NO HAY QUE ARRIESGAR LA FE
Evangelio miércoles 5 de julio 2023
Padre, Jairo Yate Ramírez. Arquidiócesis de Ibagué
“Al llegar a la otra orilla, a la tierra de Ganara, dos endemoniados salieron de entre los sepulcros y vinieron a su encuentro. Eran hombres tan salvajes que nadie se atrevía a pasar por aquel camino. Y se pusieron a gritar: ¡No te metas con nosotros, Hijo de Dios! ¿Has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo?"
A cierta distancia de allí había una gran piara de cerdos comiendo. Los demonios suplicaron a Jesús: "Si nos expulsas, envíanos a esa piara de cerdos". Jesús les dijo: "Vayan". Salieron y entraron en los cerdos. Al momento toda la piara se lanzó hacia el lago por la pendiente, y allí se ahogaron.” Mateo 8, 28-34.
La presencia de Dios en medio de su gente, en medio de los problemas de la comunidad, en medio de las dudas, siempre es “Presencia que salva”, curiosamente algunos no lo ven así. El Hijo de Dios vence al demonio, el mismo demonio se queda en la perdición con el simbolismo de los cerdos que propiamente es la contaminación del mal.
Pero la poca fe de muchas personas, no aceptan el poder de Dios. Le piden al Maestro que abandone su tierra. La pregunta sería: ¿Cómo lograr el equilibrio de la fe? Que no se mezcle con la idolatría, que no acepte el mal como compañero, que no se convierta la fe en un negocio, que no llegue nunca un ser humano a creer que es mejor desplazar a Dios y quedarse a vivir con el mal que le representa mucha ganancia. ¿Dónde está la verdadera fe?
La profesión de fe en Jesús es profesión de fe en la vida. Ante el pesimismo y el ataque de la idolatría la invitación final la tiene Aquel que resucitó y superó todas las debilidades de este mundo. Dice el Maestro: “Yo soy la resurrección y la vida, el que tiene fe en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que está vivo y tiene fe en mí, no morirá” (Juan 11, 25-26).
¿Qué hacer con las asechanzas del demonio que propiamente atacan la fe de cada persona? El Papa Francisco responde: Nosotros nos disgregamos cuando no somos dóciles a la Palabra del Señor, cuando no vivimos la fraternidad entre nosotros, cuando competimos por ocupar los primeros lugares, cuando no encontramos el valor para testimoniar la caridad, cuando no somos capaces de ofrecer esperanza.
Nos dejamos corroer por las idolatrías de nuestro tiempo: el aparecer, el consumir, el yo al centro de todo; pero también el ser competitivos, la arrogancia como actitud vencedora, el no tener jamás que admitir el haberse equivocado o el tener necesidades. Todo esto nos disuelve, nos vuelve cristianos mediocres, tibios, insípidos, paganos. (cfr. Homilía, 14 de junio, 2020).
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