LA FE ES DON DE VIDA PARA QUIEN DESEE PRACTICARLA
Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno: "Ve", y va; al otro: "Ven", y viene; a mi criado: "Haz esto", y lo hace». Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: «En verdad os digo que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe.” °°° Mateo 8, 5-11.
La fe, es un don, una Gracia de Dios, una luz divina por la cual somos capaces de reconocer a Dios, ver su mano en cuanto nos sucede y ver las cosas como Él las ve. Por tanto, la fe no es un conocimiento teórico, abstracto, de doctrinas que debo aprender. La fe es la luz para poder entender las cosas de Dios. Jesucristo nos ofrece una excelente definición para vivir en el Reino de Dios y para ganar la salvación: “No he encontrado en nadie tanta fe”.
El pueblo de Dios, según la Escritura, aprendió a ser y a vivir como un pueblo de Fe, gracias al modelo de Abraham. San Juan Bautista fue un excelente precursor del Salvador del mundo, su fe fue determinante para cumplir su misión. Jesucristo es el más grande en su fe, cumplió perfectamente la voluntad de su Padre celestial. Le enseñó a la humanidad el baluarte de la fe: “Que se cumpla lo que has creído”. (Mateo 8, 13).
Como católicos debemos preocuparnos por ser personas de fe, con las siguientes connotaciones: Una fe centrada exclusivamente en Dios. Una fe totalmente confiada en la voluntad de Dios. (cfr. Mateo 8, 8-9). Una fe que dé frutos. Cada persona debe demostrar su fe por su manera de obrar. (cfr. Santiago 2, 17-18).
Una Fe que sea sencilla como la de Abraham, la de José, la de María Santísima. Una Fe que sea objetiva, la Palabra de Dios se convierte en vida. Una Fe que sea comprometida, con la oración y la acción. Una Fe que se alimente de la Palabra de Dios y madura con el testimonio de vida.
El Papa Benedicto XVI enseñó que la fe es un don, porque es Dios quien toma la iniciativa de venir a nosotros, y es una respuesta con la cual lo recibimos como verdad y cimiento estable de nuestra vida. Es un don que transforma la vida, porque nos hace penetrar en la misma visión de Jesús, que obra en nosotros y nos abre al amor a Dios y a los demás. (cfr. Audiencia, 31 de octubre, 2012).
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