El Mesías no improvisa su obra, sino que la afirma con sus acciones, con sus palabras, con sus milagros, con sus intervenciones en la vida pública entre hombres y mujeres. El Hijo de Dios propone un modelo sabio para creer y entenderse con Dios: Nadie debe pedirle signos a Dios. La conversión es el camino ideal para entenderse con el Hijo del Hombre. Sabia e inteligentemente el santo Padre, Francisco, aclara: “Nínive se convierte y ante esta conversión, Jonás, que es el hombre que no es dócil al Espíritu de Dios, se enfada: Jonás sintió una gran tristeza y se desdeñó. E, incluso, reprende al Señor.
La historia de Jonás y Nínive se articula en tres capítulos: el primero es la resistencia a la misión que el Señor le confía; el segundo es la obediencia, y cuando se obedece se hacen milagros. La obediencia a la voluntad de Dios y Nínive se convierte. En el tercer capítulo, hay una resistencia a la misericordia de Dios.” (cfr. Homilía, 6 de octubre, 2015).
El Hermeneuta bíblico propone:
Nuestra conversión consiste en acoger los signos de la presencia del Señor.
Somos nosotros quienes con frecuencia resistimos a su amor y por miedo quizás a perder algo,
dejamos nuestra conversión para mañana y así vamos “echando en saco roto la
gracia del Señor” (2 Corintios 6,1); es el caso de muchos contemporáneos de
Jesús que pretendían signos para probar
su autoridad porque no creían en Él y rehusaban convertirse (cfr. Éxodo 17, 7; Juan 2, 11)
El maestro de Nazareth advierte: Dichosos
los que crean sin haber visto. Muchos otros signos, que no están escritos en
este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para
que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo,
tengáis vida en su nombre. (Juan 20, 30-31).