27 de marzo 2018. Meditaciones del Via Crucis, que el Papa
Francisco dirá con motivo del Viernes Santo en esta semana mayor del año
2018.
VÍA CRUCIS
Primera estación: Jesús es
condenado a muerte
Por tercera vez les dijo: «Pues ¿qué mal ha hecho este? No
he encontrado en él ninguna culpa que merezca la muerte. Así que le daré un
escarmiento y lo soltaré». Pero ellos se le echaban encima, pidiendo a gritos
que lo crucificara; e iba creciendo su griterío. Pilato entonces sentenció que
se realizara lo que pedían: soltó al que le reclamaban (al que había metido en
la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo
entregó a su voluntad (Lc
23,22-25).
Meditación
Te veo, Jesús, delante del Gobernador, que por tres veces
intenta enfrentarse a la voluntad del pueblo, y al final elige no elegir;
delante de la masa de gente, que es consultada por tres veces y siempre decide
contra ti. La muchedumbre, es decir, todos y ninguno. El hombre pierde su
propia personalidad escondido en la masa; es una voz entre otras mil voces.
Antes de negarte, se niega a sí mismo, diluyendo la propia personalidad en
aquella fluctuante multitud sin rostro. Y, sin embargo, es responsable. Es el
hombre quien te condena, engañado por los agitadores, por el mal que se propaga
con voz mentirosa y ensordecedora.
Hoy nos horroriza esa injusticia y nos gustaría
distanciarnos de ella. Pero al hacerlo, nos olvidamos de todas las veces en que
también nosotros hemos decidido salvar a Barrabás en vez de a ti. Cuando
nuestro oído se ensordeció a la llamada del bien, cuando hemos preferido no ver
la injusticia ante nosotros.
En esa plaza abarrotada, habría sido suficiente que un
corazón solo hubiera dudado, con que una sola voz se hubiera alzado contra las
mil voces del mal. Recordemos esa plaza y ese error cada vez que la vida nos
pone ante una elección. Dejemos que nuestros corazones duden y hagamos que
nuestra voz se alce.
Oración
Te pido, Señor, que veles por nuestras decisiones:
ilumínalas con tu luz,
cultiva en nosotros la semilla de una duda.
Sólo el mal no duda nunca.
Los árboles que hunden sus raíces en la tierra, si están
regados por el mal, se marchitan,
pero tú has puesto nuestras raíces en el Cielo
y las ramas sobre la tierra para reconocerte y seguirte.
Pater noster...
Segunda estación: Jesús
con la cruz a cuestas
Y llamando a la gente y a sus discípulos les dijo: «Si
alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me
siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su
vida por mí y por el Evangelio, la salvará» (Mc 8,34-35).
Meditación
Te veo, Jesús, coronado de espinas, mientras tomas tu cruz.
La recibes como siempre has recibido todo y a todos. Te cargan con el madero,
pesado, áspero, pero tú no te rebelas, no rechazas ese instrumento de tortura
injusto e innoble. Lo tomas sobre ti y comienzas a caminar llevándolo sobre los
hombros. Cuántas veces me he rebelado y enfadado por los trabajos que he
recibido, y que he considerado pesados e injustos. Tú no haces eso. Solo tienes
algún año más que yo; hoy se diría que eres aún joven, pero eres dócil, y tomas
en serio lo que la vida te ofrece, cada ocasión que se te presenta, como si
quisieras llegar hasta el fondo de las cosas y descubrir que hay siempre algo
más que lo que se ve, un significado escondido y sorprendente. Gracias a ti
comprendo que esta es una cruz de salvación y de liberación, cruz de apoyo en
el tropiezo, yugo ligero, carga que no pesa.
