17 de septiembre 2019. A partir de este domingo
profundizaremos en los ritos de comunión, hoy analizaremos la oración del Padre
Nuestro y el embolismo. Padre Héctor Giovanny Sandoval Moreno. Delegado para la
Pastoral Litúrgica. Arquidiócesis de Ibagué.
El Rito de comunión consta de tres partes:
1. Ritos de preparación: la oración dominical
(padrenuestro), el rito de la paz y la fracción del pan.
2. Ritos de realización: la oración en silencio, la
presentación del pan eucarístico y la comunión propiamente dicha.
3. Ritos de asimilación y reconocimiento: el momento de
recogimiento, el canto de acción de gracias y la oración conclusiva del que
preside.
El Padrenuestro:
El Padrenuestro encuentra sus antecedentes inmediatos en el
contexto de las tradiciones litúrgicas de la religión judía en las que estaba
inmerso Jesús de Nazaret y en las que se desarrolló inicialmente el cristianismo.
Por eso, y porque fue una oración que brotó de lo más íntimo, es razonable
pensar que Jesús lo recitara y enseñara en arameo, su lengua materna.
Litúrgicamente, el Padrenuestro no es el más antiguo de los
ritos preparatorios pero hay numerosos testimonios que describen su presencia
en la liturgia antigua. La generalización de su uso en la liturgia data del
siglo IV. Para la Iglesia católica, el Padrenuestro es la oración por
excelencia. Recibe también el nombre de oración dominical, del latín Dominicus
(“Señor”), dado que Jesús de Nazaret es llamado Señor con frecuencia en los
escritos cristianos y fue él quien transmitió a los apóstoles esta forma de
orar. El Padrenuestro es la oración con la que el Señor enseñó a rezar a sus
discípulos.
Según el Catecismo de la Iglesia Católica, el Padrenuestro es el resumen de todo el
Evangelio. San Agustín de Hipona lo describió así: «Recorred todas las
oraciones que hay en las Escrituras, y no creo que podáis encontrar algo que no
esté incluido en la oración dominical.». Y Santo Tomás de Aquino completa esta
idea de la siguiente manera: «La oración dominical es perfectísima […] en la
oración dominical no sólo se piden las cosas lícitamente deseables, sino que se
suceden en ella las peticiones según el orden en que debemos desearlas, de
suerte que la oración dominical no sólo regula, según esto, nuestras
peticiones, sino que sirve de norma a todos nuestros afectos.».
El Padrenuestro se introduce con una invitación a la oración
por parte del presidente. Esta invitación tiene una formulación típica y
tradicional: “Fieles a la recomendación del Salvador...”, que termina con el
“nos atrevemos a decir”, indicativo de que dirigirse a Dios con el nombre de
Padre es una posibilidad que se nos da por gracia de Jesucristo.
La recitación del padrenuestro debería conseguir la máxima
expresividad, según el estilo de cada asamblea. Hay que procurar, por tanto,
una buena recitación, con las pausas necesarias.
El Padrenuestro se introdujo en los ritos de comunión
también por la petición del “pan de cada día”, no sólo para el pan material,
sino también referido a la Eucaristía. Este gesto nos ayuda a comprender lo que
dijeron los mártires de Bitinia, a quienes se prohibió celebrar la Misa:
“Nosotros no podemos vivir sin la Eucaristía”. No puede haber verdadera vida
cristiana sin el Cuerpo y Sangre de Cristo: “Si no coméis mi carne y bebéis mi
sangre, no tenéis vida en vosotros” (Juan 6, 53).
El amor a la Eucaristía, el comprender que no hay vida
divina sin ella, nos lleva a la oración constante y humilde, pidiendo a Dios
que no nos falte la Eucaristía, que no nos falte la Misa, que no nos falten
sacerdotes que nos den el alimento del Cuerpo de Cristo.
El embolismo
El Padrenuestro, que es recitado en la misa por el sacerdote
y el pueblo juntamente, no se termina con el “Amén”; es desarrollado sólo por
el sacerdote con el embolismo que le sigue: «Líbranos de todos los males,
Señor», en el que se pide la paz de Cristo y la protección de todo pecado y
perturbación, «mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador
Jesucristo». La Iglesia Esposa nos recuerda esa tensión amorosa que la hace
vivir en espera constante del Cristo, el Esposo. Es un adviento continuo, donde
la Iglesia goza de la presencia de Cristo, pero anhela su retorno y su
presencia en el cara a cara.
Finalmente el pueblo consuma la oración con una doxología,
que es eco de la liturgia celestial: «Tuyo es el reino, tuyo el poder y la
gloria por siempre, Señor» (Apocalipsis 1,6; 4,11; 5,13). La renovación
postconciliar de la liturgia ha restaurado la costumbre antigua, ya practicada
por las primeras generaciones cristianas, de rezar tres veces cada día el
Padrenuestro, concretamente en laudes, en la misa y en vísperas. «Así habéis de
orar tres veces al día» (Didajé VIII,3).
Procuremos rezar el Padrenuestro con espíritu filial. Somos
hijos y pedimos confiados en la bondad del Padre que nos dé el Pan de vida
eterna, que es “medicina de inmortalidad” (San Ignacio de Antioquía) y prenda
de la gloria futura. Al recibirle en la comunión debe crecer en nosotros el
amor y el deseo de gozar su presencia. De ahí la espera gozosa y confiada de la
Iglesia, aguardando la “gloriosa venida de Cristo”, el Esposo que la ha amado y
se ha entregado por ella para hacerla santa e inmaculada. (cfr. Efesios 5, 25).
Correo del autor: hectorgeovannys@gmail.com