Cristo busca algo más que fidelidad a los mandamientos, algo más que cumplimiento estricto de la ley de Dios. Se trata de darle una respuesta personal al Señor, es en otras palabras la verdadera imitación de Cristo. Cuando descubrimos que se trata de identificarse con Cristo, comprendemos el ser propio de la vocación: La generosidad de corazón, la generosidad de espíritu, la generosidad para arriesgarlo todo por la causa del Señor.
Cristo
necesita muchas personas en el mundo que coloquen su granito de arena, que lo
hagan convencidos de su propia vocación, que se dejen inspirar por la Gracia de
Dios, que no miren hacia atrás, que no se detengan ante ninguna perturbación,
que asuman los retos.
El Papa Francisco recuerda que: La mundanidad no es la fórmula de los hijos de Dios. El punto medio es la prudencia y el desprendimiento; así lo recomienda la sabiduría divina: “Supliqué a Dios y me concedió la prudencia; le pedí el espíritu de sabiduría y me lo dio. La preferí a los cetros y los tronos. En su compasión, tuve en nada la riqueza.” (Sabiduría 7, 7).
El amor de Dios recrea todo, es decir, hace nuevas todas las cosas. Reconocer los propios límites, las propias debilidades, es la puerta que abre al perdón de Jesús, a su amor que puede renovarnos en lo profundo, que puede recrearnos. La salvación puede entrar en el corazón cuando nosotros nos abrimos a la verdad y reconocemos nuestras equivocaciones, nuestros pecados; entonces hacemos experiencia, esa bella experiencia de Aquel que ha venido, no para los sanos, sino para los enfermos, no para los justos, sino para los pecadores. Experimentamos su paciencia --¡tiene mucha! --, su ternura, su voluntad de salvar a todos.
Y ¿Cuál es la
señal? La señal es que nos hemos vuelto ‘nuevos’ y hemos sido transformados por
el amor de Dios. Es el saberse despojar de las vestiduras desgastadas y viejas
de los rencores y de las enemistades, para vestir la túnica limpia de la
mansedumbre, de la benevolencia, del servicio a los demás, de la paz del
corazón, propia de los hijos de Dios. El espíritu del mundo está siempre
buscando novedades, pero solo la fidelidad de Jesús es capaz de la verdadera
novedad, de hacernos hombres nuevos, de recrearnos. (cfr. Homilía, Papa
Francisco, 21 de junio de 2015).