Arquidiócesis de Ibagué
Hay
que distinguir lo que viene de Dios y lo que viene del maligno. Afirma el
santo Evangelio: “Jesús expulsó un demonio que era mudo; sucedió que, cuando
salió el demonio, rompió a hablar el mudo, y las gentes se admiraron. Pero
algunos de ellos dijeron: «Por Beelzebul, Príncipe de los demonios, expulsa los
demonios.» Otros, para ponerle a prueba, le pedían una señal del cielo. Pero
él, conociendo sus pensamientos, les dijo: «Todo reino dividido contra sí va a
la ruina y se derrumba casa por casa.” (Lucas 11, 14-23).
Toda
división necesariamente es fruto del pecado. Combatir el pecado, es
imposible para quien está lejos de la Gracia de Dios, para aquel que vive su
prepotente historia, para aquel que cree dominar todo tipo de situaciones. No
siempre tenemos la razón; hay alguien que la tiene mejor que nosotros.
Dice la Escritura: “Todo el que hace el mal odia
la luz y no se acerca a la luz, para que no le echen en cara sus obras” (Juan
3,20). Quien logra entender la vida desde el don de la fe, reconoce quién es el
que rescata su vida, quién es el que perdona sus faltas, quién es el que limpia
su alma; tal como lo afirma el apóstol: “Dios nos amó, a pesar de estar muertos
por nuestros pecados, nos dio una nueva vida en Cristo” (Efesios. 2,4).
Después, el Maligno se ha escondido, viene con sus
amigos muy educados, llama a la puerta, pide permiso, entra y convive con el
hombre, su vida cotidiana y, juega y juega, da las instrucciones. Con esta
modalidad educada el diablo convence para hacer las cosas con relativismo,
al tranquilizar la conciencia. Anestesiar la conciencia.” (Homilía, 9 de
octubre, 2015).