3 de agosto 2023. Viaje apostólico Papa Francisco. XXXVII Jornada mundial de la juventud. Ceremonia de acogida. Lisboa (Portugal). Queridos jóvenes: Boa tarde!
Bem-vindos!
Bienvenidos y gracias por estar aquí, ¡me alegra verlos! Me alegra escuchar el
simpático alboroto que hacen y poderme contagiar de su alegría. Es hermoso
estar juntos en Lisboa; fueron llamados por mí, por el Patriarca —a quien
agradezco sus palabras—, por sus obispos, sacerdotes, catequistas, animadores
¡Vamos a agradecerles a todos los que los
llamaron y a todos los que trabajaron para posibilitar esta reunión, y lo
hacemos con un fuerte aplauso! Pero, sobre todo, es Jesús quien los llamó, agradezcámosle
a Jesús con otro fuerte aplauso.
Ustedes no
están aquí por casualidad. El Señor los llamó, no sólo en estos días, sino
desde el comienzo de sus vidas. A todos nos llamó desde el comienzo de la vida.
Él los llamó por sus nombres. Escuchamos
la Palabra de Dios que nos llamó por sus nombres. Intenten imaginar estas
palabras escritas en letras grandes; y después piensen que están escritas
dentro de cada uno de ustedes, en sus corazones, como formando el título de tu
vida, el sentido de lo que sos: has sido llamado por tu nombre: vos, vos, vos,
vos, acá, todos nosotros, yo, todos fuimos llamados por nuestro nombre.
No fuimos
llamados automáticamente, fuimos llamados por el nombre. Pensemos esto: Jesús
me llamó por mi nombre. Son palabras escritas en el corazón, y después pensemos
que están escritas dentro de cada uno de nosotros, en nuestros corazones, y
forman una especie del título de tu vida, el sentido de lo que somos, el
sentido de lo que sos. Has sido llamado por tu nombre. Ninguno de nosotros es
cristiano por casualidad, todos fuimos llamados por nuestro nombre.
Al
principio de la trama de la vida, antes de los talentos que tenemos, antes de
las sombras de las heridas que llevamos dentro, hemos sido llamados. Hemos sido llamados, ¿por qué? Porque somos
amados. Hemos sido llamados porque somos amados. Es lindo. A los ojos de
Dios somos hijos valiosos, que Él llama cada día para abrazar, para animar,
para hacer de cada uno de nosotros una obra maestra única, original. Cada uno
de nosotros es único y es original, y la belleza de todo esto no la podemos
vislumbrar.
Queridos
jóvenes: en esta Jornada Mundial de la Juventud, ayudémonos a reconocer esta
realidad; que estos días sean ecos vibrantes de la llamada amorosa de Dios,
porque somos valiosos a los ojos de
Dios, a pesar de aquello que a veces ven nuestros ojos, a veces nuestros ojos
están empañados por la negatividad y deslumbrados por tantas distracciones.
Que estos sean días en los que mi nombre, tu nombre, por medio de hermanos y
hermanas de tantas lenguas, tantas naciones
—veíamos
tantas banderas— que lo pronuncian amistosamente, resuena como una noticia
única en la historia, porque único es el latido de Dios por ti. Que sean días
en los que grabemos en el corazón que somos amados como somos. No como
quisiéramos ser, como somos ahora. Y este es el punto de partida de la JMJ,
pero sobre todo el punto de partida de la vida. Chicos y chicas, somos amados
como somos, sin maquillaje. ¿Entienden esto? Y somos llamados por el nombre de
cada uno de nosotros.
No es un
modo de decir, es Palabra de Dios (cf. Isaías 43,1; 2 Tm 1,9). Amigo, amiga, si
Dios te llama por tu nombre significa que para Dios ninguno de nosotros es un
número. Es un rostro, es una cara, es un corazón. Quisiera que cada uno vea una
cosa: muchos hoy saben tu nombre, pero no te llaman por tu nombre. De hecho, tu
nombre es conocido, aparece en las redes sociales, se elabora por algoritmos
que le asocian gustos y preferencias. Pero todo esto no interpela tu unicidad,
sino tu utilidad para los estudios de mercado.
