16 de marzo 2022. ¿La vejez salvará el mundo, me pregunto? Catequesis sobre la vejez 3. La vejez, recurso para la juventud despreocupada. Papa Francisco. Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El pasaje bíblico —con el lenguaje simbólico de la época en
la que fue escrito— nos dice algo impresionante: Dios estaba tan amargado por
la difundida maldad de los hombres, que se había convertido en una forma de
vida normal, que pensó que se había equivocado al crearlos y decidió
eliminarlos. Una solución radical. Incluso podría tener un giro paradójico de
misericordia. No más humanos, no más historia, no más juicio, no más condena. Y
muchas víctimas predestinadas de la corrupción, de la violencia, de la
injusticia serían perdonadas para siempre.
¿No nos sucede a veces también a nosotros —abrumados por el
sentido de impotencia contra el mal o desmoralizados por los “profetas de
desventuras”— pensar que era mejor no haber nacido? ¿Debemos dar crédito a
ciertas teorías recientes, que denuncian la especie humana como un daño
evolutivo para la vida en nuestro planeta? ¿Todo negativo? No.
De hecho, estamos bajo presión, expuestos a tensiones
opuestas que nos confunden. Por un lado, tenemos el optimismo de una juventud
eterna, iluminado por los progresos extraordinarios de la técnica, que pinta un
futuro lleno de máquinas más eficientes y más inteligentes que nosotros, que
curarán nuestros males y pensarán para nosotros las mejores soluciones para no
morir: el mundo del robot. Por otro lado, nuestra fantasía parece cada vez más
concentrada en la representación de una catástrofe final que nos extinguirá. Lo
que sucede con una eventual guerra atómica. El “día después” de esto —si
estaremos todavía, días y seres humanos— se deberá empezar de cero. Destruir
todo para volver a empezar de cero. No quiero hacer banal el tema del progreso,
naturalmente. Pero parece que el símbolo del diluvio esté ganando terreno en
nuestro inconsciente. La pandemia actual, además, hipoteca gravemente nuestra
representación despreocupada de las cosas que importan, para la vida y para su
destino.
En el pasaje bíblico, cuando se trata de poner a salvo de la
corrupción y del diluvio la vida de la tierra, Dios encomienda el trabajo a la
fidelidad del más anciano de todos, al “justo” Noé. ¿La vejez salvará el
mundo, me pregunto? ¿En qué sentido? ¿Y cómo salvará el mundo la vejez? ¿Y
cuál es el horizonte? ¿La vida más allá de la muerte o solamente la
supervivencia hasta el diluvio?
Una palabra de Jesús, que evoca “los días de Noé”, nos ayuda
a profundizar el sentido de la página bíblica que hemos escuchado. Jesús,
hablando de los últimos tiempos, dice: «Como sucedió en los días de Noé, así
será también en los días del Hijo del hombre. Comían, bebían, tomaban mujer o
marido, hasta el día que entró Noé en el arca; vino el diluvio y los hizo
perecer a todos» (Lucas 17,26-27). De hecho, comer y beber, tomar mujer o
marido, son cosas muy normales y no parecen ejemplos de corrupción. ¿Dónde está
la corrupción? ¿Dónde estaba la corrupción, allí? En realidad, Jesús destaca el
hecho de que los seres humanos, cuando se limitan a disfrutar de la vida,
pierden incluso la percepción de la corrupción, que mortifica la dignidad y
envenena el sentido. Cuando se pierde la percepción de la corrupción, y la
corrupción se vuelve una cosa normal: todo tiene su precio, ¡todo! Se compra,
se vende, opiniones, actos de justicia… Esto, en el mundo de los negocios, en
el mundo de muchas profesiones, es común. Y viven sin preocupación también la
corrupción, como si fuera parte de la normalidad del bienestar humano. Cuando
tú vas a hacer algo y es lento, el proceso para hacerlo es un poco lento,
cuántas veces se escucha decir: “Pero, si me das una propina yo acelero esto”.
Muchas veces. “Dame algo y yo voy más adelante”. Lo sabemos bien, todos
nosotros.
El mundo de la corrupción parece parte de la normalidad del ser
humano; y esto es feo. Esta mañana he hablado con un señor que me contaba
de este problema en su tierra. Los bienes de la vida son consumidos y
disfrutados sin preocupación por la calidad espiritual de la vida, sin cuidado
por el hábitat de la casa común. Todo se explota, sin preocuparse de la
mortificación y del abatimiento que muchos sufren, y tampoco del mal que
envenena la comunidad. Mientras la vida normal pueda estar llena de
“bienestar”, no queremos pensar en lo que la vacía de justicia y amor. “Pero,
¡yo estoy bien! ¿Por qué debo pensar en los problemas, en las guerras, en la
miseria humana, en cuánta pobreza, en cuánta maldad? No, yo estoy bien. No me
importan los demás”. Este es el pensamiento inconsciente que nos lleva adelante
a vivir un estado de corrupción.
