Evangelio lunes 1 de enero 2024
Padre, Jairo Yate Ramírez.
Arquidiócesis de Ibagué
Mientras tanto, María conservaba
estas cosas y las meditaba en su corazón. Y los pastores volvieron, alabando y
glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio
que habían recibido.
Ocho días
después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús.”
Lucas 2, 16-21.
Pensar en la Maternidad de la Virgen
María, es darle gracias a Dios por ese don maravilloso y esa fuerte
responsabilidad depositada a la mujer “concebirás y darás a luz un Hijo”. En el vientre de una mujer está el valor
absoluto e inquebrantable de la vida. María Santísima acepta y es tan consciente
de ese don, que la convierte en signo de liberación, en fuente de vida, en
modelo de madre y esposa. Su gran secreto: fue que supo guardar las cosas en su
corazón.
A
través de la Madre de Dios nos llega la liberación para el mundo. En el momento en que el hombre acepta a un
Dios trascendente, a un hijo nacido de mujer, entiende su misión, este evento
no aliena ni esclaviza al hombre, sino que por lo contrario lo convierte en
alguien muy cercano e íntimo al Padre celestial. Sabiamente enseña el apóstol san Pablo que Dios envió a su Hijo nacido
de mujer y sometido a la ley, con el fin de rescatar a todos, para que
recibiéramos nuestro derecho como hijos. (Gálatas 4, 4-7).
Desde el
año 431 con motivo del Concilio de Éfeso en nuestra Iglesia Católica está la
idea de la maternidad divina de nuestra querida señora del cielo. La Iglesia
nos recomienda que la contemplemos y acudamos a ella como con el título de
Madre de Dios. (cfr. Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, 66).
El
Papa Francisco nos enseña el vínculo que existe un vínculo entre la maternidad
divina de la Virgen y nuestra humanidad. Dios tiene una Madre y de ese modo
se ha vinculado para siempre con nuestra humanidad, como un hijo con su madre,
hasta el punto de que nuestra humanidad es su humanidad”, dijo.
El que el Verbo se haya encarnado en
nuestra humanidad, en el seno de la Virgen, muestra que “Dios no nos ama de palabra, sino con hechos; no lo hace ‘desde lo
alto’, de lejos, sino ‘de cerca’, desde el interior de nuestra carne, porque en
María el Verbo se hizo carne, porque en el pecho de Cristo sigue latiendo un
corazón de carne, que palpita por cada uno de nosotros”. (cfr. Homilía, 2 de
enero, 2023).
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