Cuántos
lobos se esconden detrás de sonrisas de falsa bondad, diciendo que saben quién
sos, pero que no te quieren; insinúan que creen en ti y prometen que llegarás a
ser alguien, para después dejarte solo cuando ya no les interesas más. Y estas
son las ilusiones de lo virtual y debemos estar atentos para no dejarnos
engañar, porque muchas realidades que hoy nos atraen y prometen felicidad
después se muestran por aquello de lo que son: cosas vanas, pompas de jabón,
cosas superfluas, cosas que no sirven y que nos dejan vacíos por dentro. Les
digo una cosa: Jesús no es así, no es así; Él confía en ti, confía en cada uno
de ustedes, en cada uno de nosotros, porque para Jesús cada uno de nosotros le
importamos, cada uno de ustedes le importa. Y ese es Jesús.
Y es por
eso que nosotros, su Iglesia, somos la comunidad de los que son llamados; no
somos la comunidad de los mejores, no,
somos todos pecadores, pero somos llamados así como somos. Pensemos un
poquito esto en el corazón: somos llamados como somos, con los problemas que
tenemos, con las limitaciones que tenemos, con nuestra alegría desbordante, con
nuestras ganas de ser mejores, con nuestras ganas de triunfar. Somos llamados
como somos. Piensen esto: Jesús me llama como soy, no como quisiera ser. Somos
comunidad de hermanos y hermanas de Jesús, hijos e hijas del mismo Padre.
Amigos,
quisiera ser claro con ustedes, que son alérgicos a la falsedad y a las
palabras vacías: en la Iglesia, hay espacio para todos. Para todos. En la
Iglesia, ninguno sobra. Ninguno está de más. Hay espacio para todos. Así como
somos. Todos. Y eso Jesús lo dice claramente. Cuando manda a los apóstoles a
llamar para el banquete de ese señor que lo había preparado, dice: "Vayan
y traigan a todos", jóvenes y viejos, sanos, enfermos, justos y pecadores.
¡Todos, todos, todos!
En la Iglesia hay lugar para todos.
"Padre, pero yo soy un desgraciado, soy una desgraciada, ¿hay lugar para
mí?". ¡Hay
lugar para todos! Todos juntos, cada uno, en su lengua repita conmigo: Todos,
todos, todos. No se oye, ¡otra vez! Todos. Todos. Todos. Y esa es la Iglesia,
la Madre de todos. Hay lugar para todos. El Señor no señala con el dedo, sino
que abre sus brazos. Es curioso: el Señor no sabe hacer esto [indica con el
dedo], sino que hace esto hace el gesto de abrazar. Nos abraza a todos. Nos
muestra a Jesús en la cruz, que tanto abrió sus brazos para ser crucificado y
morir por nosotros.
Jesús nunca cierra la puerta, nunca, sino que
te invita a entrar;
entrá y ve. Jesús recibe, Jesús acoge. En estos días cada uno de nosotros
transmite el lenguaje de amor de Jesús. Dios te ama, Dios te llama. ¡Qué lindo
es esto! Dios me ama, Dios me llama. Quiere que esté cerca de Él.
También
ustedes, esta tarde, me hicieron preguntas, muchas preguntas. Nunca se cansen
de preguntar. No se cansen de preguntar. Hacer preguntas es bueno; es más, a
menudo es mejor que dar respuestas, porque quien pregunta permanece
"inquieto" y la inquietud es el mejor remedio para la rutina, a veces
una especie de normalidad que anestesia el alma. Cada uno de nosotros tiene sus
interrogantes dentro.
Llevemos
esos interrogantes con nosotros y llevemos en el diálogo común entre nosotros.
Llevémoslos cuando rezamos delante de Dios. Esas preguntas que con la vida se
van haciendo respuestas, que solamente tenemos que esperarlas. Y una cosa muy
interesante: Dios ama por sorpresa. No está programado. El amor de Dios es
sorpresa. Es sorpresa. Siempre sorprende. Siempre nos mantiene alertas y nos
sorprende.
