6 de diciembre 2023. Papa Francisco. Catequesis. La pasión por la evangelización: el celo apostólico del creyente. 29. El anuncio es en el Espíritu Santo.
Queridos
hermanos y hermanas, en las catequesis pasadas hemos visto que el anuncio del
Evangelio es alegría, es para todos y va dirigido al hoy. Descubrimos ahora una
última característica esencial: es necesario que el anuncio suceda en el Espíritu Santo. De hecho,
para “comunicar a Dios” no bastan la alegre credibilidad del testimonio, la
universalidad del anuncio y la actualidad del mensaje. Sin el Espíritu Santo todo celo es vano y falsamente apostólico:
sería solo nuestro y no traería fruto.
En
Evangelii Gaudium recordé que «Jesús es
el primero y el más grande evangelizador»; que «en cualquier forma de
evangelización el primado es siempre de Dios», el cual «quiso llamarnos a
colaborar con Él e impulsarnos con la fuerza de su Espíritu» (n. 12). ¡Este es
el primado del Espíritu Santo! Por eso el Señor compara el dinamismo del Reino
de Dios a «un hombre que hecha el grano en la tierra; duerma o se levante, de
noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo» (Marcos 4,26-27).
El Espíritu
es el protagonista, precede siempre a los misionarios y hace brotar los frutos.
¡Esta conciencia nos consuela mucho! Y nos ayuda a especificar otra, igualmente
decisiva: es decir que en su celo apostólico la Iglesia no se anuncia a sí misma, sino una gracia, un don, y el
Espíritu Santo es precisamente el Don de Dios, como dijo Jesús a la mujer
samaritana (cfr Juan 4,10).
Pero el
primado del Espíritu no debe inducirnos a la indolencia. La confianza no
justifica la retirada. La vitalidad de la semilla que crece por sí misma no
autoriza a los campesinos al abandono del campo. Jesús, al dar las últimas
recomendaciones antes de subir al cielo, dijo: «recibiréis la fuerza del
Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos […] hasta los
confines de la tierra» (Hechos 1,8).
El
Señor no nos ha dejado cuadernos de teología o un manual de pastoral para
aplicar, sino al Espíritu Santo que suscita la misión. Y la audacia
valiente que el Espíritu Santo infunde nos lleva a imitar el estilo, que
siempre tiene dos características: la creatividad y la sencillez.
Creatividad, para anunciar a Jesús con alegría,
a todos y en el hoy.
En esta nuestra época, que no ayuda a tener una mirada religiosa sobre la vida
y en la que el anuncio se ha convertido en diversos lugares más difícil,
cansado, aparentemente infructífero, puede nacer la tentación de desistir del
servicio pastoral. Quizá nos refugiamos en zonas de seguridad, como la
repetición habitual de cosas que se hacen siempre, o en las tentadoras llamadas
de una espiritualidad intimista, o
incluso en un sentimiento mal comprendido de la centralidad de la liturgia.
Son
tentaciones que se disfrazan de fidelidad a la tradición, pero a menudo, más
que respuestas al Espíritu, son reacciones a las insatisfacciones personales.
Sin embargo, la creatividad pastoral, el ser audaces en el Espíritu, ardientes
de su fuego misionero, es prueba de fidelidad a Él. Por eso he escrito que «Jesucristo también puede romper los esquemas aburridos en los cuales
pretendemos encerrarlo y nos sorprende con su constante creatividad divina.
Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del
Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión,
signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo
actual» (Evangelii Gaudium, 11).
Creatividad, por tanto; y después sencillez,
precisamente porque el Espíritu nos lleva a la fuente, al “primer anuncio”. De hecho, es «el fuego del
Espíritu que […] nos hace creer en Jesucristo, que con su muerte y resurrección
nos revela y nos comunica la misericordia infinita del Padre» (ivi, 164). Este
es el primer anuncio, que «debe ocupar el centro de la actividad evangelizadora
y de todo intento de renovación eclesial»; para repetir: «Jesucristo te ama,
dio su vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada día, para
iluminarte, para fortalecerte, para liberarte» (ibid).
Hermanos y
hermanas, dejémonos cautivar por el
Espíritu Santo e invoquémoslo cada día: sea Él el principio de nuestro ser
y de nuestro obrar; sea el inicio de toda actividad, encuentro, reunión y
anuncio. Él vivifica y rejuvenece la Iglesia: con Él no debemos temer, porque
Él, que es la armonía, mantiene siempre creatividad y sencillez juntas, suscita
la comunión y envía en misión, abre a la diversidad y reconduce a la unidad. Él
es nuestra fuerza, el aliento de nuestro anuncio, la fuente del celo
apostólico. ¡Ven, Espíritu Santo! Fuente e Imagen de Vatican. Va