Arquidiócesis de Ibagué
“El sexto mes fue
enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a
una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre
de la virgen era María. Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el
Señor está contigo.» Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué
significaría aquel saludo. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has
hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un
hijo, a quien pondrás por nombre Jesús.” (Lucas 1, 26-38).El acontecimiento de la anunciación del Arcángel san Gabriel a María Santísima, definió la realidad nueva que tendría que vivir el mundo creado por Dios. La vida cambia en consonancia con la experiencia que se tiene de Dios. Habría que pensar en los anuncios que fueron muy frecuentes en la historia de la salvación. Dios utilizó este medio para preparar y disponer el corazón y la mente de hombres y mujeres para que pudiesen comprender la vida que Él mismo estaba ofreciendo.
No solo
vida, sino también recomendaciones, reprimendas, advertencias, etc. Por
ejemplo, le anuncia un hijo a una mujer filistea, para que él se encargue de
bajar los ánimos del pueblo y esa mujer era estéril. Da a luz a su hijo Sansón
(cfr. Jueces 13,2-7. 24-25ª). También Ana concibe un hijo llamado Samuel,
bienvenido para la historia de Israel: cfr. (1 Samuel 1, 11-20). Isabel entrada
en la vejez y siendo estéril, Dios le regala un hijo que se convertirá en el
precursor del Mesías (cfr. Lucas 1,5-25).
Dios se vale de la misma creación para que su voz sea escuchada por todos los rincones de la tierra, siempre ha tenido la diligencia y delicadeza para comunicar sus deseos, no hizo nada sin avisar a la humanidad su cometido. Dios siempre ha guardado un orden en sus cosas. Inició un proceso de salvación a través de los patriarcas, después a través de los profetas, y por último dice la Sagrada Escritura, envió a su Hijo único, para que Él se encargara de comunicar los planes de su Padre celestial. (cfr. Mateo 21, 35-39).