Queridos
chicos y chicas, los invito a pensar esto tan hermoso: que Dios nos ama, Dios
nos ama como somos, no como quisiéramos ser o como la sociedad quisiera que
seamos. ¡Como somos! Nos llama con los defectos que tenemos, con las
limitaciones que tenemos y con las ganas que tenemos de seguir adelante en la
vida. Dios nos llama así. Confíen, porque Dios es Padre y es Padre que nos
quiere y Padre que nos ama. Esto no es muy fácil. Y para esto tenemos una gran
ayuda, la Madre del Señor. Ella es nuestra Madre también, Ella es
nuestra Madre.
Solamente
era esto lo que les quería decir: no tengan miedo, tengan coraje, vayan
adelante, sabiendo que estamos "amortizados" por el amor que Dios nos
tiene. Dios nos ama. Digámoslo juntos todos: Dios nos ama. Más fuerte, que no
oigo. No se oye acá. Gracias. Adiós.
Fuente e Imagen de Vatican. Va.
Le
agradezco al párroco sus palabras y los saludo a todos ustedes, en particular a
los amigos del Centro Parroquial da Serafina, de la Casa Famiglia Ajuda de
Berço y de la Asociación Acreditar. Y agradezco las palabras de ustedes que han
mostrado el trabajo que se hace. Gracias. Es lindo estar juntos, en el contexto
de la Jornada Mundial de la Juventud, mientras contemplamos a la Virgen que se levanta
para ir a ayudar (cf. Lucas 1,39). La
caridad, de hecho, es el origen y la meta del camino cristiano, y la presencia
de ustedes, realidad concreta de "amor en acción", nos ayuda a no
olvidar la ruta, el sentido de lo que estamos haciendo siempre. Gracias por sus
testimonios, de los que quisiera subrayar tres aspectos: hacer el bien juntos,
actuar concretamente y estar cerca de los más frágiles. O sea, hacer el bien
juntos, actuar concretamente —no sólo con ideas, sino concretamente— y estar
cerca de los más frágiles.
Primero: hacer el bien juntos.
"Juntos" es la palabra clave, que se ha repetido muchas veces en las
intervenciones. Vivir, ayudar y amar juntos; jóvenes y adultos, sanos y enfermos, juntos.
João nos ha dicho algo muy importante, que uno no se debe dejar
"definir" por la enfermedad, sino hacerla parte viva del aporte que
nosotros damos al conjunto de la comunidad. Es verdad, no debemos dejarnos
"definir" por la enfermedad, o por los problemas, porque no somos
nosotros una enfermedad, no somos un problema.
Cada uno de
nosotros es un regalo, es un don, un don único —con sus límites—, pero un don,
un don valioso y sagrado para Dios, para la comunidad cristiana y para la
comunidad humana. Entonces, así como somos, enriquezcamos el conjunto y
dejémonos enriquecer por el conjunto.
Segundo:
actuar concretamente. También esto es importante. Como nos ha recordado don
Francisco, citando a san Juan XXIII, la Iglesia «no es un museo de arqueología
—algunos la piensan así, pero no es—, es la antigua fuente del pueblo que
suministra el agua a las generaciones actuales» (Homilía después de la Misa
eslavo bizantina, 13 noviembre 1960) igual que a las futuras. La fuente sirve
para apagar la sed de las personas que llegan, con el peso del viaje o de la
vida. Y son concreción, por tanto, atención al "aquí y ahora", como
ya están haciendo ustedes con un esmero en los detalles y un sentido práctico,
hermosas virtudes típicas del pueblo portugués.
Cuando no se pierde tiempo en lamentarse de la
realidad, sino que nos preocupamos por afrontar las necesidades concretas, con
alegría y confianza en la Providencia, ocurren cosas maravillosas. Lo atestigua
vuestra historia. Del cruce de miradas con un anciano en la calle nace un
centro de caridad integral, como este en el que nos encontramos; de un desafío
moral y social, la "campaña por la vida", nace una asociación que ayuda
a las madres y a las familias que esperan un bebé, así como a niños,
adolescentes y jóvenes en dificultad,
para que,
como nos ha dicho Sandra, encuentren un proyecto de vida seguro; de la
experiencia de la enfermedad nace una comunidad de apoyo a quien afronta la batalla
contra el cáncer, especialmente los niños, para que, como nos ha dicho João,
"el progreso del tratamiento y una mejor calidad de vida sean para ellos
una realidad". Gracias por todo lo que hacen. Con mansedumbre y
amabilidad, sigan dejándose interpelar por la realidad, con sus pobrezas
antiguas y nuevas, y respondan de manera concreta, con creatividad y valentía.
