El
Hijo de Dios nos enseña a orar. La oración tiene su razón de ser, tiene
resultados y tiene su eficacia. El Papa
emérito, Benedicto XVI, enseña que: La oración no es solamente el aliento del
alma, sino, para usar una imagen, es también el oasis de paz en el que podemos
sacar el agua que alimenta nuestra vida espiritual y transforma nuestra
existencia. (Audiencia, 12 de junio 2012).
Santo Tomás de Aquino nos pone a pensar que si Dios es Padre y es Nuestro, debemos honrarle por medio de una alabanza que brote no sólo de los labios sino sobre todo del corazón; debemos honrarle también por la pureza de nuestro cuerpo y el ejercicio de la justicia con el prójimo. Por ser nuestro Padre debemos igualmente imitarle por la perfección del amor y de una misericordia que vaya siempre acompañada por las obras.
San Juan Pablo II, enseñaba:
Invocar a Dios como Padre significa reconocer que su amor es el manantial de la
vida. En el Padre celestial el hombre, llamado a ser su hijo descubre
"haber sido elegido antes de la constitución del mundo, para ser santo e
irreprensible en su presencia por la caridad" (Efesios, 1,4).
El Papa Francisco enseña: Si por
tanto hay alguno que puede explicar hasta el fondo la oración de “Padre
nuestro”, enseñada por Jesús, estos son precisamente quienes viven en primera
persona la paternidad. Sin la gracia que viene del Padre que está en los
cielos, los padres pierden valentía y abandonan el campo. Pero los hijos
necesitan encontrar un padre que les espera cuando vuelven de sus fracasos.
Harán de todo para no admitirlo, para no mostrarlo, pero lo necesitan: y el no
encontrarlo abre en ellos heridas difíciles de sanar.
La
Iglesia, nuestra madre, está comprometida con apoyar con todas sus fuerzas la
presencia buena y generosa de los padres en las familias, porque ellos son para
las nuevas generaciones cuidadores y mediadores insustituibles de la fe en la
bondad, en la fe y en la justicia y en la protección de Dios, como san José. (cfr.
Audiencia, 4 de febrero de 2015,).