Del escándalo que representa la muerte del Hijo de Dios,
muerte de pecador, muerte de malhechor, nace la gracia de descubrir en el dolor
la resurrección, en el sufrimiento tu gloria, en la angustia tu salvación. La
misma cruz, símbolo de humillación y dolor para el hombre, se manifiesta ahora,
por la gracia de tu sacrificio, como una promesa: de cada muerte resurgirá una
vida y en cada oscuridad resplandecerá una luz. Y podemos exclamar: «Ave, oh
cruz, única esperanza».
Oración
Te ruego, Señor, que con la luz de la cruz, símbolo de
nuestra fe,
aceptemos nuestros sufrimientos e, iluminados por tu amor,
abracemos nuestras cruces, que tu muerte y resurrección
vuelven gloriosas.
Danos la gracia de mirar nuestras historias
y descubrir en ellas tu amor por nosotros.
Pater noster...
Tercera estación: Jesús cae por primera vez
Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores;
nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado (Is 53,4).
Meditación
Te veo, Jesús, sufriendo mientras recorres el camino hacia
el Calvario, cargado con nuestros pecados. Y te veo caer, con las manos y las
rodillas en el suelo, lleno de dolores. ¡Con qué humildad has caído! ¡Cuánta
humillación sufres ahora! Tu naturaleza de hombre verdadero se muestra
claramente en este momento de tu vida. La cruz que llevas es pesada;
necesitarías ayuda, pero cuando caes al suelo nadie te socorre, es más, los
hombres se burlan de ti, ríen ante la imagen de un Dios que cae. Tal vez están
decepcionados, quizás se hicieron una idea equivocada de ti. A veces creemos
que tener fe en ti significa no caer nunca en la vida. Junto a ti caigo yo
también, y conmigo mis ideas, las que tenía sobre ti: ¡Qué frágiles eran!
Te veo, Jesús, que aprietas los dientes y, completamente
abandonado al amor del Padre, te levantas y retomas tu camino. Con estos
primeros pasos hacia la cruz, tan vacilantes, me recuerdas, Jesús, a un niño
que da sus primeros pasos en la vida y pierde el equilibrio, y cae y llora,
pero luego continúa. Se confía en las manos de sus padres y no se detiene; él
tiene miedo pero sigue adelante, porque el miedo deja paso a la confianza.
Con tu valentía nos enseñas que los fracasos y las caídas
nunca deben parar nuestro camino y que siempre podemos elegir: rendirnos o
levantarnos contigo.
Oración
Te pido, Señor, que despiertes en nosotros los jóvenes
la valentía de levantarnos después de cada caída
tal y como hiciste tú en el camino del Calvario.
Te pido que sepamos apreciar siempre
el don inmenso y precioso de la vida
y que los fracasos y las caídas
no sean nunca un motivo para despreciarla,
conscientes de que, si nos fiamos de ti,
nos levantaremos de nuevo y
encontraremos la fuerza para seguir siempre adelante.
Pater noster...
Cuarta estación: Jesús
encuentra a su Madre
Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Este ha sido
puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de
contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se
pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones» (Lc 2,34-35).
Meditación
Te veo, Jesús, cuando encuentras a tu Madre. María está
allí, camina por la calle llena de gente, hay muchas personas a su lado. Lo
único que la distingue de los demás es que ella está allí para acompañar a su
hijo. Una situación que se constata todos los días: las madres acompañan a sus
hijos a la escuela o al médico o los llevan con ellas al trabajo. Pero María se
distingue de las demás madres: está acompañando a su hijo a morir. Ver morir a
un hijo es lo peor que se puede desear a una persona, la más antinatural; aún
más atroz si el hijo, inocente, está muriendo a manos de la justicia. ¡Qué
escena tan antinatural e injusta ante mis ojos! Mi madre me ha educado en el
sentido de la justicia y a tener confianza en la vida, pero lo que mis ojos ven
hoy no tiene nada de esto, no tiene sentido y está lleno de sufrimiento.