El tercer aspecto: estar cerca de los más
frágiles. Todos somos frágiles y menesterosos, pero la mirada de compasión del
Evangelio nos lleva a ver lo que le falta a quien más necesita. Y a servir a los pobres, los
predilectos de Dios, que se hizo pobre por nosotros (cf. 2 Corintios 8,9), a
los excluidos, los marginados, los descartados, los pequeños, los indefensos.
Ellos son el tesoro de la Iglesia, son los preferidos de Dios. Y, entre ellos,
recordemos que no debemos hacer distinciones. Para un cristiano, en efecto, no
hay preferencias ante el necesitado que llama a nuestra puerta, ya sean
connacionales o extranjeros, pertenecientes a un grupo o a otro, jóvenes o
ancianos, simpáticos o antipáticos.
Y, a
propósito de caridad, quisiera contarles ahora una historia, especialmente a
ustedes los más pequeños, que puede que no la conozcan. Es la historia real de
un joven portugués que vivió hace mucho tiempo. Se llamaba Juan Ciudad y
habitaba en Montemor-o-Novo. Soñaba con una vida de aventuras y por eso, siendo
un muchacho, se fue de casa buscando la felicidad. La encontró después de
muchos años y peripecias, cuando halló a Jesús. Y se alegró tanto de ese
descubrimiento que decidió incluso cambiarse el nombre y no llamarse más Juan
Ciudad, sino Juan de Dios.
E hizo una
cosa audaz, fue a la ciudad y se puso a pedir limosna por la calle, diciendo a
la gente: "Hermanos, haced bien a vosotros mismos". ¿Entienden? Pedía
caridad, y a quienes le daban les decía que, ayudándolo a él, en realidad se
ayudaban ante todo a ellos mismos. Es decir, explicaba que los gestos de amor
son, en primer lugar, un don para el que los hace, antes incluso que para quien
los recibe; porque todo lo que se acapara para uno mismo se perderá, mientras
que lo que se da por amor no se desperdiciará nunca, sino que será nuestro
tesoro en el cielo.
Por eso decía: "Hermanos, haced bien a
vosotros mismos". Pero el amor no nos hará felices sólo cuando estemos en
el cielo, sino que lo hace ya aquí en la tierra, porque dilata el corazón y nos
permite abrazar el sentido de la existencia. Si queremos ser verdaderamente felices,
aprendamos a trasformar todo en amor, ofreciendo a los demás nuestro trabajo y
nuestro tiempo, pronunciando palabras y realizando gestos buenos; incluso con
una sonrisa, con un abrazo, con la escucha, con una mirada. Queridos chicos,
hermanos y hermanas, vivamos de ese modo. Todos podemos hacerlo y todos lo
necesitamos, aquí y en cualquier parte del mundo.
¿Saben lo
que le sucedió a Juan? Que no lo entendieron. Pensaban que estaba loco y lo
encerraron en un manicomio. Pero él no se desmoralizó, porque el amor no se
rinde, porque quien sigue a Jesús no pierde la paz ni se lamenta. Y
precisamente allí, en el manicomio, llevando la cruz, llegó la inspiración de
Dios. Juan se dio cuenta de las necesidades que tenían los enfermos y, cuando
finalmente lo dejaron salir, después de algunos meses, comenzó a hacerse cargo
de ellos con otros compañeros, fundando una orden religiosa: los Hermanos
Hospitalarios.
Pero
algunos empezaron a llamarlos de otro modo, con las palabras que aquel joven
repetía a todos, "Hermanos, haced bien". Nosotros en Roma los
llamamos así: Fatebenefratelli. Qué hermoso nombre, qué enseñanza importante. Ayudar a los demás es un don para uno mismo
y hace bien a todos.
Sí, amar es
un don para todos. Recordemos que "o amor é um presente para todos!".
Repitámoslo juntos: o amor é um presente para todos!
Amémonos así. Sigan haciendo de sus vidas un
regalo de amor y de alegría. Les agradezco y los animo a todos, especialmente a
los niños, a seguir adelante y a rezar por mí. Obrigado! Fuente e Imagen de
Vatican. Va.
