LA GRANDEZA DE SER DISCÍPULO
Evangelio martes 5 de diciembre 2023
Padre, Jairo Yate Ramírez. Arquidiócesis de Ibagué
“Al
regresar los setenta y dos discípulos de su misión, Jesús se estremeció de
gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y
de la tierra, porque, habiendo ocultado estas cosas a los sabios y a los
prudentes, las has revelado a los pequeños.
Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me
ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como
nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera
revelar”. °°° Lucas 10, 21-24.Los
discípulos del Nazareno están muy contentos por las victorias que han logrado
gracias a los dones y talentos que Dios regala a cada persona. Por ejemplo:
Tiene el poder contra el mal. Sanan enfermos. Perdonan pecados. Enfrentan
conflictos. Dominan serpientes y escorpiones. ¿Dónde está el detalle?
El poder que no tiene
como base la caridad y el servicio, se convierte en una trampa para un
discípulo. El
Ungido de Dios tiene la solución: “Da gracias a su Padre para que la humanidad
entienda que los servidores de Dios, son los pequeños y los humildes”. (Lucas
10, 21-22). El punto no está en los
poderes, en la sabiduría, en la inteligencia de un discípulo, sino en algo más
grande: “El nombre de cada hombre o mujer, está inscrito en el cielo” (Lucas
10,20).
La
buena carta de presentación de un discípulo es la de una persona virtuosa. Dios quiere creyentes humildes y sencillos.
Creyentes que guarden la coherencia entre lo que anuncian y lo que vivan.
Creyentes que usen sus poderes para servir a la humanidad. En la humidad y
sencillez de corazón se aquilatan las almas de Dios.
El apóstol
san Pablo enseñando el valor de la humildad recomienda: “No hagan cosa alguna por espíritu de rivalidad o de vanagloria;
sean humildes y tengan a los demás por superiores a ustedes." (Filipenses
2,3).
El
Papa Francisco enseña que la humildad hace parte de las grandes enseñanzas del
Evangelio. Jesús encarnó la compasión y dos rasgos que acompañan su humildad:
la mansedumbre y la ternura. Si no hay humillación, no hay verdadera humildad.
La humildad
de Jesús, es lo que le da autoridad, lo acerca a las personas. Él tocaba a la
gente, abrazaba a la gente, miraba a la gente a los ojos, escuchaba a la gente.
Cercano. Y esto le daba autoridad. (cfr. Homilía, 18 de septiembre, 2018).
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