Me pregunto, ¿puede volverse normalidad la corrupción?
Hermanos y hermanas, lamentablemente sí. Se puede respirar el aire de la
corrupción como se respira el oxígeno. “Pero es normal; si usted quiere que yo
haga esto rápido, ¿Cuánto me da?”. ¡Es normal! ¡Es normal, pero es algo feo, no
es bueno! ¿Qué es lo que abre el camino? Una cosa: la despreocupación que se
dirige solo al cuidado de sí mismos: este es el pasaje que abre la puerta a la
corrupción que hunde la vida de todos. La corrupción obtiene gran ventaja de
esta despreocupación que no es buena. Cuando a una persona le parece todo
bien y no le importan los demás: esta despreocupación ablanda nuestras
defensas, ofusca la conciencia y nos hace —incluso involuntariamente—cómplices.
Porque la corrupción nunca va sola: una persona siempre tiene cómplices. Y la
corrupción siempre se amplía, se amplía.
La vejez está en condiciones de captar el engaño de esta
normalización de una vida obsesionada por el disfrute y vacía de interioridad:
vida sin pensamiento, sin sacrificio, sin interioridad, sin belleza, sin
verdad, sin justicia, sin amor: esto es todo corrupción. La sensibilidad
especial de nosotros ancianos, de la edad anciana por las atenciones, los
pensamientos y los afectos que nos hacen más humanos, debería volver a ser una
vocación para muchos. Y será una elección de amor de los ancianos hacia las
nuevas generaciones. Seremos nosotros quien demos la alarma, el alerta: “Estad
atentos, que esto es la corrupción, no te lleva a nada”. La sabiduría de los
ancianos es muy necesaria, hoy, para ir contra la corrupción. Las nuevas
generaciones esperan de nosotros los mayores, de nosotros ancianos una palabra
que sea profecía, que abra las puertas a nuevas perspectivas fuera de este
mundo despreocupado de la corrupción, de la costumbre de las cosas corruptas.
La bendición de Dios elige la vejez, por este carisma tan humano y humanizador.
¿Qué sentido tiene mi vejez?
Cada uno de nosotros ancianos podemos
preguntarnos. El sentido es este: ser profeta de la corrupción y decir a los
otros: “¡Deteneos, yo he hecho ese camino y no te lleva a nada! Ahora yo te
cuento mi experiencia”. Nosotros ancianos debemos ser profetas contra la
corrupción, como Noé fue el profeta contra la corrupción de su tiempo,
porque era el único del que Dios se fio. Yo os pregunto a todos vosotros, y
también me pregunto a mí: ¿está abierto mi corazón a ser profeta contra la
corrupción de hoy? Hay algo feo, cuando los ancianos no han madurado y se
vuelven mayores con las mismas costumbres corruptas de los jóvenes. Pensemos
en el pasaje bíblico de los jueces de Susana: son el ejemplo de una vejez
corrupta. Y nosotros, con una vejez así no seremos capaces de ser profetas
para las jóvenes generaciones.
Y Noé es el ejemplo de esta vejez generativa: no es
corrupta, es generativa. Noé no hace predicaciones, no se lamenta, no
recrimina, pero cuida del futuro de la generación que está en peligro. Nosotros
ancianos debemos cuidar de los jóvenes, de los niños que están en peligro.
Construye el arca de la acogida y hace entrar hombres y animales. En el cuidado
por la vida, en todas sus formas, Noé cumple el mandamiento de Dios repitiendo
el gesto tierno y generoso de la creación, que en realidad es el pensamiento
mismo que inspira el mandamiento de Dios: una bendición, una nueva creación
(cf. Génesis 8,15-9,17). La vocación de Noé permanece siempre actual. El santo
patriarca debe interceder todavía por nosotros. Y nosotros, mujeres y hombres
de una cierta edad —por no decir mayores, porque algunos se ofenden— no olvidemos
que tenemos la posibilidad de la sabiduría, de decir a los otros: “Mira, este
camino de corrupción no lleva a nada”. Nosotros debemos ser como el buen
vino que al final envejecido puede dar un mensaje bueno y no malo.
Hago un llamamiento, hoy, a todas las personas que tienen
una cierta edad, por no decir ancianos. Estad atentos: vosotros tenéis la
responsabilidad de denunciar la corrupción humana en la que se vive y en la que
va adelante este modo de vivir de relativismo, totalmente relativo, como si todo
fuera lícito. Vamos adelante. El mundo lo necesita, necesita jóvenes fuertes,
que vayan adelante, y ancianos sabios. Pidamos al Señor la gracia de la
sabiduría. Fuente e Imagen de Vatican. Va.