Me da mucha
alegría verlos. ¡Gracias por haber viajado, por haber caminado, gracias por
estar aquí! Y pienso que también la Virgen María tuvo que viajar para ver a
Isabel: «partió y fue sin demora» (Lucas 1,39). Uno se pregunta: ¿por qué María se levanta y va deprisa a
ver a su prima? Claro, acaba de enterarse de que la prima está embarazada,
pero ella también lo está. ¿Por qué entonces va a ir si nadie se lo pidió?
María realiza un gesto no pedido, no obligatorio, María va porque ama, y «el
que ama, vuela, corre y se alegra» (Imitación de Cristo, III, 5). Eso es lo que
nos hace el amor.
La alegría de María es doble: ella acaba de
recibir el anuncio del ángel que iba a recibir al Redentor y también la noticia
de que su prima está embarazada. Entonces, es curioso: en vez de pensar en ella, piensa en la otra.
¿Por qué? Porque la alegría es misionera, la alegría no es para uno, es para
llevar algo. Yo les pregunto a ustedes: ustedes, que están aquí, que han venido
a encontrarse, a buscar el mensaje de Cristo, a buscar un sentido lindo a la
vida, ¿esto se lo van a quedar para ustedes o lo van a llevar a los otros? ¿Qué
opinan? ¡Es para llevarlo a los otros porque la alegría es misionera! Repitamos
todos juntos: ¡la alegría es misionera! Y entonces yo tengo que llevar esa
alegría a los demás.
Pero esa
alegría que nosotros tenemos, también otros nos prepararon para recibirla.
Ahora miremos para atrás, todo lo que
hemos recibido, lo que hemos recibido y han preparado, todo eso, ha preparado
nuestro corazón para la alegría. Todos, si miramos hacia atrás, tenemos
personas que fueron un rayo de luz para la vida: padres, abuelos, amigos,
sacerdotes, religiosos, catequistas, animadores, maestros. Ellos son como las
raíces de nuestra alegría. Ahora hacemos un segundo de silencio y cada uno
piensa en aquellos que nos dieron algo en la vida, que son como las raíces de
la alegría.
[Momento de
silencio]
¿Encontraron?
¿Encontraron rostros, encontraron historias? Esa alegría que vino por esas
raíces es la que nosotros tenemos que dar, porque nosotros tenemos raíces de
alegría. Y también nosotros podemos ser, para los demás, raíces de alegría. No se trata de llevar una alegría pasajera,
una alegría de momento. Se trata de llevar una alegría que cree raíces. Y
me pregunto: ¿cómo podemos convertirnos en raíces de alegría?
La alegría no está en la biblioteca, encerrada,
aunque hay que estudiar, pero está en otro lado. No está guardada bajo llave,
la alegría hay que buscarla, hay que descubrirla. Hay que descubrirla en nuestro diálogo con
los demás, donde tenemos que dar esas raíces de alegría que nosotros hemos
recibido. Y eso, a veces, cansa. Yo les hago una pregunta: ¿ustedes se cansaron
alguna vez? Piensen lo que sucede cuando uno está cansado: no tiene ganas de
hacer nada, como decimos en español, uno tira la esponja porque no tiene ganas
de seguir y entonces uno se abandona, deja de caminar y cae.
¿Ustedes
creen que una persona que cae en la vida, que tiene un fracaso, que incluso
comete errores pesados, fuertes, ya está terminada? No. ¿Qué es lo que hay que hacer? Levantarse. Y hay una cosa muy linda que
quisiera que hoy se la llevaran como recuerdo: los alpinos, que les gusta
subir montañas, tienen un cantito muy lindo que dice así: "En el arte de
ascender —la montaña—, lo que importa no es no caer, sino no permanecer
caído". ¡Cosa linda!
El que permanece caído se "jubiló" de
la vida ya, cerró, cerró la esperanza, clausuró la ilusión y ahí queda caído. Y
cuando vemos alguno —amigos nuestros que están caídos—, ¿qué tenemos que hacer?
Levantarlo. Fíjense
cuando uno tiene que levantar o ayudar a levantar a una persona qué gesto hace:
lo mira de arriba hacia abajo. La única oportunidad, el único momento que es
lícito mirar a una persona de arriba abajo es para ayudar a levantarse.