Te veo, María, que miras a tu pobre hijo: tiene las marcas
de la flagelación en la espalda y se ve obligado a soportar el peso de la cruz,
y probablemente muy pronto caerá bajo ella por el cansancio. Y tú sabías que
tarde o temprano sucedería, te lo habían profetizado, pero ahora que ha
acaecido todo es diferente; siempre ocurre así, no estamos preparados para la
vida, para su crudeza. María, ahora estás triste, como lo estaría cualquier
mujer en tu lugar, pero no estás desesperada. Tu mirada no se ha apagado, no
está vacía, no caminas con la cabeza agachada. Eres luminosa también en tu
tristeza, porque tienes esperanza, sabes que el viaje de tu hijo no es solo de
ida, y sabes, lo sientes como solo las madres lo perciben, que pronto lo
volverás a ver.
Oración
Te pido, Señor, que nos ayudes
a tener siempre presente el ejemplo de María,
que aceptó la muerte de su hijo
como un gran misterio de salvación.
Ayúdanos a vivir con la mirada orientada al bien de los
otros
y a morir en la esperanza de la resurrección,
conscientes de no estar nunca solos,
ni abandonados por Dios, ni por María,
Madre buena que se preocupa siempre por sus hijos.
Pater noster...
Quinta estación: El
Cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz
Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de
Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás
de Jesús (Lc 23,26).
Meditación
Te veo, Jesús, aplastado bajo el peso de la cruz. Veo que tú
solo no puedes; precisamente en el momento de más dificultad, te has quedado
solo, ya no están los que se decían amigos tuyos: Judas te ha traicionado,
Pedro te ha renegado, los otros te han abandonado. Pero de repente sucede un
encuentro imprevisto, alguien, un hombre cualquiera que tal vez te escuchó
hablar pero no te siguió, ahora está aquí, a tu lado, hombro con hombro, para
compartir tu yugo. Se llama Simón y es un extranjero que viene de lejos, de
Cirene. Hoy, para él, es algo inesperado, que se le revela como un encuentro.
Son infinitos los encuentros y desencuentros que vivimos
cada día, sobre todo para nosotros, los jóvenes, que entramos continuamente en
contacto con realidades nuevas, con nuevas personas. Y en el encuentro
inesperado, en lo accidental, en la sorpresa desconcertante, es donde se
esconde la oportunidad para amar, para reconocer lo mejor del prójimo, aun
cuando nos parezca diferente.
Jesús, algunas veces nos sentimos como tú, abandonados por
los que creíamos que eran nuestros amigos, bajo un peso que nos aplasta. Pero
no debemos olvidar que hay un Simón de Cirene dispuesto para cargar con nuestra
cruz. No debemos olvidar que no estamos solos, y esta certeza nos dará la
fuerza para hacernos cargo de la cruz del que está a nuestro lado.
Te veo, Jesús: ahora parece que sientes un poco de alivio,
ahora que ya no estás solo puedes respirar por un instante. Y veo a Simón:
quién sabe si ha experimentado que tu yugo es ligero, quién sabe si se da
cuenta de lo que significa ese imprevisto en su vida.
Oración
Señor, te pido que cada uno de nosotros
encuentre el valor para ser como el Cireneo,
que toma la cruz y sigue tus pasos.
Que cada uno de nosotros sea tan humilde y fuerte
para cargar con la cruz de los que encontramos.
Que cuando nos sintamos solos
podamos reconocer en nuestro camino un Simón de Cirene
que se detiene y carga con nuestro peso.
Concédenos que sepamos buscar lo mejor de cada persona,
y de abrirnos a cada encuentro incluso en la diversidad.
Te pido para que todos nosotros
podamos encontrarnos inesperadamente a tu lado.
Pater noster...
Sexta estación: La
Verónica enjuga el rostro de Jesús
Sin figura, sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente,
despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a
sufrimientos, ante el cual se ocultaban los rostros, despreciado y desestimado
(Is 53, 2-3).
