11 de septiembre 2022. Ángelus Papa Francisco. Vigésimo cuarto domingo, tiempo ordinario, Ciclo “C”. Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de la liturgia de hoy nos presenta las tres
parábolas de la misericordia (cfr. Lucas 15,4-32), se llaman así porque
muestran el corazón misericordioso de Dios. Jesús las relata en respuesta a las
murmuraciones de los fariseos y de los escribas, que decían: “Este acoge a los
pecadores y come con ellos” (v. 2), se escandalizaban porque Jesús estaba entre
pecadores. Si para ellos esto es religiosamente escandaloso, Jesús, al acoger a
los pecadores y comer con ellos, nos revela que Dios es justamente así: no
excluye a nadie, desea que todos estén en su banquete, porque ama a todos como
a hijos, a todos, nadie está excluido, nadie. Las tres parábolas, pues, resumen
el corazón del Evangelio: Dios es Padre y viene a buscarnos cada vez que nos
hemos extraviado.
De hecho, los protagonistas de las parábolas, que
representan a Dios, son un pastor que busca a la oveja perdida, una mujer que
encuentra la moneda perdida y el padre del hijo pródigo. Detengámonos en un
aspecto común a estos tres protagonistas, los tres, los tres; en el fondo, los
tres tienen un aspecto común que podríamos definir así: la inquietud por
aquello que les falta, te falta la oveja, te falta la oveja, te falta el hijo.
La inquietud por lo que falta, y los tres en estas parábolas están inquietos
porque les falta algo.
Los tres, en el fondo, si hicieran un poco de cálculos,
podrían estar tranquilos: al pastor le falta una oveja, pero tiene otras
noventa y nueve, que se pierda; a la mujer le falta una moneda, pero tiene
otras nueve; e incluso el Padre tiene otro hijo, que es obediente, al cual
dedicarse ¿por qué pensar en este que se ha ido para entregarse a una vida
licenciosa? En cambio, en sus corazones -del pastor, de la mujer y del padre-
hay inquietud por aquello que les falta: la oveja, la moneda, el hijo que se ha
ido. El que ama se preocupa por quien falta, siente nostalgia por el que
está ausente, busca al que está perdido, espera al que se ha alejado.
Porque quiere que nadie se pierda, que nadie se pierda.
Hermanos y hermanas, así es Dios: no se queda
"tranquilo" si nos alejamos de Él, se aflige, se estremece en lo más
íntimo y se pone a buscarnos, hasta que nos vuelve a tener en sus brazos. El
Señor no calcula la pérdida y los riesgos, tiene un corazón de padre y madre, y
sufre por la ausencia sus hijos amados. “Pero, ¿por qué sufre, si este hijo es
un desgraciado, se fue” Sufre, sufre. Sí, Dios sufre por nuestra lejanía, y
cuando nos perdemos, espera nuestro regreso. Recordemos: siempre Dios nos
espera, Dios nos espera siempre con los brazos abiertos, sea cual sea la
situación de la vida en la que nos hayamos perdido. Como dice un salmo, Él no
duerme, siempre vela por nosotros (cf. 121, 4-5).
Mirémonos ahora a nosotros mismos y preguntémonos: ¿Imitamos
al Señor en esto, es decir, tenemos la inquietud por aquello que nos falta?
¿Sentimos nostalgia por quien está ausente, por quien se ha alejado de la vida
cristiana? ¿Llevamos esta inquietud interior, o nos mantenemos serenos e
imperturbables entre nosotros? En otras palabras, ¿realmente echamos de menos a
quien falta en nuestra comunidad o lo aparentamos y no nos toca el corazón? ¿El
que falta en mi vida, falta de verdad?
¿O estamos cómodos entre nosotros,
tranquilos y dichosos en nuestros grupos, “no, yo voy a un grupo apostólico,
muy bueno…” sin tener compasión por quien está lejos? ¡No se trata solo de
estar "abiertos a los demás", es el Evangelio! El pastor de la
parábola no dijo: "Ya tengo noventa y nueve ovejas, ¿Quién me obliga a ir
a buscar la perdida a perder el tiempo?". Por el contrario, él fue.
Reflexionemos, pues, sobre nuestras relaciones: ¿Rezo por
quien no cree, por el que está lejos, por el que está amargado? ¿Atraemos a los
alejados por medio del estilo de Dios, este estilo de Dios que es cercanía,
compasión y ternura? El Padre nos pide que estemos atentos a los hijos que
más echa de menos. Pensemos en alguna persona que conozcamos, que esté
cerca de nosotros y que quizá nunca haya escuchado a nadie decirle:
"¿Sabes? Tú eres importante para Dios". “Pero, por favor, yo estoy en
situación irregular, he hecho aquello que es feo, y eso otro…”. Tú eres
importante para Dios: hay que decirlo. Tú no lo buscas, pero Él te busca.
Dejémonos inquietar, seamos hombres y mujeres de corazón
inquieto, dejémonos inquietar por estas preguntas y recemos a la Virgen, la
madre que no se cansa de buscarnos y de cuidar de nosotros, sus hijos. Fuente:
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