¡Cuántas veces vemos gente que nos mira así, por sobre el hombro, de arriba
para abajo! Es triste. La única manera en que es lícito, la única situación en
que es lícito mirar a una persona de arriba para abajo es —lo digan ustedes—
para ayudar a levantarse.
Bueno, esto
es un poco el camino, la constancia en caminar. Y en la vida, para lograr las
cosas hay que entrenarse en el camino. A veces no tenemos ganas de caminar, no
tenemos ganas de hacer esfuerzos, nos copiamos en los exámenes porque no
queremos estudiar y no llegamos al éxito. No sé si a algunos les gusta el
fútbol. A mí me gusta. Detrás de un gol, ¿qué hay? Mucho entrenamiento. Detrás
de un éxito, ¿qué hay? Mucho entrenamiento. Y en la vida, no siempre uno puede
hacer lo que quiere, sino aquello que la vocación que tengo dentro —cada uno
tiene su vocación— nos lleva a hacer.
Caminar; si me caigo, levantarme o que me
ayuden a levantarme; no permanecer caído; y entrenarme, entrenarme en el
camino. Y todo esto es posible, no porque hagamos cursos sobre el camino —no
hay ningún curso para enseñarnos a caminar en la vida—. Eso se aprende, se
aprende de los padres, se aprende de los abuelos, se aprende de los amigos,
llevándose de la mano mutuamente. En la vida se aprende, y eso es entrenamiento
en el camino.
Yo los dejo con esta idea nomás: caminar y, si
uno se cae, levantarse; caminar con una meta; entrenarse todos los días en la
vida. En la vida, nada es gratis. Todo se paga. Sólo hay una cosa gratis: el amor de Jesús. Entonces,
con esto gratis que tenemos —el amor de Jesús— y con las ganas de caminar,
caminemos en esperanza, miremos nuestras raíces y vayamos adelante, sin miedo.
No tengan miedo. ¡Gracias! ¡Chau! Fuente e Imagen de Vatican. Va.
6 de agosto 2023. «Señor, ¡qué bien estamos aquí!» (Mateo 17,4). Homilía Papa Francisco. Viaje apostólico, Jornada Mundial de la Juventud. Lisboa (Portugal) Estas palabras, le dijo el apóstol Pedro a Jesús en el monte de la Transfiguración, y también las queremos hacer nuestras después de estos días intensos. Es hermoso lo que estamos experimentando con Jesús, lo que hemos vivido juntos y es hermoso cómo hemos rezado, y con tanta alegría de corazón. Y entonces nos podemos preguntar: ¿Qué nos llevamos con nosotros volviendo a la vida cotidiana?
Quisiera
responder a este interrogante con tres verbos, siguiendo el Evangelio que hemos
escuchado. ¿Qué nos llevamos?
Resplandecer, escuchar y no tener miedo. ¿Qué nos llevamos?, respondo con
estas tres palabras: Resplandecer, escuchar y no tener miedo.
Primera, resplandecer. Jesús se transfigura, el
Evangelio dice que «su rostro resplandecía como el sol» (Mateo 17,2). Hacía poco que había anunciado su
pasión y su muerte en la cruz, y con esto rompía la imagen de un Mesías
poderoso, mundano, y frustra las expectativas de los discípulos. Ahora, para
ayudarlos a acoger el proyecto de amor de Dios sobre cada uno de nosotros,
Jesús toma a tres de ellos —Pedro, Santiago y Juan—, los conduce a un monte y
se transfigura. Y este "baño de luz" los prepara para la noche de la
pasión.
Amigos,
queridos jóvenes, también hoy nosotros necesitamos algo de luz, un destello de
luz que sea esperanza para afrontar tantas oscuridades que nos asaltan en la
vida, tantas derrotas cotidianas para afrontarlas con la luz de la resurrección
de Jesús, porque Él es la luz que no se apaga, es la luz que brilla aun en la
noche. «Nuestro Dios ha iluminado
nuestros ojos» (Esd 9,8), dice el sacerdote Esdras. Nuestro Dios ilumina.
Ilumina nuestra mirada, ilumina nuestro corazón, ilumina nuestra mente, ilumina
nuestras ganas de hacer algo en la vida, siempre con la luz del Señor.