Meditación
Te veo, Jesús, digno de compasión, casi irreconocible,
tratado como el último de los hombres. Caminas con dificultad hacia tu muerte
con la cara ensangrentada y desfigurada, aunque como siempre mansa y humilde,
dirigida hacia lo alto. Una mujer se abre camino entre la multitud para ver de
cerca tu rostro que, quizá tantas veces, había hablado a su alma y ella había
amado. Lo ve sufrir y lo quiere ayudar. No la dejan pasar, son muchos,
demasiados, y armados. Pero a ella esto no le importa, está determinada a
llegar a ti y consigue tocarte apenas un instante, acariciarte con su velo. Su
fuerza es la de la ternura. Vuestros ojos se cruzan por un instante, el rostro
de uno en el rostro del otro.
Esa mujer, Verónica, de la que no sabemos nada, de la que no
conocemos la historia, se gana el Paraíso con un simple gesto de caridad. Se te
acerca, observa tu rostro destrozado y lo ama todavía más que antes. Verónica
no se queda en las apariencias, tan importantes hoy en nuestra sociedad de la
imagen, sino que ama incondicionalmente un rostro feo, descuidado, sin
maquillaje e imperfecto. Ese rostro, tu rostro, Jesús, precisamente en su
imperfección muestra la perfección de tu amor por nosotros.
Oración
Te pido, Jesús, que me des la fuerza
de acercarme a los demás, a cada persona,
joven o anciana, pobre o rica, querida o desconocida,
y de ver en esos rostros tu rostro.
Ayúdame a socorrer con prontitud
al prójimo, en el que tú habitas,
como la Verónica corrió hacia ti en el camino del Calvario.
Pater noster...
Séptima estación: Jesús
cae por segunda vez
Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron, ¿quién se
preocupará de su estirpe? Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los
pecados de mi pueblo lo hirieron [...] El Señor quiso triturarlo con el
sufrimiento (Is 53, 8.10).
Meditación
Te veo, Jesús, caer una vez más ante mis ojos. Cayendo otra
vez me demuestras que eres un hombre, un hombre auténtico. Y veo que te alzas
de nuevo, más decidido que antes. No te alzas con soberbia; no hay orgullo en
tu mirada, hay amor. Y al proseguir tu camino, levantándote después de cada
caída, anuncias tu Resurrección, demuestras estar siempre preparado para volver
a cargar sobre tus hombros ensangrentados el peso de los pecados del hombre.
Al caer de nuevo, nos has mandado un claro mensaje de
humildad, has caído en tierra, en ese humus del que hemos nacido los «humanos».
Somos tierra, somos barro, somos nada en comparación contigo. Pero has querido
ser como nosotros, y ahora te muestras cercano a nosotros, con nuestras mismas
dificultades, las mismas debilidades, con el mismo sudor de la frente. Ahora
tú, en este viernes, como nos ocurre también a nosotros, estás postrado por el
dolor. Pero tienes la fuerza para seguir adelante, no tienes miedo a las
dificultades que puedas encontrar, y sabes que al final del esfuerzo está el
Paraíso; te levantas para dirigirte precisamente allí, para abrirnos las
puertas de tu Reino. Eres un rey extraño, un rey en el polvo.
Siento un vértigo: nosotros no somos quienes para comparar
nuestras dificultades y nuestras caídas con las tuyas. Las tuyas son un
sacrificio, el sacrificio más grande que mis ojos y toda la historia jamás
podrán ver.
Oración
Te pido, Señor, que estemos dispuestos a levantarnos de
nuevo después de una caída,
que aprendamos de nuestros fracasos.
Recuérdanos que cuando nos toque equivocarnos y caer,
si estamos contigo y nos aferramos a tu mano,
podremos aprender a levantarnos.
Haz que los jóvenes llevemos a todos tu mensaje de humildad
y que las generaciones futuras abran los ojos para verte
y sepan comprender tu amor.
