Evangelio Domingo 22
de mayo 2022
Padre, Jairo Yate
Ramírez. Arquidiócesis de Ibagué
Afirma el santo
Evangelio: “Dijo Jesús a sus discípulos: «Si alguno me ama, guardará mi
Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. El que
no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que escucháis no es mía, sino del
Padre que me ha enviado. Os he dicho estas cosas estando entre vosotros. Pero
el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo
enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho.” (Juan 14, 23-29)
Jesucristo prepara, dispone, educa el
pensamiento y el corazón de todos aquellos que lo siguen. Cada discípulo se
ubica en su nueva situación de vida. El futuro del discipulado se descifra con
la clave de un Cristo resucitado. La base del seguimiento del Maestro es:
Amarlo a él y obedecer su Palabra. “El que me ama, guarda mi palabra. (Juan
14, 23). Eso quiere indicar, que el paso obligatorio es amar a Jesús. Quien no
ama a Jesucristo, difícilmente podrá entender y amar a los demás. El que no me
ama no guarda mis palabras” (Juan 14,24) Un buen discípulo toma en serio las
enseñanzas de su Maestro. El
discipulado, el sacerdocio, la vida consagrada, el misionero, el laico
comprometido, solo podrá cumplir con su misión, en la dinámica del amor a un
Dios que lo ama. El amor a una Iglesia que lo recibe. El amor, a quienes tendrá
que anunciar la palabra que da vida.
La misión del Hijo y la misión del
Espíritu Santo se encuentran, enlazadas la una con la otra, se complementan,
afirman la verdad y la victoria del amor: Así lo enseñó el salvador del mundo:
“El que sabe mis mandamientos y los guarda, ese me ama” (Juan 14,21). Quien
no lo logre, se convertirá en un arrogante y orgulloso. El Maestro esculpe
muy bien al alma humana. Jesús plantea toda la formalidad de su Reino basado en
el amor. Es una realidad que debe darse necesariamente en aras del cumplimiento
de las promesas, en aras de la organización social, en aras del cambio de
mentalidad cultural, en aras de la salvación y de la vida eterna. “El maestro
de la vida trabajó en el inconsciente de sus discípulos sin que ellos lo
notasen. Hizo un trabajo psicológico magnífico. Los preparó no solamente para
la primavera de la resurrección, sino también para el invierno riguroso de la
Cruz (cfr. Marcos 8, 31-33). (Augusto Cury). Un buen discípulo aprende a
pensar como Dios y no como los hombres. (cfr. Hechos 5, 29).
María Santísima es el modelo
perfecto de un discípulo, de una discípula: fe y docilidad a la Palabra de
Dios (Lucas 1,26) obediencia generosa (Lucas 1,38) humildad y sencillez
(Lucas 1,48) caridad solícita (Lucas 1,39) sabiduría reflexiva (Lucas 1,29)
piedad y cumplimiento de los deberes. (Lucas 2,21) Gratitud por los bienes
recibidos (Lucas 1,46). Hace la voluntad
de Dios: “Hágase en mí según tu Palabra” (Lucas 1,38). confía en su Hijo y se
preocupa por los demás. (cfr. Juan 2,1-5). Asume el dolor de su Hijo, gana el
título de Corredentora “Ahí tienes a tu madre” (cfr. Juan 19, 27). responde a
la misión encomendada. Acompañó siempre a los apóstoles. (cf. Hechos 1,14).