debe ser curado. El pastor herido debe ser sanado. El sacramento de la
penitencia es el mismo hospital para los fieles y para los pastores enfermos: ¡Cuánto
quiere Dios la curación de los sacerdotes!. Conviene que el médico esté sano. El
sacerdote como frágil humano cae en el pecado, por justa razón debe confesarse,
convertirse, reparar, pedir perdón, reconciliarse. El Kerygma de la conversión
es también para el sacerdote. Es mi deber proclamarlo (cf. Marcos 1,15), dice
el Evangelio: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca;
convertíos y cree en el Evangelio”. Tenemos
al alcance la fuerza de la Gracia, la Palabra, los sacramentos, la oración, la
caridad, la liturgia de los horas, el pastoreo de las almas. Nosotros como sacerdotes, debemos ser los
primeros en beber de ese manantial.
Un
sacerdote que se conserva en la gracia de Dios es en verdad Cristo presente y
actuante hoy. Si está en pecado mortal, o convive fríamente con el pecado venial,
está viviendo un contrasentido, una mentira, un engaño para sus fieles, para la
Iglesia. Si se mantiene sano y limpio en su cuerpo, hay que hacer lo mismo con
el alma. Si cambiamos el vestido sucio, revistámonos también de Cristo, como lo
recuerda el apóstol san Pablo. “La noche
va muy avanzada y está cerca el día: dejemos, pues, las obras propias de la
oscuridad y revistámonos de una coraza de luz. Comportémonos con decencia, como
a plena luz: nada de banquetes y borracheras, nada de lujuria y vicios, nada de
pleitos y envidias. Más bien revístanse del Señor Jesucristo, y no se dejen
arrastrar por la carne para satisfacer sus deseos.” (Romanos 13, 12-14).
Tenemos una
nueva oportunidad de confesión: Hagamos
un buen examen de conciencia, una contrición del corazón, una declaración
verbal y penitencia. Cuando escuchemos el “Yo te absuelvo de tus pecados °°°”
esa es una sentencia sanadora, liberadora, que da vida nueva. Cuáles serían los frutos de una buena
confesión: El primer momento la alegría;
ella nos restituye a la gracia, a una nueva amistad con Dios, tranquilidad de
la conciencia, consuelo espiritual, resurrección espiritual. El segundo momento, la reconciliación con la
Iglesia, esta devuelve la comunión con los hermanos a quienes ya podemos mirar
a los ojos sin tener que esconder la mirada. En la confesión vivimos uno de los
énfasis del año pastoral, el constante vínculo de amor con los miembros de la Arquidiócesis,
el intercambio de bienes espirituales, se restablece la comunión de los santos.
Esta es una admirable reconciliación, un paso de la enemistad a la amistad, lo
cual se vive aún en la relación con la creación. Un tercer momento, la confesión nos pone en
estado de salvación, es un modo de salvación, un estado de merecer, de unidad
con los méritos de Cristo, de María, de toda la Iglesia. Un cuarto momento,
pensemos en la confesión del sacerdote y su vida pastoral. Existe una íntima
relación entre estado de gracia en el sacerdote y la celebración de la
Eucaristía y cada uno de los demás sacramentos. A menudo el sacerdote distribuye
la gracia para otros y no para él mismo, tiene hambre mientras alimenta a
otros. Recordemos que: para ser un buen confesor, hay que ser un buen
penitente. Con el pecado habitual el
demonio va tomando dominio de un alma, especialmente la sacerdotal. El sacerdote
hace un bien inmenso en bloquear al demonio. A gracia habitual se opone pecado
habitual, estado en el cual se suman pecados y sacrilegios. Cuando confesamos y
cuando nos confesamos, damos vida aun muerto. Abrimos el camino que lleva al
encuentro con Dios, que lleva al cielo. Le quitamos un alma al demonio, calmamos
la sed de Dios, que está sediento de almas.
A los sacerdotes nos conviene tener un plan de confesión frecuente. Hay
que saber aprovechar los encuentros sacerdotales para la confesión y la
dirección espiritual. Hacer un buen examen de conciencia diario sería muy
oportuno. Apuntes tomados por el Padre,
Jairo Yate Ramírez, Arquidiócesis de Ibagué.