Enséñanos a ayudar a quien sufre y cae a nuestro lado,
a enjugar su sudor y a tender la mano para levantarlo.
Pater noster...
Octava estación: Jesús
encuentra a las mujeres de Jerusalén
Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se
golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y
les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por
vuestros hijos, porque mirad que vienen días en los que dirán: “Bienaventuradas
las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han
criado”. Entonces empezarán a decirles a los montes: “Caed sobre nosotros”, y a
las colinas: “Cubridnos”; porque, si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán
con el seco?» (Lc 23,27-31).
Meditación
Te veo y te escucho, Jesús, mientras hablas con las mujeres
que encuentras en tu camino hacia la muerte. A lo largo de tus jornadas has
visto a muchas personas, has ido al encuentro y a hablar con todos. Ahora
hablas con las mujeres de Jerusalén que te ven y lloran. También yo soy una de
esas mujeres. Pero tú, Jesús, en tu amonestación usas palabras que me
impresionan, son palabras concretas y directas; a primera vista, pueden parecer
duras y severas porque son francas. De hecho, hoy estamos acostumbrados a un
mundo de palabras ambiguas, una fría hipocresía oculta y filtra lo que
realmente queremos decir; las advertencias se evitan cada vez más, se prefiere
abandonar al otro a su propio destino, sin molestarse en exhortarlo por su
propio bien.
En cambio tú, Jesús, hablas a las mujeres como un padre,
también cuando las reprendes; tus palabras son palabras de verdad y llegan
inmediatas con el único propósito de corregir, no de juzgar. Es un lenguaje
diferente al nuestro, tú hablas siempre con humildad y llegas directamente al
corazón.
En este encuentro, el último antes de la cruz, brota una vez
más tu inmenso amor hacia los últimos y los marginados. De hecho, en aquel
tiempo, las mujeres no eran consideradas dignas de ser interpeladas, mientras
que tú, con tu amabilidad, eres verdaderamente revolucionario.
Oración
Te suplico, Señor, que yo,
junto con las mujeres y los hombres de este mundo,
seamos cada vez más caritativos
con los necesitados, tal como lo fuiste tú.
Danos la fuerza para ir contra corriente
y entrar en auténtica relación con los demás,
construyendo puentes y evitando cerrarnos en el egoísmo
que nos lleva a la soledad del pecado.
Pater noster...
Novena estación: Jesús cae
por tercera vez
Pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado
por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices
nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el
Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes. (Is 53,5-6).
Meditación
Te veo, Jesús, mientras caes por tercera vez. Has caído ya
dos veces y dos veces te has levantado. No hay ya límites para el cansancio y
el dolor, pareces definitivamente derrotado con esta tercera y última caída.
¡Cuántas veces en la vida de cada día nos toca caer! Caemos tantas veces que
perdemos la cuenta, pero siempre esperamos que cada caída sea la última, porque
se necesita la fuerza de la esperanza para hacer frente al sufrimiento. Cuando
uno cae tantas veces, las fuerzas al final colapsan y las esperanzas
desaparecen definitivamente.
Me imagino a tu lado, Jesús, en el camino que te conduce a
la muerte. Es difícil pensar que precisamente tú eres el Hijo de Dios. Alguno
ha intentado ya ayudarte, pero estás agotado, inmóvil, paralizado y da la
impresión de que no podrás continuar. Pero veo que de repente te levantas,
enderezas las piernas y la espalda, todo lo que es posible llevando una cruz
sobre los hombros, y empiezas a caminar de nuevo. Sí, te diriges hacia la
muerte, y quieres hacerlo sin ahorrarte nada. Quizás es esto el amor. Lo que
entiendo es que no importa cuántas veces caigamos, siempre habrá una última,
quizás la peor, la prueba más terrible en la que estamos llamados a encontrar
las fuerzas para llegar al final del camino. Para Jesús, el final es la
crucifixión, el absurdo de la muerte, pero revela un significado más profundo,
un propósito más elevado, el de salvarnos a todos.
