28 de mayo 2025 “La compasión se expresa a través de gestos concretos”. Audiencia general. Papa León XIV Jesucristo nuestra esperanza. Las parábolas, el samaritano. Queridos hermanos y hermanas:
Continuamos meditando sobre algunas parábolas del Evangelio
que nos ofrecen la oportunidad de cambiar de perspectiva y abrirnos a la
esperanza. La falta de esperanza, a veces, se debe a que nos quedamos
atrapados en una cierta forma rígida y cerrada de ver las cosas, y las
parábolas nos ayudan a mirarlas desde otro punto de vista.
Hoy me gustaría hablarles de una persona experta, preparada,
un doctor en la Ley, que sin embargo necesita cambiar de perspectiva, porque
está concentrado en sí mismo y no se da cuenta de los demás (cf. Lucas 10, 25-37).
De hecho, le pregunta a Jesús cómo se «hereda» la vida eterna, utilizando
una expresión que la considera como un derecho inequívoco. Pero detrás de
esta pregunta, quizás se esconde precisamente una necesidad de atención: la
única palabra sobre la que pide explicaciones a Jesús es el término «prójimo»,
que literalmente significa «el que está cerca».
Por eso, Jesús cuenta una parábola que es un camino para
transformar esa pregunta, para pasar del «¿quién me quiere?» al «¿quién ha
querido?». La primera es una pregunta inmadura, la segunda es la pregunta
del adulto que ha comprendido el sentido de su vida. La primera pregunta es la
que pronunciamos cuando nos situamos en un rincón y esperamos, la segunda es la
que nos impulsa a ponernos en camino.
La parábola que cuenta Jesús tiene, de hecho, como escenario
un camino, y es un camino difícil y áspero, como la vida. Es el camino que
recorre un hombre que baja de Jerusalén, la ciudad en la montaña, a Jericó, la
ciudad bajo el nivel del mar. Es una imagen que ya presagia lo que podría
ocurrir: efectivamente, sucede que ese hombre es asaltado, golpeado, despojado
y abandonado medio muerto. Es la experiencia que se vive cuando las
situaciones, las personas, a veces incluso aquellos en quienes hemos confiado,
nos quitan todo y nos dejan tirados.
Pero la vida está hecha de encuentros, y en estos
encuentros nos revelamos tal y como somos. Nos encontramos frente al otro,
frente a su fragilidad y su debilidad, y podemos decidir qué hacer: cuidar de
él o hacer como si nada. Un sacerdote y un levita bajan por ese mismo camino.
Son personas que prestan servicio en el Templo de Jerusalén, que viven en el
espacio sagrado. Sin embargo, la práctica del culto no lleva automáticamente a
ser compasivos. De hecho, antes que una cuestión religiosa, ¡la compasión es
una cuestión de humanidad! Antes de ser creyentes, estamos llamados a ser
humanos.
Podemos imaginar que, después de haber permanecido mucho
tiempo en Jerusalén, aquel sacerdote y aquel levita tienen prisa por volver a
casa. Es precisamente la prisa, tan presente en nuestra vida, la que muchas
veces nos impide sentir compasión. Quien piensa que su viaje debe tener la
prioridad, no está dispuesto a detenerse por otro.
Pero he aquí que llega alguien que sí es capaz de detenerse:
es un samaritano, es decir, alguien que pertenece a un pueblo despreciado (cf.
2 Reyes 17). En su caso, el texto no precisa la dirección, sino que solo dice
que estaba de viaje. La religiosidad aquí no tiene nada que ver. Este
samaritano se detiene simplemente porque es un hombre ante otro hombre que
necesita ayuda.
La compasión se expresa a través de gestos concretos.
El evangelista Lucas se detiene en las acciones del samaritano, al que llamamos
«bueno», pero que en el texto es simplemente una persona: el samaritano se
acerca, porque si quieres ayudar a alguien, no puedes pensar en mantenerte a
distancia, tienes que implicarte, ensuciarte, quizás contaminarte; le venda las
heridas después de limpiarlas con aceite y vino; lo carga en su montura,
es
decir, se hace cargo de él, porque solo se ayuda de verdad si se está
dispuesto a sentir el peso del dolor del otro; lo lleva a una posada donde
gasta su dinero, «dos denarios», más o menos dos días de trabajo; y se
compromete a volver y, si es necesario, a pagar más, porque el otro no es un
paquete que hay que entregar, sino alguien que hay que cuidar.
Queridos hermanos y hermanas, ¿Cuándo seremos capaces
nosotros también de interrumpir nuestro viaje y tener compasión? Cuando
hayamos comprendido que ese hombre herido en el camino nos representa a cada
uno de nosotros. Y entonces, el recuerdo de todas las veces que Jesús se detuvo
para cuidar de nosotros nos hará más capaces de compasión.
Recemos, pues, para que podamos crecer en humanidad, de modo
que nuestras relaciones sean más verdaderas y más ricas en compasión.
Pidamos al Corazón de Cristo la gracia de tener cada vez más sus mismos
sentimientos. Fuente: Vatican. Va