9 de julio 2023. “La grandeza consiste en el amor”. Ángelus Regina Coeli, Papa Francisco. Plaza de san Pedro. Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy, el
Evangelio contiene una oración muy hermosa de Jesús, que se dirige al Padre
diciendo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado
estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños»
(Mateo 11,25).
¿A qué cosas se refiere Jesús? ¿Y quiénes son estos pequeños a
los que tales cosas han sido reveladas? Detengámonos en esto: en las cosas por
las que Jesús alaba al Padre y en los pequeños que saben acogerlas.
Las cosas
por las que Jesús alaba al Padre. Poco antes, el Señor ha recordado algunas de
sus obras: «Los ciegos ven […] los leprosos son purificados […] y la Buena
Noticia es anunciada a los pobres» (Mateo 11,5); y ha revelado su significado
diciendo que son los signos del obrar de Dios en el mundo. El mensaje,
entonces, está claro: Dios se revela
liberando y sanando al hombre -no olvidemos esto: Dios se revela liberando
y sanando al hombre- y lo hace con un amor gratuito, un amor que salva.
Por esto
Jesús alaba al Padre, porque su grandeza
consiste en el amor y no actúa nunca fuera del amor. Pero esta grandeza en
el amor no es comprendida por quien presume de ser grande y se fabrica un dios
a su propia imagen: un dios potente, inflexible, vengativo. En otras palabras,
estos presuntuosos no consiguen acoger a
Dios como Padre; quien es orgulloso y está lleno de sí mismo, preocupado
solo por sus propios intereses -estos son los presuntuosos-está convencido de
que no necesita a nadie.
Jesús
nombra, a este respecto, a los habitantes de tres ciudades ricas de aquel
tiempo: Corozaín, Betsaida y Cafarnaúm, donde ha realizado numerosas
curaciones, pero cuyos habitantes han permanecido indiferentes a su
predicación. Para ellos, los milagros han sido tan solo eventos espectaculares,
útiles para ser noticia y alimentar las charlas; una vez agotado este interés
pasajero, los han dejado de lado, quizá para ocuparse de otra novedad del
momento. No han sabido acoger las
grandes cosas de Dios.
Los
pequeños, en cambio, saben acogerlas, y Jesús alaba al Padre por ellos: “Te
alabo” -dice- porque has revelado el Reino de los Cielos a los pequeños. Lo
alaba por los simples, que tienen el corazón libre de la presunción y del amor
propio. Los pequeños son aquellos que, como los niños, se sienten necesitados y no autosuficientes, están abiertos a Dios
y dejan que sus obras los asombren.
¡Ellos saben leer sus signos y maravillarse por los milagros de su amor! Yo os
pregunto a cada uno de vosotros, y también a mí mismo: ¿nosotros sabemos
maravillarnos de las cosas de Dios, o las tomamos como cosas pasajeras?
Hermanos y
hermanas, nuestra vida, si lo pensamos bien, está llena de milagros: llena de
gestos de amor, signos de la bondad de Dios. Sin embargo, ante ellos, también
nuestro corazón puede acostumbrarse y permanecer indiferente, curioso pero
incapaz de asombrarse, de dejarse “impresionar”. Un corazón cerrado, un corazón blindado, no tiene capacidad para
sorprenderse. ‘Impresionar’ es un bonito verbo que hace pensar en la
película de un fotógrafo.
Esta es la actitud correcta ante las obras de Dios:
fotografiar en la mente sus obras para que se impriman en el corazón, a fin de
revelarlas en la vida mediante muchos gestos de bien, de modo que la
“fotografía” de Dios-amor se haga cada vez más luminosa en nosotros y a través
de nosotros.
Y ahora
preguntémonos, todos nosotros: en la marea de noticias que nos sumerge, ¿sé
detenerme en las grandes cosas de Dios, las que Dios hace, como nos muestra
Jesús hoy? ¿He perdido la capacidad de asombrarme? ¿Me dejo maravillar como un
niño por el bien que cambia el mundo silenciosamente, o he perdido la capacidad
de asombrarme? ¿Y bendigo al Padre cada día por sus obras? Que María, que
exultó en el Señor, nos haga capaces de asombrarnos de su amor y de alabarlo
con simplicidad. Fuente e Imagen de Vatican. Va. Copyright.