Oración
Te suplico, Señor, que nos des cada día
la fuerza para seguir en nuestro camino.
Que mantengamos hasta el final
la esperanza y el amor que nos has dado.
Que todos puedan hacer frente a los desafíos de la vida
con la fuerza y la fe con la que tú has vivido
los últimos momentos de tu camino
hacia la muerte en cruz.
Pater noster...
Décima estación: Jesús es
despojado de las vestiduras
Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa,
haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una
túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo (Jn 19,23).
Meditación
Te contemplo, Jesús, desnudo, como nunca antes te había
visto. Jesús, te han quitado tus vestiduras y se las están jugando a los dados.
A los ojos de estos hombres has perdido el único jirón de dignidad que te
quedaba, el único objeto que poseías en este camino de sufrimiento. Al
principio de los tiempos, tu Padre había hecho vestidos para los hombres, para
cubrirlos de dignidad; ahora los hombres te los quitan. Te contemplo, Jesús, y
veo a un joven emigrante, un cuerpo destrozado que llega a una tierra muchas
veces cruel, dispuesta a quitarle sus ropas, su único bien, y venderlas,
dejándolo así solo con su cruz, como la tuya, solo con su piel maltratada, como
la tuya, solo con sus ojos hinchados por el dolor, como los tuyos.
Pero hay algo que los hombres a menudo olvidan sobre la
dignidad: que esta se encuentra bajo tu piel, es parte de ti y siempre estará
contigo, y más aún en este momento, en esta desnudez.
La misma desnudez con la que nacemos es la que la tierra nos
acoge en el atardecer de la vida. De una madre a la otra. Y ahora aquí, en esta
colina, está también tu madre, que de nuevo te ve desnudo.
Te veo y comprendo la grandeza y el esplendor de tu
dignidad, de la dignidad de cada hombre, que nadie podrá jamás suprimir.
Oración
Te pido, Señor, que todos reconozcamos
la dignidad de nuestra naturaleza,
incluso cuando nos encontramos desnudos y solos ante los
hombres.
Que sepamos ver siempre la dignidad de los demás,
y honrarla y protegerla.
Te pedimos que nos des la audacia necesaria
para conocernos a nosotros mismos por encima de lo que nos
cubre;
y para aceptar la desnudez que nos pertenece
y nos recuerda nuestra pobreza,
de la que te enamoraste hasta dar la vida por nosotros.
Pater noster...
Undécima estación: Jesús
es clavado en la cruz
Y cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo
crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la
izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc
23,33-34).
Meditación
Te veo, Jesús, despojado de todo. Han querido castigarte a
ti, inocente, clavándote en el madero de la cruz. ¿Qué hubiera hecho yo en su
lugar, habría tenido el coraje de reconocer tu verdad, mi verdad? Tú has tenido
la fuerza de soportar el peso de una cruz, de que no te creyeran, de ser
condenado por tus palabras incómodas. Hoy no somos capaces de aceptar una
crítica, como si cada palabra fuera pronunciada para herirnos.
Tú tampoco te detuviste ante la muerte, creíste
profundamente en tu misión y te fiaste de tu Padre. Hoy, en el mundo de
internet, estamos tan condicionados por todo lo que circula en la red que a
veces dudo hasta de mis propias palabras. Pero tus palabras son distintas, son
fuertes en tu debilidad. Tú nos perdonaste, no tuviste rencor, nos enseñaste a poner
la otra mejilla y fuiste más allá, hasta el sacrificio total de tu propia vida.
Miro alrededor y veo ojos fijos en las pantallas del
teléfono, entregados a las redes sociales para condenar cada error de los demás
sin posibilidad de perdón. Hombres que, dominados por la ira, se gritan con
odio por los motivos más insignificantes.
