20 de agosto 2023. “La fe no es una etiqueta religiosa” Ángelus Regina Coeli, Papa Francisco. Plaza de san Pedro. Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy el
Evangelio narra el encuentro de Jesús con una mujer cananea, fuera del
territorio de Israel (cf. Mateo 15, 21-28). Esta le pide que libere a su hija,
atormentada por un demonio, pero el Señor no la escucha. Ella insiste y los
discípulos le piden que la atienda para que pare, pero Jesús explica que su
misión está destinada a los hijos de Israel y usa esta imagen: «No está bien
tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos».
Y la mujer,
valiente, responde: «Tienes razón, Señor; pero también los perritos se comen
las migajas que caen de la mesa de los amos». Entonces Jesús le dice: «“Mujer, qué grande es tu fe: que se
cumpla lo que deseas”. En aquel momento quedó curada su hija» (vv. 26-28). ¡Una
historia hermosa esta! Y esto sucedió a Jesús.
Vemos que
Jesús cambia de actitud y lo que le hace cambiar es la fuerza de la fe de
aquella mujer. Detengámonos, entonces, brevemente, en estos dos aspectos: el
cambio de Jesús y la fe de la mujer.
El cambio
de Jesús. Él estaba dirigiendo su predicación al pueblo elegido; después, el
Espíritu Santo empujaría la Iglesia hasta los confines del mundo. Pero aquí
tiene lugar, podemos decir, un adelanto, por el que, en el episodio de la mujer
cananea, ya se manifiesta la universalidad de la obra de Dios. Es interesante
esta disponibilidad de Jesús: frente a la oración de la mujer “adelanta los
planes”, ante su caso concreto se convierte aún en más condescendiente y
compasivo. Dios es así: es amor, y quien
ama no permanece rígido. Sí, permanece firme, pero no rígido.
No permanece
rígido en sus propias posiciones, sino que se deja mover y conmover; sabe
cambiar sus esquemas. Y el amor es
creativo y nosotros cristianos, si queremos imitar a Cristo, estamos
invitados a la disponibilidad del cambio. Cuánto bien hace en nuestras
relaciones, pero también en la vida de fe, ser dóciles, escuchar
verdaderamente, enternecernos en nombre de la compasión y del bien ajeno, como
Jesús hizo con la cananea. La docilidad para cambiar. Corazones dóciles para cambiar.
Miremos
entonces a la fe de la mujer, que el Señor alaba, diciendo que es «grande» (v.
28). A los discípulos les parece grande solo su insistencia, pero Jesús alaba
diciendo que es grande, Jesús ve la fe;
los discípulos ven la insistencia solamente. Si pensamos en ello, aquella
mujer extranjera probablemente conocía poco, o nada, las leyes y los preceptos
religiosos de Israel. ¿En qué consiste entonces su fe?
La mujer no
es rica de conceptos, sino que es rica de hechos: la cananea se acerca, se
postra, insiste, mantiene un diálogo estrecho con Jesús, supera todos los
obstáculos con tal de hablar con Él. Supera todos los obstáculos para hablarle.
He aquí la concreción de la fe, que no es una etiqueta religiosa -la fe no es una etiqueta religiosa-,
sino una relación personal con el Señor. ¿Cuántas veces se cae en la tentación
de confundir la fe con una etiqueta?
La fe de la mujer no está hecha de
protocolo teológico, sino de insistencia: llama a la puerta, llama, llama; no
está hecha de palabras, sino de oración. Y Dios no resiste cuando se le reza.
Porque dijo: «Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá»
(Mateo 7,7).
Hermanos y
hermanas, a la luz de todo esto podemos hacernos algunas preguntas. A partir
del cambio de Jesús, por ejemplo: ¿yo soy capaz de cambiar de opinión? ¿Sé ser
comprensivo, sé ser compasivo o permanezco rígido en mis posiciones? ¿En mi corazón hay algo de rigidez?
Que no es firmeza:
la rigidez es mala, la firmeza es buena.
Y a partir de la fe de la mujer: ¿Cómo es mi fe? ¿Se detiene en conceptos
y palabras o es realmente vivida con la oración y las acciones? ¿Sé dialogar
con el Señor, sé insistir con Él, o me conformo con recitar cualquier fórmula
hermosa? Que la Virgen nos haga disponibles al bien y concretos en la fe. Fuente
de Vatican. Va.