Pero
quisiera decirles que no nos volvemos luminosos cuando nos ponemos debajo de los
reflectores, no, eso encandila. No nos volvemos luminosos cuando mostramos una
imagen perfecta, bien prolijitos, bien terminaditos; no, no, aunque nos
sintamos fuertes y exitosos. Fuertes y exitosos, pero no luminosos.
Nos volvemos luminosos, brillamos, cuando,
acogiendo a Jesús, aprendemos a amar como Él. Amar como Jesús, eso nos hace
luminosos, eso nos lleva a hacer obras de amor. No te engañes, amiga,
amigo, vas a ser luz el día que hagas obras de amor. Pero cuando en vez de
hacer obras de amor hacia afuera, mirás a vos mismo, como un egoísta, ahí la
luz se apaga.
El segundo verbo es escuchar. En el monte, una
nube luminosa cubrió a los discípulos, y esa nube desde la cual habla el Padre,
¿qué dice? «Escúchenlo» (Mateo 17,5). Este es mi Hijo amado, escúchenlo. Está todo
aquí, y todo eso que hay que hacer en la vida está en esta palabra: :
Escúchenlo. Escuchar a Jesús, todo secreto está ahí. Escuchás qué te dice
Jesús. "Yo no sé qué me dice". Agarrá el Evangelio y leé lo que dice
Jesús y lo que dice en tu corazón.
Porque Él tiene palabras de vida eterna para
nosotros; Él revela que Dios es Padre,
es amor. Él nos enseña el camino del amor, escúchalo a Jesús. Porque, por ahí
nosotros con buena voluntad emprendemos caminos que parecen ser del amor,
pero en definitiva son egoísmos disfrazados de amor. Tené cuidado con los
egoísmos disfrazados de amor. Escúchalo, porque Él te va a decir cuál es el
camino del amor. Escúchalo.
Resplandecer, la primera palabra, sean
luminosos, escuchar, para no equivocarse el camino, y al final, la tercera
palabra, no tener miedo. "No tengan miedo". Una palabra que en la Biblia se repite
tanto, en los Evangelios, "no tengan miedo". Estas fueron las últimas
palabras que en este momento de la transfiguración Jesús dijo a los discípulos:
"No tengan miedo".
A ustedes,
jóvenes, que han vivido este gozo, estaba por decir esta gloria —bueno, algo de
gloria es—, este encuentro con nosotros; a ustedes que cultivan sueños grandes
pero a veces ofuscados por el temor de no verlos realizarse; a ustedes, que a
veces piensan que no serán capaces, un poco de pesimismo se nos mete a veces; a
ustedes, jóvenes, tentados en este tiempo por el desánimo, por juzgarse quizás
fracasados o por intentar esconder el dolor disfrazándolo con una sonrisa; a
ustedes,
jóvenes, que quieren cambiar el mundo —y está bien que quieran cambiar
el mundo— y que quieren luchar por la justicia y la paz; a ustedes, jóvenes,
que le ponen ganas y creatividad a la vida, pero que les parece que no es
suficiente; a ustedes, jóvenes, que la Iglesia y el mundo necesitan [como] la
tierra necesita la lluvia; a ustedes, jóvenes, que son el presente y el futuro;
sí, precisamente a ustedes, jóvenes, Jesús hoy les dice: "No tengan
miedo".
En un
pequeño silencio, cada uno repita para sí mismo, en su corazón, estas palabras:
No tengan miedo.
Queridos jóvenes, quisiera mirar a los ojos a
cada uno de ustedes y decirles: no tengan miedo. No tengan miedo. Es más, les
digo algo muy hermoso, ya no soy yo, es Jesús mismo quien los está mirando en
este momento. Nos
está mirando. Él los conoce, conoce el corazón de cada uno de ustedes, conoce
la vida de cada uno de ustedes, conoce las alegrías, conoce las tristezas, los
éxitos y los fracasos, conoce el corazón de ustedes. Lee vuestros corazones y
Él hoy les dice, aquí, en Lisboa, en esta Jornada Mundial de la Juventud:
"No tengan miedo". Anímense, "no tengan miedo". Fuente e Imagen de Vatican. Va.