Miro tus heridas y soy consciente, ahora, de que yo no
habría tenido tu fuerza. Pero estoy sentada aquí a tus pies, y me despojo yo
también de toda duda, me levanto de la tierra para poder estar más cerca de ti,
aunque solo sea por algunos centímetros.
Oración
Te pido, Señor, que ante el bien
tenga la disposición para reconocerlo;
que ante una injusticia tenga
la valentía de tomar las riendas de mi vida y actuar de otro
modo;
que me libere de todos los miedos
que como clavos me paralizan y me alejan
de la vida que tú has esperado y preparado para nosotros.
Pater noster...
Duodécima estación: Jesús
muere en la cruz
Era ya como la hora sexta, y vinieron las tinieblas sobre
toda la tierra, hasta la hora nona, porque se oscureció el sol. El velo del
templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: «Padre, a
tus manos encomiendo mi espíritu». Y, dicho esto, expiró. El centurión, al ver
lo ocurrido, daba gloria a Dios, diciendo: «Realmente, este hombre era justo»
(Lc 23,44-47).
Meditación
Te veo, Jesús, y esta vez no querría verte. Estás muriendo.
Era hermoso contemplarte cuando hablabas a las multitudes, pero ahora todo ha
terminado. Y yo no quiero ver el final; muchas veces he desviado la mirada
hacia otra parte, casi me he habituado a huir del dolor y de la muerte, me he
anestesiado.
Tu grito en la cruz es fuerte, desgarrador: no estábamos
preparados para tanto tormento, no lo estamos, no lo estaremos nunca. Huimos
por instinto, presos del pánico, ante la muerte y el sufrimiento, los
rechazamos, preferimos mirar hacia otro lado o cerrar los ojos. En cambio, tú
permaneces ahí, en la cruz, nos esperas con los brazos abiertos, abriéndonos
los ojos.
Es un gran misterio, Jesús: nos amas muriendo, abandonado,
dando tu espíritu, cumpliendo la voluntad del Padre, retirándote. Tú permaneces
en la cruz, y nada más. No te pones a explicar el misterio de la muerte, de la
conclusión de todas las cosas, haces más que eso: lo atraviesas con todo tu
cuerpo y tu espíritu. Un misterio grande, que sigue interrogándonos e
inquietándonos; nos desafía, nos invita a abrir los ojos, a descubrir tu amor
también en la muerte, es más, a partir precisamente de la muerte. Es ahí donde
nos amaste: en nuestra condición más verdadera, ineludible e inevitable. Es ahí
donde comprendemos, aunque todavía de modo imperfecto, tu presencia viva,
auténtica. De esto, siempre, tendremos sed: de tu cercanía, de tu ser Dios con
nosotros.
Oración
Te pido, Señor, que abras mis ojos,
que te vea también en los sufrimientos,
en la muerte, en el final que no es el final verdadero.
Remueve mi indiferencia con tu cruz, sacude mi apatía.
Interrógame siempre con tu misterio desconcertante,
que supera la muerte y da la vida.
Pater noster...
Decimotercera estación:
Jesús es bajado de la cruz y entregado a su Madre
Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de
Jesús aunque oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara
llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó
el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo
unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y
lo envolvieron en los lienzos con los aromas, según se acostumbra a enterrar
entre los judíos (Jn 19,38-40).
Meditación
Te veo, Jesús, todavía ahí, en la cruz. Un hombre de carne y
hueso, con sus fragilidades, con sus miedos. ¡Cuánto has sufrido! Es una escena
insoportable, tal vez justamente porque está impregnada de humanidad. Esta es
la palabra clave, la cifra de tu camino, plagado de esfuerzo y sufrimiento.
Precisamente esta humanidad que a menudo nos olvidamos de reconocer en ti y de
buscar en nosotros mismos y en los demás, demasiado ocupados en una vida que
aprieta el acelerador, ciegos y sordos ante las dificultades y los dolores de
los otros.
