18 de septiembre 2022 Debemos hacer el bien con la prudencia y la astucia. Ángelus Regina Coeli, Papa Francisco. Vigésimo Quinto Domingo, Tiempo ordinario, Ciclo “C”. ¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
La parábola que el Evangelio de la Liturgia de hoy nos
presenta (cfr. Lucas 16,1-13), parece un poco difícil de comprender. Jesús
cuenta una historia de corrupción: un administrador deshonesto, que roba y
después, cuando es descubierto por su amo, actúa con astucia para salir de esa
situación. Nos preguntamos: ¿en qué consiste esta astucia -es un corrupto el
que la usa-, y qué quiere decirnos Jesús?
En la historia vemos que este administrador corrupto termina
en problemas porque se ha aprovechado de los bienes de su amo; ahora tendrá que
rendir cuentas y perderá su trabajo. Pero él no se da por vencido, no se
resigna a su destino y no se hace la víctima; al contrario, actúa en seguida
con astucia, busca una solución, es ingenioso. Jesús se inspira en esta
historia para lanzarnos una primera provocación: «Los hijos de este mundo
-dice- son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz»
(v. 8).
Sucede que, quien se mueve en las tinieblas, según ciertos
criterios mundanos, sabe salir adelante incluso en medio de los problemas, sabe
ser más astuto que los otros; sin embargo, los discípulos de Jesús, es decir,
nosotros, a veces estamos dormidos, o somos ingenuos, no sabemos tomar la
iniciativa para buscar salidas en las dificultades (cfr. Evangelii Gaudium,
24).
Por ejemplo, pienso en los momentos de crisis personal, social, pero
también eclesial: a veces nos dejamos vencer por el desánimo, o caemos en la
queja y en el victimismo. Sin embargo -dice Jesús- se podría también ser
astutos según el Evangelio, ser despiertos y atentos para discernir la
realidad, ser creativos para buscar soluciones buenas, para nosotros y para los
otros.
Pero también hay otra enseñanza que Jesús nos ofrece. De
hecho, ¿en qué consiste la astucia del administrador? Él decide hacer un
descuento a los que están en deuda, y así se hace amigo de ellos, esperando que
puedan ayudarle cuando el amo le eche. Antes acumulaba las riquezas para sí
mismo, ahora las usa para hacerse amigos que puedan ayudarle en el futuro. En
el mismo camino, robar. Y Jesús, entonces, nos ofrece una enseñanza sobre el
uso de los bienes: «Haceos amigos con el Dinero injusto, para que, cuando
llegue a faltar, os reciban en las eternas moradas» (v. 9).
Para heredar la vida eterna no es necesario acumular los
bienes de este mundo, lo que cuenta es la caridad que habremos vivido en
nuestras relaciones fraternas. Esta es la invitación de Jesús: no uséis los
bienes de este mundo solo para vosotros mismos y para vuestro egoísmo, sino
utilizadlos para generar amistades, para crear relaciones buenas, para actuar
en la caridad, para promover la fraternidad y ejercer el cuidado hacia los más
débiles.
Hermanos y hermanas, también en el mundo de hoy hay
historias de corrupción como la del Evangelio; conductas deshonestas, políticas
injustas, egoísmos que dominan las elecciones de los individuos y de las
instituciones, y tantas otras situaciones oscuras. Pero a los cristianos no
se nos permite desanimarnos o, peor aún, dejarlo pasar, permanecer
indiferentes.
Al contrario, estamos llamados a ser creativos en el hacer el
bien, con la prudencia y la astucia del Evangelio, usando los bienes de
este mundo -no solo los materiales, sino todos los dones que hemos recibido del
Señor- no para enriquecernos a nosotros mismos, sino para generar amor
fraterno y amistad social. Esto es muy importante: con nuestra actitud
generar amistad social.
Rezamos a María Santísima, que nos ayude a ser como ella,
pobres en espíritu y ricos de caridad recíproca. Fuente e imagen de Vatican. Va.
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