San
Pablo VI, Papa, advertía que: El cristianismo no puede dispensarse de la cruz: la vida
cristiana no es posible sin el peso fuerte y grande del deber... si tratásemos
de quitarle esto a nuestra vida, nos crearíamos ilusiones y debilitaríamos el
cristianismo.” (Alocución 8 de abril-1966)
La cruz es el símbolo del cristiano, que nos enseña cuál es nuestra auténtica vocación como seres humanos. La cruz, con sus dos maderos, nos enseña quiénes somos y cuál es nuestra dignidad: el madero horizontal nos muestra el sentido de nuestro caminar, al que Jesucristo se ha unido haciéndose igual a nosotros en todo, excepto en el pecado. El madero vertical nos enseña cuál es nuestro destino eterno.
No tenemos morada acá en la tierra, caminamos hacia la vida eterna. Todos tenemos un mismo origen: la Trinidad que nos ha creado por amor. La cruz es el recuerdo de tanto amor del Padre hacia nosotros y del amor mayor de Cristo, quien dio la vida por sus amigos (Juan 15, 13). El demonio odia la cruz, porque nos recuerda el amor infinito de Jesús. (cfr. Gálatas 2, 20.) La cruz es signo de reconciliación con Dios, con nosotros mismos, con los humanos y con todo el orden de la creación en medio de un mundo marcado por la ruptura y la falta de comunión. (cfr. Papa Francisco, mensaje cuaresma, 2018)
El Papa emérito Benedicto XVI enseña
que: El misterio de la cruz está en el centro del servicio de Jesús como
pastor: es el gran servicio que él nos presta a todos nosotros. Se entrega a sí
mismo, y no sólo en un pasado lejano. En la sagrada Eucaristía realiza esto
cada día, se da a sí mismo mediante nuestras manos, se da a nosotros. Por eso,
con razón, en el centro de la vida sacerdotal está la sagrada Eucaristía, en la
que el sacrificio de Jesús en la cruz está siempre realmente presente entre
nosotros.” (cfr. Homilía, 7 de mayo, 2006).