Te veo, Jesús. Ahora no estás ya ahí, en la cruz; regresaste
al lugar de donde viniste, colocado sobre el seno de la tierra, sobre el seno
de tu Madre. Ahora el sufrimiento ha pasado, ha desaparecido. Esta es la hora
de la piedad. En tu cuerpo sin vida se reverbera la fuerza con la que
afrontaste el sufrimiento; el sentido que conseguiste darle se refleja en los
ojos de quien está todavía ahí y ha permanecido a tu lado y siempre permanecerá
a tu lado en el amor, dado y recibido. Se abre para ti, para nosotros, una
nueva vida, la del cielo, bajo el signo de lo que resiste y no se quiebra por
la muerte: el amor. Tú estás aquí, con nosotros, en cada instante, en cada
paso, en cada incertidumbre, en cada oscuridad. Mientras la sombra del sepulcro
se extiende sobre tu cuerpo que yace entre los brazos de tu Madre, yo te veo y
tengo miedo, pero no desespero, tengo confianza que la luz, tu luz, volverá a
brillar.
Oración
Te pido, Señor,
que tengamos siempre viva la esperanza y
la fe en tu amor incondicional.
Que sepamos mantener siempre viva y encendida
la mirada hacia la salvación eterna,
y que podamos encontrar descanso y paz en nuestro camino.
Pater noster...
Decimocuarta estación:
Jesús es puesto en el sepulcro
Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el
huerto, un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para
los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron
allí a Jesús (Jn 19,41-42).
Meditación
No te veo ya, Jesús, ahora está oscuro. Caen sombras
alargadas desde las colinas, y las lámparas del Shabbat inundan Jerusalén,
fuera de las casas y en las habitaciones. Golpean las puertas del cielo,
cerrado e impenetrable. ¿Para quién es tanta soledad? ¿Quién puede dormir en
una noche así? Resuenan en la ciudad el llanto de los niños, los cantos de las
madres, las rondas de los soldados. Muere el día, y solo tú te has dormido.
¿Duermes? ¿Y cuál es tu lecho? ¿Qué manta te oculta del mundo?
José de Arimatea ha seguido tus pasos desde lejos, y ahora
sin hacer rumor te acompaña en el sueño, te quita de las miradas de los
indignados y los malvados. Una sábana envuelve tu frío, seca la sangre y el
sudor y las lágrimas. De la cruz desciendes, con ligereza, José te lleva sobre
las espaldas, pero eres ligero: no cargas el peso de la muerte, ni del odio, ni
del rencor. Duermes como cuando te envolvieron en la cálida paja y otro José te
tenía en brazos. Igual que entonces no había lugar para ti, tampoco ahora
tienes dónde reclinar la cabeza; pero en el Calvario, en la dura cerviz del
mundo, crece ahí un jardín donde nadie ha sido sepultado aún.
¿A dónde te has ido, Jesús? ¿A dónde has descendido, si no
es a lo más profundo? ¿A dónde, si no es a ese lugar todavía intacto, a la
cámara más angosta? Estás atrapado en nuestros mismos lazos, en nuestra misma
tristeza estás encerrado. Has caminado como nosotros sobre la tierra, y ahora,
bajo tierra, como nosotros, encuentras espacio.
Querría correr lejos, pero tú estás dentro de mí; no debo
salir a buscarte, porque tú llamas a mi puerta.
Oración
Te rezo a ti, Señor, que no te has manifestado en la gloria
sino en el silencio de una noche oscura.
Tú que no miras la superficie, sino que ves en lo secreto
y entras en lo más profundo,
desde lo hondo escucha nuestra voz:
que podamos, los que estamos cansados, descansar en ti,
reconocer en ti nuestro origen,
ver en el amor de tu rostro dormido
nuestra belleza perdida.
Pater noster...
Fuente: Aciprensa. Comunicado del Vaticano.