Evangelio
Domingo 25 de septiembre 2022
Padre,
Jairo Yate Ramírez. Arquidiócesis de Ibagué
Dice
el Santo Evangelio: “Dijo Jesús a los fariseos: «Había un hombre rico que se
vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día. Y un mendigo llamado Lázaro
estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo
que caía de la mesa del rico. Y hasta los perros venían y le lamían las llagas.
Sucedió que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán.
Murió también el rico y fue enterrado.
Y, estando en el infierno, en medio de
los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su
seno, y gritando, dijo: “Padre Abrahán, ten piedad de mí.” Lucas 16, 19-31.
Existe una afirmación categórica,
cierta y para algunos puede ser un dolor irremediable: “Con la muerte
termina el tiempo de la conversión. Los deseos son irreparables.” Es muy
cierto que toda necesidad reclama un compromiso social. Los contrastes en las
vidas de las personas, dejan enseñanzas, advierten peligros, evitan decisiones
fatales. El pobre se queja por no recibir ayuda de quien puede hacerlo; el rico
evita situaciones que lo involucren con el pobre.
A Jesucristo le preocupa
mucho la responsabilidad en el debido uso de los bienes terrenales. Nuestra
pregunta inicial puede ser: ¿Dónde está el punto de equilibrio? ¿Cómo quiere
Dios que vivamos en este mundo? La
respuesta, puede ser la siguiente: La caridad como virtud y como acción social
es una buena propuesta para encontrar remedio a la desigualdad.
La pobreza adquiere una gran
importancia en el Reino de Dios. La pobreza es sinónimo de desprendimiento,
de humildad, de servicio, de entrega, de apertura al Espíritu de Dios. No todos
asimilamos el valor de la pobreza: algunos hacen de la pobreza un estandarte de
lamentación y medio de vida; otros sobreestiman la pobreza por contradicción a
la riqueza; otros extreman la pobreza y la ubican en el campo físico, en lo
externo.
La pobreza evangélica es la capacidad de dar con el corazón y la
generosidad es su destino. En el
mendigo Lázaro, según la Sagrada Escritura, está el ejemplo de quien se
encuentra solo, quien está equivocado y necesita una orientación; aquel que no
puede defenderse, aquel que solo quiere que le compartan un pedazo de pan.
El Papa Francisco enseña que: la
mundanidad transforma las almas, hace perder la conciencia de la realidad:
viven en un mundo artificial, hecho por ellos... La mundanidad anestesia el
alma. Y por eso, este hombre mundano “Epulón” no era capaz de ver la realidad.
(cfr. Homilía, 5 de marzo 2015).
SI DESEAS
ESCUCHAR EL AUDIO DE ESTA REFLEXIÓN HAZ CLICK AQUÍ